Obra de Kelsey Herderson |
La confianza consiste en entregar información de nosotros con la que se nos puede infligir daño. Se trataría
de una información arriesgada que podría modificar nuestra reputación en el círculo
íntimo o deteriorar nuestra imagen social. También podría ser contenido no del todo delicado pero que nos dolería si escapa del segmento privado al segmento público. Cuando confiamos en alguien
compartimos aquello que de otro modo sería impensable hacerlo, participamos algo
que no queremos que sepa nadie, o que solo saben aquellos que ya pertenecen al
reducido grupo de «íntimos». Y transferimos la información porque a pesar del
riesgo que supone la acción no dudamos de la lealtad de nuestro interlocutor,
que en el curso de esa transferencia se convierte también en un nuevo íntimo o
afianza ese rango en nuestra relación con él. Perder la confianza sería aquella situación en la que una persona ha utilizado nuestra información
y la ha sacado del templo sagrado de la intimidad compartida. Hace muchos años
yo escribí poéticamente que la confianza es poner en la mano del otro una daga porque damos por hecho
que en ningún momento la hundirá en nuestro estómago. Jocosamente también se dice que un amigo es
alguien que sabe todo de nosotros y aún así continúa siendo nuestro amigo. Dicho
ahora de un modo más académico. La confianza es el dinamismo en el que
depositamos una expectativa en el otro a sabiendas de que no va a quebrantarla.
Como toda expectativa, y por tanto como toda situación que se ubica en el
futuro, la confianza posee tasas de incertidumbre (una manera de definir la desconfianza), y aquí encontramos el tercer
vector que agregar al riesgo y al coste que asumimos compartiendo información privada.
Este dato es muy relevante porque parcela una situación de confianza de otra que no lo es. Para que se dé una situación en la que confiamos en alguien debemos asumir un coste personal en el caso de no ejecutarse como
esperábamos, la situación ha de estar surcada de incertidumbre, y la actuación de ese alguien en quien confiamos ha de escapar a nuestro control. Parece una contradicción, pero sólo puede haber confianza en situaciones que provocan al menos algo de desconfianza. Si no es así, la confianza no es necesaria. La confianza y la desconfianza se
mueven al unísono. Un ejemplo. «No digas nada de esto a nadie» es una expresión coloquial
que denota que la confianza plena cuando se comunicó la información no se tiene tan plenamente ahora y se solicita el compromiso de una promesa. La confianza es una manera de instalarse en las
interacciones y es la que permite que se puedan establecer relaciones sólidas
entre las personas. Si no tuviéramos
confianza con los demás, no podríamos compartir lo privado, y los seres humanos viviríamos
horriblemente confinados en el enclaustramiento geográfico de nosotros mismos. Aquí quiero introducir un matiz. Lo privado no
significa lo íntimo. Lo íntimo es esa parte de nosotros que no compartimos jamás
con nadie. A lo largo de toda su Teoría de los sentimientos Carlos Castilla del Pino explica que si algo del yo íntimo se comparte es
porque accede al yo privado, el territorio que sí compartimos con los «más íntimos». Se trata de esos momentos en los que susurramos un «confío mucho en ti» para
demostrar que lo que estamos contando es tan privado que solo te lo puedo
contar a ti. Quizá las palabras más hermosas que se le pueden decir a alguien
junto a «te quiero».
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