martes, octubre 14, 2014

Somos racionales, pero también muy irracionales

Psiconomía (Aguilar, 2009) es una obra firmada por el comentarista en los mass media Javier Ruiz. Experto en cuestiones económicas a las que ha dedicado su formación superior académica, la afilada capacidad de argumentación que Javier Ruiz esgrime en los debates se transparenta en este esayo. En sus páginas trata de demostrar que un elevado porcentaje de nuestras decisiones está patrocinado por la irracionalidad. Muchas de las tesis que defiende están corroboradas por la economía del comportamiento (con Dan Ariely a la cabeza), en la que se prueba empíricamente cómo prima más la dimensión psicológica que la racional en la toma de decisiones. El ensayo se adentra en la irracionalidad sobre todo cuando ejercemos el rol de actor económico. De ahí ese juego de palabras que da título a la obra, Psiconomía. Frente a la economía tradicional que defiende la disciplina como una rigurosa ciencia exacta, el ensayo revoca esta idea y presenta un buen número de sesgos que cuestionan que las cosas sean tan predecibles como divulga la ortodoxia. El ser económico se rige por coordenadas irracionales que descabalan muchos de los postulados que supuestamente rigen las interacciones monetarias. De ahí las burbujas bursátiles, las anomalías, las estafas, el pánico, las crisis.

El autor estudia el efecto manada (tendemos a mimetizar comportamientos de un modo gregario), el anclaje (nuestro cerebro estandariza los términos de una relación), la coherencia arbitraria (a través de un primer elemento construimos con coherencia el resto de precios, que sin embargo pueden ser dolorosamente incoherentes), la aversión a la pérdida, las dioptrías económicas, el complejo de dotación (damos más valor a lo propio que a lo ajeno), el sesgo de confirmación (sólo atendemos aquella información que concuerda y refuerza lo que ya pensábamos). Todos son sesgos que también gozan de una centralidad indiscutida en la denominada negociación irracional. Muchas de nuestras decisiones apuñalan nuestra cordura y la desangran hasta su deceso. De ahí que tomemos conductas incongruentes. «Hay más pereza mental que razón en nuestras decisiones», concluye el autor. La segunda parte del libro explica cómo se activan todos estos sesgos en el fragor de los parqués y los mercados. El subtítulo del libro es elocuente: La economía de Harry el sucio. Conociendo la comparecencia de todo este ejército de sesgos, el delirio bursátil trata de potenciarlos para alcanzar la maximización de beneficios. El libro identifica estas inclinaciones irracionales y pertrecha al lector de conocimiento para inhibir su presencia a la hora de deliberar y decidir. Muy útil tanto para nuestras resoluciones económicas como para cualquier quehacer en el que se implique el comportamiento humano.



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miércoles, octubre 08, 2014

¿Lápiz o pistola?


Leo en la prensa una frase preciosa: «Un lápiz es más poderoso que una pistola». La pronuncia en el silencio solidificado de la tinta Malala, la niña paquistaní herida de muerte por querer seguir yendo a la escuela. Los talibanes intentaron enterrarle una bala en la cabeza como castigo a su desobediencia. La niña tuvo mucha suerte. La bala entró por debajo de su ojo izquierdo, horadó la carne y huyó por el hombro. Malala salvó milagrosamente la vida y desde entonces se dedica a divulgar los beneficios de la educación, su condición de único antibiótico válido contra el integrismo que repudia el conocimiento, contra todos aquellos que viven cloroformizados en sus creencias e inquisitorial y violentamente combaten las de los demás por heréticas. Al leer esta frase me acuerdo al instante de otra que representa su antítesis. Su autoría pertenece al célebre gánster Al Capone y yo la he utilizado mucho en cursos a la hora de debatir sobre las lógicas del diálogo y la violencia. El gánster se jactaba mientras blandía en la mano una automática: «Se consigue más con unas palabras bonitas y un arma que con unas palabras bonitas simplemente».  

¿Qué es exactamente lo que se consigue con una pistola, qué es lo que emana del uso del lápiz? En la diminuta geografía del aquí y ahora es mucho más resolutiva una pistola para doblegar la voluntad ajena, pero en las incesantes aglomeraciones de tiempo concreto que es la vida es infinitamente más eficaz un lápiz. En la genealogía del poder se insiste en que acumula poder quien puede controlar el comportamiento de otras personas, pero se excluye que haya verdadero poder cuando un individuo necesita emplear la coerción para encoger la voluntad del otro como si fuera un animal asustado Ese acto es sometimiento, subyugación, coacción, pero no poder. El genuino poder consiste en modificar la voluntad de una persona sin recurrir ni a la fuerza ni a la amenaza. Esa modificación sólo es patrimonio del diálogo que a través del uso de la palabra puede alcanzar la proeza de convencer al otro de que tome la dirección que se le propone. La convicción sólo se construye con argumentos que, aunque provengan de fuera, uno acepta como suyos tras metabolizarlos intelectualmente y aceptar que son más válidos y férreos que los desgranados por él.Un lápiz es una metáfora de esas miríadas de palabras que zigzaguean en los diálogos pacíficos y educados hasta que las hacemos nuestras en forma de opinión personal. Hasta que nos convencen. 



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viernes, octubre 03, 2014

Día Mundial de la Sonrisa



Sonrisa. Óleo de Cristina Blanch, 2002
Como primer viernes de octubre, hoy es el Día Mundial de la Sonrisa. Todavía recuerdo una antológica portada de una revista de Psicología. En ella figuraban dos ilustrativas fotos. En la de la izquierda aparecía un nutrido grupo de niños en el patio del colegio a la hora del recreo. Todo transparentaba abundante algarabía, movimiento, bullicio, risas. En la foto de la derecha se mostraba un atiborrado vagón de metro con gente camino del trabajo. Todo eran rostros adustos, plúmbeos, abatidos, la desolación acunándose en lo elocuente de sus rasgos. El titular de la portada era brillante: «¿Qué ha pasado para llegar hasta aquí?». Auténticamente genial. La sonrisa es una opinión del alma cuando el alma se toma en serio las cosas serias, pero desinfla de gravedad todo lo demás. No es que sea un paréntesis abierto en mitad de la aciaga existencia, es que desautoriza que la existencia sea algo aciago, aunque sin caer ni en el patetismo ni en el ridículo melífluo de releer la vida como un algodón de azúcar.

El ser humano a medida que va cumpliendo años deja escalonadamente de reír y sonreír. Los niños se ríen infinidad de veces al día, los adultos infinidad de veces ningún día. Cuando las sonrisas se acumulan y decoran la fisonomía con frecuencia se convierten en buen humor, uno de los principios constituyentes para encarar cualquier proyecto mancomunado. Desafortunadamente muchos no lo saben, pero una sonrisa es una alfombra roja que se tiende al otro para que pase sabiéndose invitado y agasajado. Nada nos imanta a los demás con tanta intensidad como el magnetismo milagroso de una sonrisa. En un mundo cada vez más ansiógeno y depresivo, todas las encuestas sobre relaciones humanas señalan que uno de los valores que siempre alcanzan el podio es que nos hagan reír, descorchar una sonrisa, pasar un buen rato. Existe un proverbio japonés que alaba esa conducta aunque pragmáticamente la orienta a la pedagogía comercial: «Si no sabes sonreír, no se te ocurra poner una tienda». Me atrevo a versionar el proverbio y reconducirlo hacia cualquier interacción. «Si no sabes sonreír, siempre tendrás a varios kilómetros a todo el que esté a tu lado».