Obra de Mónica Castanys |
Recuerdo haberle leído a Savater
que las virtudes no se enseñan, se aprenden, y se aprenden observándolas en aquellos
que las incorporan a su repertorio comportamental. El
ejemplo de una virtud es la demostración empírica de que es factible infiltrar en el
comportamiento los valores éticos. Yo he
escrito muchas veces que el ejemplo es el único discurso que no necesita
palabras, pero sí necesita saber qué palabras se quieren ejemplificar con él si queremos que se metamorfosee en una herramienta ética y política. A veces
esa tarea de búsqueda y rastreo de conceptos abstrusos nos arroja a una reflexión compleja y laberíntica. Es entonces cuando el
ejemplo de una conducta ejemplar se convierte en una inestimable ayuda pedagógica tanto para
suadir como para disuadir. El arquetipo de los valores es esencial para que los valores no sean abstracciones desdibujadas y agotadoramente áridas y alambicadas. Es muchísimo más sencillo interiorizar una conducta observada que un concepto inteligido. El ejemplo no indexa en las revistas científicas, pero su contagiosa viralidad es
mucho más operativa para articular bien la vida humana que toda la producción que podamos hallar en ellas.
Definamos un par de conceptos
para saber de qué estamos hablando. El ejemplo es toda acción que sirve de
modelo a aquel que la observa. Cuando el ejemplo es admirable, hablamos de
ejemplaridad. La ejemplaridad es por tanto toda conducta que toma la dirección
en la que el individuo humano se aproxima al ser humano más emancipado y más civilizado que nos gustaría ser para vivir en un mundo más justo y con mayores posibilidades de acceso a la felicidad privada. En su Tetralogía de la ejemplaridad, Javier Gomá
disecciona este tema de un modo profundo y maravilloso. En una entrevista explicó que la
ejemplaridad consiste «en que tu ejemplo produzca en los demás influencia
civilizatoria». Ejemplar es toda persona que se conduce de un modo tan
encomiable que si reproducimos en nuestra conducta lo que él hace con la suya
mejoraríamos todos. Cuando yo hablo de conducta
excelente me refiero a todo curso de acción en el que se cuida la dignidad del
otro, se le trata con el valor que todo ser humano posee por el hecho de serlo al
margen de cualquier otra consideración. Me atrevo a compartir aquí que esa conducta
es el epítome de la humanidad, es decir, la humanidad se hace acto cuando un ser humano se preocupa de
otro para colaborar en su mejora y cuidado. La bondad persigue algo análogo. Por eso
defiendo que humanidad y bondad son sinónimos.
Aunque
creo que teoría y práctica son una misma dimensión, el poder evocador del
lenguaje horizontal del ejemplo facilita la teoría al que quiere protagonizar
la práctica. Mimetizar el ejemplo no entraña una actitud
robótica de copiado, sino más bien un acto de creación y de incorporación creativa de lo excelente a los
engranajes de la conducta. Yo abogo por el ejemplocentrismo, es decir, las palabras sólo muestran utilidad
si van escoltadas de actos. Si no existe vínculo entre el verbo y el hecho,
si se producen escandalosos desajustes entre lo que decimos y lo que hacemos, si no
existe equivalencia entre nuestras palabras y su encarnación en comportamiento, entonces hablar es palabrería y el lenguaje
un trampantojo. Shakespeare sintetizo esta idea, en la que las palabras no solo no muestran correpondencia con las acciones que anuncian sino que arrojan una profunda dicotomía, con un contundente «bla bla
bla». Mi poeta favorito en la adolescencia también lo resumió de una manera
lapidaria: «Estoy harto de palabras, estoy harto de todo lo que puede ser
mentira». Vivimos crisis de modelos morales en un momento en el que
simultáneamente hay sobreexposición e hipervisibilidad de modelos para asuntos
del todo banales para organizar mejor la convivencia. Necesitamos ejemplos que nos
ayuden a ejemplarizar lo ejemplarizante. Necesitamos aprender el sentimiento de la admiración para que quien
contempla la conducta virtuosa sienta el deseo de realizar en su vida esa
trashumancia hacia lo excelente. No es fácil. Tampoco es difícil.
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