El libro La educación es cosa de todos, incluido tú se debería haber llamado
El acontecimiento de ser persona. A pesar
de que acumulo suficientes años en mi biografía para lo contrario, a mí me
sigue provocando sorpresa comprobar cómo la gente identifica a los demás en
función de la actividad a la que dedican su tiempo remunerado. ¿Qué eres? es una
pregunta que solemos responder monosilábicamente citando un oficio o una profesión. Cuando a mí me formulan este onoroso interrogante
me gusta contestar que «soy persona, un acontecimiento extraordinario del que
me siento muy orgulloso». Gracias a la educación y a ese conocimiento acumulativo
que llamamos cultura, las personas nos hemos emancipado del determinismo
biológico y nos hemos abrazado a un determinismo racional para ampliar nuestras
opciones vitales. Hemos logrado la proeza de que
la vida sea una miríada de posibilidades que sólo concluye con la irrupción de
la muerte, la abolición del proyecto que somos, la posibilidad que imposibilita
todas las demás posibilidades (según la certera definición de Heidegger, la
mejor de todas las que yo he leído sobre la señora de la guadaña). Somos pura posibilidad. La apoteosis de lo posible.
Las personas poseemos la
capacidad de desobedecer nuestros propios deseos sentidos, nos pertrechamos de voluntad
para neutralizar el poder déspota del deseo inmediato en nuestras decisiones. Somos nuestros propios artífices (aunque no podemos olvidar el paisaje social y los imponderables, lo que nos hacer ser coautores de nuestra biografía y no sólo autores). Podemos sacarle la lengua a nuestra propia naturaleza y dotarnos de una
dignidad (el derecho a tener derechos, la percepción de nuestra condición de
sujetos valiosos) que no existe en ninguna parte salvo en el juego malabar de
las ficciones asumidas por todos. Ser persona es lo más relevante que nos va
ocurrir en el transcurso de los años. Como lo
somos ininterrumpidamente, se nos olvida la tremenda suerte con la que nos
agasaja la vida. Podemos elegir si
acercarnos a los ángeles o emular a los demonios, competir o cooperar, pensar
en los demás o minusvalorar su presencia, emponderarnos o degradarnos, construir expectativas verosímiles que nos ayuden a crecer o frustrarnos por un inconformismo omnívoro y mal articulado que nos convierta en irresolutos. En nosotros está decidir qué nos favorece a título individual y mancomunado,
qué es lo mejor para todos, qué condiciones mediambientales conviene no
estresar para que la realidad sea un lugar más hospitalario en el que todos podamos
llevarnos bien con la felicidad. En eso consiste aprender. Ser mejores para mejorar el mundo. Y mejorar el mundo no es otra cosa que intentar
que la adversidad sea más dócil con nosotros.Con todos nosotros.
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Para ser persona hay que ser ciudadano.
Existir es una obra de arte.
Soy político por naturaleza y por eso te necesito.
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