martes, octubre 27, 2015

Humillar al otro es humillarte a ti



Face, de Vianey
En uno de los pasajes del revelador y recientemente publicado ensayo Capitalismo canalla, su autor, el profesor de Sociología de la Complutense César Rendueles, afirma que la lógica de subordinación y algunas de sus propensas conductas de humillación que se toleran en los lugares de trabajo serían impensables en cualquier otra parcela de nuestra vida. La explicación de esta tolerancia es muy sencilla. Al no tener otra alternativa de subsistencia que la asalariada, y comprobada la brutal carestía de empleos y la masiva demanda de ellos, aceptamos en los dominios laborales abyecciones cotidianas destinadas a magullar nuestra dignidad con tal de mantener el puesto de trabajo. En la literatura de la negociación esta situación se denomina negociación desigual, nacida de una paupérrima capacidad de presión sobre la contraparte. Pero yo quiero colocar la lente reflexiva en otro ángulo de observación. La pregunta que a mí me borbotea en un escenario así es por qué alguien desde el blindaje de la jerarquía sojuzga a un semejante. Desde visiones éticas es algo no sólo reprochable, sino incomprensible. En el aforismo 135 del libro Aflorismos,  Carlos Castilla del Pino explica por qué lacerar la dignidad del otro es atentar contra la propia: «Respetar al otro es respetarse. No hay manera de sentirse digno faltándole al respeto a alguien. Porque el otro soy yo, no por consideraciones morales sino porque, de hecho, ese otro es el que me hace ser. En suma, el otro no es ni siquiera mi prój(x)imo: soy, en parte, yo». De este modo degradar al otro es degradarme a mí. Más degradación todavía si me aprovecho de un contexto de vulnerabilidad y sumisión en el que mi conducta ominosa no puede ser objetada por quien la padezca. 

Casualmente la semana pasada leí en las páginas de Ciencia del diario El País una entrevista a Michael Tomasello. Se trata de un investigador norteamericano y profesor de Antropología cuyo ensayo Por qué cooperamos a mí me ayudó mucho para el proyecto educativo Pedagogía de la cooperación. En la entrevista le preguntaban por qué, aunque seamos cooperadores y competidores simultáneamente, muchas personas no se preocupan de tratar a los demás de un modo justo. La respuesta de Tomasello fue muy perspicaz: «Eso puede suceder, sí. Otra forma de pensar sobre ello es fijarte en cómo tratan a sus amigos y su familia. Incluso gente que es muy competitiva en otros contextos, como en los negocios o donde sea, son muy generosos en su entorno de amigos y familia». Surge aquí otra pregunta inevitable. ¿Cómo es posible que alguien pueda ser en unas situaciones tan amable y ser luego tan despiadado en otras? La respuesta de Tomasello es de una sencillez parvularia: «Lo que pasa es que estas personas juzgan de manera distinta qué condiciones aplican a las personas que pertenecen a su grupo y a las que no». 

En esta respuesta se encierra la perentoria necesidad de educarnos en aspectos cardinales vinculados a las Humanidades. Necesitamos tomar conciencia de que todas las personas formamos parte de un mismo y mancomunado proyecto. Hemos advertido que convivir es mucho más enriquecedor que simplemente vivir. Hemos querido dejar deliberadamente atrás la selva y civilizarnos al considerarnos sujetos valiosos y por tanto acreedores de una dignidad cuya validez descansa en que todos la consideremos recíprocamente intocable e inalienable. Deberíamos tratar al otro con la misma consideración que solicitamos para nosotros porque el otro también somos nosotros (puesto que con él compartimos la ficción malabar de la dignidad y nos necesitamos mutuamente para convertirla en real). El respeto que el otro muestra por mi dignidad y yo por la suya hace que la dignidad deje de ser una ficción y se convierta en un valor que dirige y eleva nuestra conducta. Si se extingue la conciencia de interdependencia, si suprimimos la vinculación afectiva o la capacidad empática con quienes no compartimos proximidad física, si no sentimos que los fines de los demás son mis propios fines y viceversa, si nos sentimos inconexos del contrato social y ético que es la convivencia, es muy sencillo caer en la inercia de humillar al otro y cosificarlo como medio para nuestros intereses. Pero si fortalecemos la conciencia de un proyecto compartido llamado Humanidad, se incrementan mágicamente las posibilidades de ver en el otro una prolongación de nosotros mismos y de comportarnos conforme a ese hallazgo. A todos nos atañe fomentar unos escenarios u otros sabiendo qué consecuencias traen anexionadas. O colaboramos con el macroproyecto o lo saboteamos. No hay más opciones para nuestro comportamiento.



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