El Atlético de Madrid ganó el
pasado sábado la Liga. Desde aquí mi enhorabuena. Es tremendamente meritorio
que un club como el Atleti, que compite contra el todopoderoso bipartidismo financiero del Real Madrid y el F. C.
Barcelona, haya logrado ganar la Competición. Sin embargo, la contemplación de esta hermosa epopeya no puede
justificar argumentos enclenques. Al albur de la gesta del Atleti, he leído
silogismos como que «si se cree y se trabaja, se puede», «son los
campeones del esfuerzo», «si te
esfuerzas y trabajas logras lo que te propones», «las palabras bellas no son
palabras huecas», etc., etc. Una
retahíla de lugares comunes, vacuas peroratas que parecen dirigidas a animarse uno mismo para no capitular en estos tiempos
de zozobra social. Siento disentir con los tópicos que pueblan estos días los
discursos en torno a la proeza del Atleti. Nadie logra colmar una elevada expectativa exclusivamente
sudando. Para alcanzar objetivos por los que también pugnan otros candidatos se
necesita la colaboración simultánea de cuatro potentes vectores que juntos pueden
llegar a levantar la ciudadela del mérito. Si uno de ellos flaquea, el logro de la recompensa se tambalea. Los cuatro elementos que necesitan presentarse en perfecta
siderurgia son talento, esfuerzo, suerte y que los rivales que compiten por
satisfacer el mismo interés sean menos competitivos que tú. No hay más.
El
esfuerzo es la capacidad para mantener altas tasas de energía en una misma
dirección durante un tiempo prolongado. Sin él es difícil alcanzar
meta alguna, pero solo con él tampoco. La capilaridad del esfuerzo opera como un
factor higiénico: su presencia no te eleva, pero su ausencia te hunde. El
talento es la habilidad para ejecutar de un modo excelente una actividad
concreta. Sin talento se pueden llevar a cabo muchas cosas, pero es difícil que
lo que uno haga descolle de lo que hacen los demás y por tanto se puedan
obtener ventajas competitivas (según la la jerga). La suerte es un concepto muy elástico. Como no ejercemos control sobre sus acrobáticas apariciones, jamás le
atribuimos autoría alguna cuando el mundo nos sonríe, pero depositamos en su titularidad nuestros lamentos cuando las cosas se tuercen.Y finalmente están los demás. En los entornos
competitivos no basta con esforzarse, tener talento y que la suerte se aliste a tu lado. Es prioritario que tus rivales
posean algo menos que tú de los tres vectores señalados. En una competición hay una
lógica predatoria, porque si uno gana es porque su rival pierde, así que las
competencias de uno son variables en relación con las del otro. Todos estos constructos no se pueden atomizar,
son ondulantes y sistémicos, afloran simultáneamente, se retroalimentan, pero
son los que procuran que un equipo alcance más puntos que todos sus competidores. También son los responsables de que hasta diez segundos antes de
finalizar un juego distributivo que dura diez meses no supiéramos en qué cabeza se iba a colocar la gloria del mirto y el laurel. Por eso hay que felicitar al Atleti. Porque la competición es un misterio (lo contrario sería tedioso) y el misterio les ha bendecido a ellos. Felicidades.