Obra de Thomas Ehretsmann |
Hablar permite
que los pensamientos de las personas se toquen y realicen juegos de arrullo entre ellos para que sepamos cómo nos habitamos de la piel para
adentro unas y otras. Cuando los pensamientos se
acarician, estamos dialogando, facilitando que la palabra circule entre
nosotros, que es exactamente lo que significa etimológicamente diálogo. Pero esa palabra que deambula por el espacio compartido no es una palabra cualquiera (como sin embargo sí puede
serlo en el hablar), sino una palabra que cuida la dignidad de nuestro
interlocutor al tratarlo con consideración y respeto. Una palabra cuidadosa y
cuidadora que pone atención en la interseccion formada por el nosotros que habilita el diálogo. Ahora se entenderá por qué me parece imbatible la definición de
Eugenio D’Ors que utilicé en El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza cuando en una especie de greguería anunció que el diálogo es el
hijo de las nupcias que mantienen la inteligencia y la bondad. Somos entidades lenguajeantes, según la terminología de Maturana, pero al lenguajear en el marco del diálogo la entidad lenguajeante también es una entidad bondadosa. Si no lo fuera, no habría posibilidad de establecer un diálogo.
En el artículo
sobre la bondad que publiqué hace unos años, y que enigmáticamente se convirtió
en un fenómeno viral, definía la bondad como toda acción encaminada a que el
bienestar comparezca en la vida del otro. No se trata por tanto de descubrir la bondad,
sino de crearla, de que nuestro comportamiento se conduzca con ella y al hacerlo la haga existir. La bondad
no es nada si no hay conducta bondadosa. Si cientificamos el lenguaje, podemos decir que la bondad
es una técnica de producción de conducta, un instrumento para dulcificar y plenificar la interacción humana. Cuando obramos con bondad estamos cuidando al otro y también a nosotros, estamos siendo amorosos en nuestra prática de vida. En un
sentido lato, el amor es la alegría que nace cuando cuidamos el bienestar de
las personas que queremos. El propio Maturana habla del amor como el sentimiento que cuando se da en la coordinación de acciones compartidas trae como consencuencia la aceptación mutua de sus participantes. Somos individuos que hemos decidido
agregarnos en redes gigantescas para a través de la interdependencia poder ser
más autónomos, y de este modo aspirar a decidir libremente el contenido de nuestra alegría. Conducirse con bondad, poner cuidado en
entender y juzgar bien, es una manera muy inteligente de aproximarnos a ser y estar alegre en la praxis del vivir. Nos encontraríamos con la forma más hermosa de concelebrar la vida, festejar la bondad, ensalzar el amor. Nuestros ojos se toparían con la belleza del comportamiento. Probablemente también con su magnetismo. Con el deseo de incorporarla a nuestra vida a través de la admiración.