Últimamente se ha instalado en el argumentario
social el silogismo de que para aprender cosas nuevas debemos desaprender otras
que nuestro sistema de creencias ha inmunizado a pesar de que el conocimiento
las haya declarado erróneas. Desaprender es el nuevo punto neurálgico que
señalan muchos formadores que anhelan cambiar algún herrumbroso paradigma. Se
ha conceptualizado la mística del desaprendizaje como prólogo de un aprendizaje
novedoso que exige nuevos marcos, una habilidad para abrir las
puertas desprejuiciadamente al nuevo conocimiento. Hay que desaprender para
aprender, es la consigna proclamada con cierto orgullo por el efectismo que
provoca este juego de palabras, una ecuación que a fuerza de repetirse se ha
alojado en la literatura sin que apenas nadie cuestione su validez. Pues no. No
es así.
El cerebro absorbe los estímulos de su alrededor,
una realidad sensorial que el tejido neuronal transforma en códigos abstractos
para construir razonamientos, inferencias, deducciones que le ayuden a
hacer predicciones más o menos fiables. De lo concreto brinca a lo abstracto,
de la materia que configura el presente intenta construir elucubraciones que le
permitan avizorar el futuro. Aprender se erige así en un proceso activo
que además trae adosada la función de sustitución y borrado. Un nuevo
conocimiento reemplaza a otro que ha quedado invalidado por nuevas evidencias
más poderosas, más empíricas, mejor razonadas, más sólidas, hasta que otras
demuestren lo contrario y jubilen a sus predecesoras, que al descartarse y no
utilizarse se desintegrarán hasta alcanzar su propia extinción. Del mismo modo
que sólo se fortalecen los músculos que se entrenan, sólo se se solidifica y se
combina en la memoria la información que se maneja asiduamente, y se olvida
aquella que apenas haya generado sinapsis en los apéndices arbóreos de las
neuronas. Con esta lógica de las creaciones se expande el conocimiento y el
aprendizaje. Esta es la razón de que nadie tenga que realizar ningún esfuerzo
para desaprender. Es un proceso pasivo. Se impulsa él solo. Basta con
incorporar nuevos paisajes discursivos que refuten a los anteriores para que
este proceso arranque. No hay que desaprender nada porque ya lo hacemos sin que
seamos conscientes. Hay que aprender y pertrecharse de nuevas evidencias que
den respuestas más convincentes a las demandas de nuestro alrededor.
Nuestro cerebro se encargara de sustituir las viejas evidencias por las
nuevas. Y esto no es desaprender. Es justo lo contrario.