Natalila, de Alex Katz |
Se entiende por cultura del
diálogo la conducta que permite que toda idea desgranada con educación (y que
no atente contra los Derechos Humanos) sea escuchada con respeto. Respetar
una idea no significa que la idea esté
blindada a la crítica o no pueda ser objetada. Son dos cosas muy distintas. Uno
respeta a la persona que defiende la idea y el derecho a expresarla, pero la
idea puede ser muy endeble o estar muy mal construida. La cultura del diálogo consiste
por tanto en admitir que todo enunciado deliberativo puede ser objetado y
que no se descalifica a nadie porque sea así. Yo incluso iría más lejos.
El diálogo emerge en su sentido más genuino cuando los argumentos de uno llevan
en su interior una capacidad transformadora de los del otro, o a la inversa.
Curiosamente el poder demiúrgico de un argumento no reside en primera instancia
en el argumento, sino en la actitud del que lo escucha. Sólo puede haber
diálogo si dos o más personas deciden incursionar en una acción comunicativa aceptando
de antemano que sus argumentos pueden ser transfigurados por el poder
dialéctico de sus interlocutores. La verdadera cultura del diálogo impide la
estanqueidad de nuestros argumentos cuando nos encontramos con argumentos
mejores, cuando surge lo que a mí me gusta bautizar como «la polinización de
ideas». Hace años definí violencia como toda acción encaminada a modificar la
voluntad de un tercero sin el concurso del diálogo. También podría ser todo
diálogo en el que una de las partes anticipa que sus argumentos no sufrirán
cambio alguno por muchas evidencias discursivas que le muestre la contraparte O sea, la triste contemplación del funeral del diálogo.
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No hay dos personas ni dos conclusiones iguales.
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