Sonrisa. Óleo de Cristina Blanch, 2002 |
Como primer viernes de octubre, hoy es el Día Mundial de la
Sonrisa. Todavía recuerdo una antológica portada de una revista de
Psicología. En ella figuraban dos ilustrativas fotos. En la de la
izquierda aparecía un nutrido grupo de niños en el patio del colegio a la hora
del recreo. Todo transparentaba abundante algarabía, movimiento, bullicio, risas. En la foto de la
derecha se mostraba un atiborrado vagón de metro con gente camino del trabajo.
Todo eran rostros adustos, plúmbeos, abatidos, la desolación acunándose en lo
elocuente de sus rasgos. El titular de la portada era brillante: «¿Qué ha pasado
para llegar hasta aquí?». Auténticamente genial. La sonrisa es una opinión del alma cuando el alma
se toma en serio las cosas serias, pero desinfla de gravedad todo lo demás. No
es que sea un paréntesis abierto en mitad de la aciaga existencia, es que
desautoriza que la existencia sea algo aciago, aunque sin caer ni en el
patetismo ni en el ridículo melífluo de releer la vida como un algodón de azúcar.
El
ser humano a medida que va cumpliendo años deja escalonadamente de reír y
sonreír. Los niños se ríen infinidad de veces al día, los adultos infinidad de
veces ningún día. Cuando las sonrisas se acumulan y decoran la fisonomía con
frecuencia se convierten en buen humor, uno de los principios constituyentes para
encarar cualquier proyecto mancomunado. Desafortunadamente
muchos no lo saben, pero una sonrisa es una alfombra roja que se tiende al otro
para que pase sabiéndose invitado y agasajado. Nada nos imanta a los demás con
tanta intensidad como el magnetismo milagroso de una sonrisa. En un mundo cada vez
más ansiógeno y depresivo, todas las encuestas sobre relaciones humanas señalan
que uno de los valores que siempre alcanzan el podio es que nos hagan reír,
descorchar una sonrisa, pasar un buen rato. Existe un proverbio japonés que alaba esa conducta aunque pragmáticamente la
orienta a la pedagogía comercial: «Si no sabes sonreír, no se te ocurra poner
una tienda». Me atrevo a versionar el
proverbio y reconducirlo hacia cualquier interacción. «Si no sabes sonreír, siempre
tendrás a varios kilómetros a todo el que esté a tu lado».