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martes, diciembre 23, 2014

Tengamos la fiesta en paz (conflictos navideños)



Ya están aquí las Navidades de 2014. Estos días de paz y amor son también días de posibles conflictos y por tanto de funambulismo para no caer en ellos. Al compartir más espacio y más tiempo con los demás se incrementan las posibilidades de lidiar con diferencias, problemas, desacuerdos, la necesidad de conciliar intereses divergentes de un modo rápido ante lo efímero del confinamiento navideño. En la mayoría de los casos se solventan  con racionalidad y la suavidad concesionaria del afecto, pero hay escenarios crónicamente balcanizados que hacen de la Navidad una época especialmente turbulenta. En familias no del todo bien avenidas la tácita obligatoriedad del peaje navideño usurpa el control sobre la decisión de cómo pasarlas y ofrece una disyunción en la que uno siempre sale malparado. Si no se acude a la celebración familiar, se puede sufrir demonización o alguna descalificación vinculada con la desafección familiar o la asociabilidad (que avinagrará más la relación), pero si se asiste, se acepta que durante esos días puedan silbar metafóricas balas alrededor de la cabeza en cualquier momento. 

Para aumentar la cantidad de riesgo que hay que gestionar, da la mala casualidad que estos encuentros resumidos en banquetes opíparos suelen llegar inundados de bebidas alcohólicas. Ya se sabe que el alcohol  y el rencor forman una peligrosa pareja copulativa: el rencor es odio enmohecido y la embriaguez suele empujar a una sinceridad afiladamente brutal. Una sedimentación de agravios ya imposibles de fechar puede convertir estos encuentros navideños en un territorio minado. Basta que alguien, enfadado por lo que escucha o envalentonado por el trasiego de copas y la mal utilizada confianza del árbol genealógico, lance un apunte huracanado para convertir el encuentro en un vendabal de acusaciones, una azotaina de reproches, de rencillas no olvidadas, o de conductas reprobables aún impunes (toda esta antología la bauticé hace unos años como «la exhumación de agravios»). La mayoría de los conflictos se deben a la incomunicación (los malententidos son los monarcas de las desavenencias), a la analfabetización sentimental (no saber apaciguar los ánimos, incapacidad para inhibir impulsos primarios, esgrimir una sensibilidad pedestre, elegir el momento menos idóneo para tratar temas especialmente broncos) y a una deficiente capacidad negociadora (es frecuente herir la autoestima de aquel al que luego se le pide abnegada colaboración o la aceptación de lo demandado tras una intervención de puro acuchillamiento verbal). Habrá que repetirlo por enésima vez. Los conflictos son inherentes a la naturaleza humana. Lo que diferencia a unas personas de otras no es sufrirlos, es resolverlos bien o mal. Ojalá estos días seamos lo suficientemente inteligentes para tener la fiesta en paz. Seguro que sí. Felices días.

lunes, diciembre 22, 2014

El libro de los diagramas



El libro de los diagramas (Editorial LID, 2014) es una obra sencilla y breve, pero muy didáctica. Nos enseña soluciones para convertir el pensamiento en una representación visual gracias al lenguaje de los diagramas. Para muchos es harto difícil verbalizar una idea y explicarla de forma inteligible (sobre todo si se ramifica y se hibrida con otras ideas provocando una maraña impenetrable), así que para combatir el doloroso hiato que a veces se produce entre lo que queremos decir y lo que sin embargo decimos podemos recurrir a la gramática de las representaciones gráficas. La obra defiende la utilidad que supone metamorfosear la inteligencia teórica en una forma fácilmente aprehensible gracias a su reencarnación visual en un diagrama. Una línea recta puede expresar el tiempo o la dirección y es perfecta para dibujar cronogramas. Las pirámides sirven para retratar la gradación o la progresión merced a sus escalones. Dos líneas pueden representar los ejes horizontal y vertical para construir explicativos y elocuentes cuadrantes. Los círculos ayudan a presentar grandes cantidades de datos y la variedad de sus tamaños pueden visibilizar su relevancia y jerarquía. Los cuadrados son útiles para separar ideas. El autor de la obra, el consultor y experto en marketing Kevin Ducan, ha recopilado un total de 50 diagramas y los ha acompañado de una explicación esquemática y un posterior ejercicio para ponerlos en práctica. Salvo cinco o seis diagramas muy populares en la literatura management, el resto han sido diseñados por él. El libro de los diagramas es muy asequible para el profano, pero estimulará también al iniciado a dotar de soluciones visuales los problemas. Un inicial puerto de acogida perfecto para el que no conoce demasiados diagramas. Interesante para jugar a convertir el lenguaje en una representación.

jueves, diciembre 04, 2014

Una negociación muy desigual



La semana pasada impartí una clase de Técnicas de Negociación en casos de Mediación Hipotecaria. La sesión se encuadraba dentro de un amplio curso que está llevando a cabo la Escuela Sevillana de Mediación. En la sesión presencial analizamos esas situaciones tremendamente trágicas en las que, dependiendo de si la situación de precariedad es pasajera o no, está en juego si una persona y su familia son expulsadas del circuito económico y por ende si caen o no a una más que probable vitalicia exclusión social. Una negociación entre un deudor y una entidad crediticia puede ejemplificar con lacerante exactitud la arquitectura de una negociación desigual. Son negociaciones en las que las partes son muy conscientes de que abordan el proceso desde posiciones de poder muy asimétricas. El deudor entra en mora cuando existen al menos tres impagos en la cuota de la hipoteca. Con los actuales factores ambientales de crisis y padeciendo unas brutales tasas de desempleo no es excesivamente difícil que una persona se vea abocada a un sobreendeudamiento sobrevenido en el que no hay actitud dolosa. Una de las condiciones que desaconseja la intervención de un tercero en una negociación se da precisamente cuando el poder está muy descompensado entre los protagonistas. El mediador que interviene en este proceso tiende a contravenir por mera inercia equitativa algunas de las características intrínsecas de toda mediación. Se enfrenta a un desasosegante dilema ético, porque resulta muy complicado no menoscabar la imparcialidad y suministrar apoyo a la parte no sólo más débil sino en muchos casos directamente inerme.

Uno de los prerrequisitos de toda negociación es intentar poseer una potente alternativa a la propia negociación antes de sentarse a la mesa. En casos de un desahucio o una ejecución hipotecaria, el acreedor dispone de una BATNA (acrónimo en inglés de Alternativa al mejor acuerdo negociado) no sólo muy atractiva sino que se adentra en los territorios de lo abusivo. Basta con iniciar la vía judicial para que tras el procedimiento quedarse con la vivienda y acaso también con el pago total del préstamo que aún quede pendiente. Sin embargo, la mejor alternativa del deudor, que dependerá de cada caso, puede ser inexistente, lo que lo convierte en absolutamente vulnerable. En la sesión yo defendí una idea que es básica en la literatura de la negociación. Si dos partes se sientan a negociar, es porque cada una de ellas posee algo que le interesa a la otra. Si una entidad hipotecaria acepta una mediación es porque ve que la otra parte puede colmar alguna de sus demandas, y que esa aportación puede ser mejor que su alternativa. Por mucha desigualdad de poder que exista en la promoción de un posible arreglo se pueden encontrar soluciones integradas que satisfagan la mayor cantidad posible de las necesidades de ambas partes. Ahí es donde hay que profundizar creativamente (en la reestructuración de la deuda, la dación en pago, o una dación en pago con opción de alquiler social) y hacerlo siempre desde un marco en el que se trate al otro como un aliado y no como un enemigo. Cierto que la desigualdad se mantiene, pero se puede amortiguar su presencia. Y recordar a lo largo del proceso algo muy relevante. En las negociaciones no sólo se intercambian dimensiones cuantitativas, también se dirimen las cualitativas. Conviene tenerlo presente.

martes, diciembre 02, 2014

Donde compartimos oxígeno deberíamos compartir también palabras

Como profesor de la Escuela Sevillana de Mediación, sus directores Javier Alés y Juan Diego Mata me invitaron a participar la semana pasada en una de sus habituales ideas. Grabar una breve charla sobre Conflictos y Mediación con un profano en la materia. La idea neurálgica de mi intervención fue que discutan las palabras para que no se peleen las personas. El ser humano dio un salto cualitativo en la historia de la humanidad el día que pasó de emplear la fuerza para satisfacer sus intereses a esgrimir pacientemente la palabra. Sigmund Freud escribió que la civilización se inauguró en el momento preciso en que uno de nuestros antepasados en vez de atacar a su congénere arrojándole enfurecidamente un sílex le profirió un insulto. Las palabras son la distancia más corta entre dos cerebros que anhelan entenderse, donde compartimos oxígeno con los demás deberíamos exigirnos compartir palabras, pero esta sofisticada tecnología no ha erradicado el uso de la fuerza y el uso de la violencia. Los seres humanos disponemos de la maravillosa creación del lenguaje (y de su siniestro envés, la mentira), pero simultáneamente también somos fácil presa de pulsiones primitivas que lo soslayan a la hora de conseguir nuestros propósitos. Necesitamos seguir reivindicando algo que de puro obvio se nos olvida. La palabra posee el patrimonio exclusivo de la solución de los conflictos. Por la fuerza se pueden terminar, pero no solucionar. Eso sólo le compete a la palabra. A la palabra educada, cívica, argumentada.

jueves, noviembre 27, 2014

En qué quedamos, ¿nos gusta o nos disgusta cambiar?



Se ha divulgado exitosamente una máxima que afirma que a las personas no nos gusta cambiar. Siento disentir de este enunciado hiperbólico y, como casi todo lo exagerado, divorciado de matices. Basta con echar una mirada en derredor para advertir que este aserto es falso. Si cambiar nos provocara esa animadversión que defienden los estudiosos de la gestión del cambio, el mundo líquido analizado por Zygmunt Bauman no podría haber alcanzado la profundidad que el sociólogo señala en su bibliografía. El mundo líquido testifica la contemporánea imposibilidad de arraigar sólidamente en ninguna parte, la constatación de que todo (relaciones sentimentales y laborales, profesión, trabajo, familia, pareja, amigos, ciudad, emociones, afecto, deseos, intereses, voluntades) ha devenido en muy frágil y por tanto quebradizo y tornadizo. No hay tierra firme sobre la que asentar un proyecto perdurable. Todo es tan voluble que no podemos solidificarnos en nada perenne. La obsolescencia programada destinada a los objetos para acelerar su ciclo de vida y estimular el consumo se ha instalado también en la esfera de los sujetos y por añadidura en su cada vez más veleidoso orbe emocional.

No quiero ser maximalista. Es cierto que en ocasiones el cambio nos provoca aversión. El motivo es simple. El cambio confabula contra la costumbre, que es esa actitud que nos permite ejecutar desempeños sin que seamos muy conscientes de que los estamos realizando. Uno de mis poetas favoritos en la adolescencia escribió un poema sobre la costumbre en el que la definía como una vieja ama de casa que se instala en el hogar y se anticipa a las tareas que nosotros pensábamos hacer. Nos encanta encontrarnos cómodos en los lugares y situaciones en los que la bendita rutina nos procura ingente ahorro de energía y atención. Somos muy renuentes a los cambios impuestos, a aquellos confinados a la decisión de un tercero, a los ambientales cuyo locus de control se sitúa obviamente lejos del perímetro de nuestra voluntad, a aquellos en los que no intuimos los beneficios ni a corto ni a largo plazo y sin embargo sí visualizamos con punzante nitidez los maleficios inmediatos o el advenimiento de factores inequitativos. Pero cuando todos estos vectores no protagonizan el cambio, nos apasiona mudar. Lo hacemos de manera veloz cuando profetizamos escenarios de mejora, cuando nos adentramos hacia ese lugar en el que nos encontraremos más guarecidos y más pertrechados de certidumbre que en el que nos hallamos ahora, cuando somos nosotros los que adoptamos la decisión y tenemos las riendas de los tiempos en los que se va implementando la mutación, cuando intuimos una regeneración en la que nuestra vida brotará de un modo casi inaugural. En esos cambios no hay resistencias. Conclusión. Nos gusta cambiar y no nos gusta cambiar. Esa es la respuesta exacta.

martes, noviembre 25, 2014

Día Internacional contra la Violencia de Género



Cartel diseñado por s2studio
Hoy se celebra el Día contra la violencia de género. Recuerdo que redactando un largo texto para un manual universitario de Persuasión y Argumentación me encontré con el escollo de definir qué es violencia. Después de abundantes disquisiciones con distintos compañeros y de contrastar mucha casuística di con una definición que soportaba las objeciones que habían convertido en inservibles todos los intentos anteriores: «Violencia es toda acción encaminada a modificar la voluntad de otro sin el concurso del diálogo». Obviamente esta definición me obligaba a desgranar una segunda para que no se desdibujase el contexto. Entiendo que un diálogo es una acción comunicativa, cívica y pacífica, que busca la comprensión de una situación o conducta entre diferentes actores a través de la polinización de argumentos susceptibles de ser refutados cuantas veces sean necesarias hasta dar con los que más les aproximen a una evidencia compartida. Eugenio D’Ors escribió, y quizá no sea exacto porque cito de memoria, que el diálogo son las nupcias entre la inteligencia y la cordialidad. Dos o más personas intercambian afirmaciones e ideas, pero lo hacen desde una esfera presidida por la concordia (la música que emana de dos corazones que buscan un acuerdo), requisito ineluctable para que germine el entendimiento mútuo. En la violencia de género no hay bondad, ni cordialidad, ni fraternidad, ni nada del envés admirable del ser humano. Se produce cuando un hombre revoca unilateralmente la voluntad de una mujer y, sin la participación del diálogo, le hace transitar contra su deseo hasta allí donde sin embargo el suyo queda satisfecho. No hay lazos de afabilidad entre el intelecto y la bondad. Hay agresión, o la amenaza de llevarla a cabo, coerción, subyugación, violencia verbal circundándolo todo, y en el otro lado sumisión, o atribución aviesa de la culpa, o el festín del miedo, toneladas de terror paralizando la fatigada voluntad. Jamás ha surgido nada decente de escenarios en los que se oficia el funeral del diálogo y se entroniza la fuerza como principio vertebrador de la convivencia. Ni a pequeña ni a gran escala. Al contrario. Es una vuelta a la lógica de la selva y al abrupto adiós a la civilización. El horror del que el ser humano, al conocer de lo que es capaz, quiere alejarse.

viernes, noviembre 21, 2014

¿Pero qué es una negociación?


Pintura de Mac Torne
En los cursos suelo entregar un listado de situaciones en las que se puede estar llevando a cabo una negociación o quizá no. Es una batería de contextos que estimula la reflexión y sobre todo invita a advertir que la negociación tiene una presencia casi ubicua en nuestras vidas. Los alumnos tienen que contestar si se trata de un proceso negociador, o no. Hay situaciones muy divertidas en las que las fronteras de la negociación se diluyen o se muestran muy borrosas, lo que provoca siempre un encendido debate sobre dónde situar los márgenes. A pesar de que la proximidad léxica nos empuja a creer que una negociación vincula con cuestiones de negocio y por lo tanto con el orbe pecuniario, no es ni mucho menos así. Una negociación es un mecanismo para reajustar intereses, para asignar recursos, para solucionar conflictos, para conciliar divergencias. Obviamente requiere como mínimo otro agente en el proceso que además intervenga y tenga capacidad de decisión. Yo siempre digo que para que se dé una situación de negociación se necesita interdependencia, (que se da cuando uno no puede de manera unilateral satisfacer sus propias demandas), intereses contrapuestos (que hay que ir limando para la satisfacción mutua de los litigantes) y acceder a la liturgia de las concesiones (si no hay concesión no hay negociación, habrá aceptación sumisión, evitación, agresión). Algunos autores señalan la posibilidad de negociar uno consigo mismo, pero en realidad más que negociar se trata de adoptar una decisión, o de resolver un dilema. Negociar trae implicita la presencia de otro que no soy yo. Es una herramienta implícita en la fisonomía de la sociabilidad.