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martes, junio 12, 2018

Existir es una obra de arte


Obra de Aleah Chapin
Recuerdo que hace unos años soñé con redactar un ensayo en cuyo título se subrayara que ser persona es una tarea. Ortega y Gasset recalcó que «la vida humana consiste siempre en un quehacer, en una tarea para construir la propia vida». Cuando escribí La razón también tiene sentimientos / Los sentimientos también tienen razón tuve muy claro que su subtítulo debería conexar con la acción humana, puesto que toda acción guarda un sustrato afectivo y todo sentimiento está subsumido en un conjunto de acciones.  De ahí que subtitulara este ensayo con el mucho más preciso nombre de El entramado afectivo en el quehacer diario. El quehacer diario es el borboteo de actividades que cada uno elige desde la iniciativa y la inventiva para que su existencia se singularice, se divorcie de una producción seriada en la que los fines los adopta una entidad ajena que propende a la homogeneización y la uniformidad. Si fuera así, si los fines y la prevalencia de unos sobre otros los escogiera un punto focal heterónomo, entonces el ser humano no sería autónomo, no tendría dignidad, no tendría valor, y desde luego no podría ser ético. Victoria Camps asegura que la moral no es un añadido del ser humano, sino ese mismo quehacer. Somos sujetos éticos porque, a pesar de las mediaciones socioculturales y económicas, los episodios contingentes, las limitaciones biológicas y los determinismos inconscientes, podemos elegir. Disponemos de un marco de autonomía en el que nos constituimos en soberanos plenos.

La afectividad humana no albergaría sentido si no existiera el hábitat de la acción. Somos existencias, tenemos una vida que desplegamos con otras existencias en un lugar de encuentro que llamamos mundo (de aquí mi insistencia en reclamar nuestra condición de existencias al unísono, que es como se titula la trilogía a la que he dedicado los últimos años de mi vida). Intentamos acomodar esa vida en acciones, en hechos que nos van volviendo nítidos en nuestra relación intrasubjetiva con nosotros mismos y en la intersubjetiva con los demás. Somos sujetos éticos porque decidimos esas acciones, que a su vez son subsidiarias de los fines que queremos para nuestra existencia. Los fines son las ideas de lo que esperamos de nosotros, son elegidos y  aspiramos a convertirlos en hechos a través de un cómputo de acciones. Por eso la biografía es una tarea autoral. Esa tarea consiste en elegir las decisiones que ejecutamos a  cada momento y que se traducen en acciones y omisiones. La vida no tiene ningún sentido, pero afortunadamente se lo podemos dar convirtiendo nuestra existencia en un proyecto. Cuando ese proyecto se solidifica en un conjunto de acciones, nuestra existencia se yergue en una producción artística en la que nos transformamos a nosotros mismos según el fin elegido.

Ser los autores de nuestra vida es ser los artistas de nuestra vida. Existir se transfigura en una increíble aventura creativa. En su ensayo El arte de la vida, Zygmunt Bauman nos da la clave para entender qué es un artista y aclarar mejor su presencia en la perspectiva vital: «Ser artista significa dar forma a lo que de otro modo no lo tendría». Y añade que «la vida es un arte porque está abierta a lo que hagamos con ella». El diccionario de la Real Academia señala que artista es «la persona que cultiva alguna de las bellas artes», y yo creo que no hay arte más bella que elegir qué quieres hacer con tu existencia y ponerte a modelarla. En el precioso texto De la dignidad del hombre del renacentista Pico de la Mirandola se enfatiza este horizonte con una metáfora similar. El autor pone en boca de una entidad creadora las siguientes palabras dirigidas al animal humano:  «No te he hecho celeste ni terreno, mortal ni inmortal, con el fin de que tú culmines tu propia forma libremente, como un pintor o un escultor». Evoco a Jesús Mosterín en su ensayo Racionalidad y acción humana para pormenorizar un poco más esta idea neurálgica: «La elaboración del plan de vida es una creación artística. El vivir conforme al plan de vida es una ejecución artística». De ahí que él distinga con mucha perspicacia entre ser autores y ser intérpretes de nuestra vida. Muchos son intérpretes, pero no autores. La confección de nuestra vida se produce a través de elecciones esencialmente prospectivas en las que optamos por unas decisiones y sacrificamos otras que van configurándonos como obra de arte. Como no podemos no elegir, elegir hace que ser persona y ser artista sean una misma dimensión. Sartre releyó negativamente esta realidad y la abrevió en que «estamos condenados a ser libres». Le podemos dar un cariz positivo. Podemos proclamar orgullosamente que tenemos el deber de hacernos obra de arte.

Es en el domino político en el que las existencias interseccionan para cubrir sus necesidades y poder dedicarse a establecer fines y las tácticas para conquistarlos. Donde hay necesidad no hay autonomía, lo que equivale a decir que la singularidad artística en la que podemos autoconstituirnos se evaporaría si padecemos el autoritarismo de las necesidades que nos impiden elegir fines. Como solo en escenarios de interdependencia se pueden cubrir esas necesidades, necesitamos la ayuda de los demás para que podamos convertir nuestra vida en una acción creativa. Esa ayuda estriba en el ejercicio de la mutualidad y su encarnación en instituciones. La ética requiere de la política para que podamos fabularnos y apropiamos de fines. Cuando eso ocurre, cada uno de nosotros se está transformando en un artista que intenta aproximarse a ese contenido en el que su existencia colma fines que le hacen sentirse gratificado por existir. Ese momento lo podemos llamar felicidad, o sabiduría, o quizá obra de arte. Sospecho que las tres palabras significan lo mismo.



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