Coffee, obra de David Park |
El deseo es una ficción empecinada en convertirse en real. No siempre es fácil satisfacerla, y ese es el motivo de que nos encomendemos al azar, al destino, a los nuevos guarismos del año estrenado, o a alguna entidad sobrenatural con el propósito de que interceda por nosotros y nos ayude en la trashumancia de la expectativa a su logro. Frente a la solicitud del cumplimiento de deseos, yo prefiero el cumplimiento de proyectos. Comparado con la pulsión un tanto evanescente del deseo, el proyecto se antoja un conglomerado de anhelos muy urdidos que nos ayuda a dibujar el contorno de los días que están por llegar. Requiere pensar lo que todavía no existe y colocar nuestras competencias y nuestras energías en esa dirección en aras de transfigurar la realidad y modearla según el autogobierno de nuestras posibilidades. No es tan iridiscente como el deseo, no es tan irresoluto como una meta, no es tan prosaico como un objetivo, pero al igual que les ocurre a todos ellos, el proyecto va igualmente conexo a la confianza, al cumplimiento de expectativas sobre las que planea una incertidumbre que tratamos de neutralizar con elementos diversos (habilidades, esfuerzo, perseverancia, paciencia, prudencia, conocimiento).
El proyecto da forma al futuro que queremos para nosotros y es una de las manifestaciones más inobjetables de nuestra condición de seres autónomos y proteicos. Más o menos todos confiamos en que el nuevo año que acabamos de desprecintar tratará con amabilidad nuestros proyectos. Como yo no discuto la meritocracia pero sí su asimétrica participación en un mundo embrollado de relaciones de poder y decisorios factores ambientales, ante el nacimiento de un año siempre me gusta pedir no que el nuevo año nos conceda nuestros propósitos, sino que no interfiera en que se cumplan aquellos que nos merecemos, que sea dócil con todos los proyectos de los que nos hayamos hecho dignos acreedores. Dicho de un modo más metafórico y también más bonito. Que uno por fin asalte los castillos de los que fue injustamente desterrado, o que siga habitando aquellos en los que se siente cómodo y querido. Suerte.
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