Obra de Alex Katz |
Siempre he defendido que donde
hay afecto la ética no hace falta. Hace unos días comentaba en otro artículo que
en mis cursos suelo explicar el dilema del prisionero. La policía arresta
a dos sospechosos, los incomunica en celdas diferentes y les propone elegir
entre confesarse culpables o inocentes de un delito. El trato es el siguiente.
Si ambos confiesan, serán condenados a seis años de prisión; si ninguno
confiesa, la condena será de un año; pero si uno de ellos confiesa y el otro
no, el primero será liberado y el segundo sufrirá una pena de diez años. Los alumnos empiezan a especular y no tienen
nada claro qué decisión tomar puesto que sospechan que el otro prisionero les traicionará. Ahora bien, si ese otro prisionero es una persona
a la que quieren y les quiere, no tardan ni un segundo en elegir la opción que más beneficia a ambos. El amor explica esta reacción. En su sentido primigenio la
palabra amor no vinculaba ni con la sexualidad ni con la atracción física ni con la
libido. La palabra amor proviene de la palabra amma, madre, (de aquí también procede la palabra amistad) y del
verbo latino amare, amar, dar caricias
de madre. El sufijo or es el efecto
de esa acción. Por tanto el amor es una actividad que se concreta en cuidar al
otro, atenderlo (es decir, poner la atención en él), asistirlo. Yo vindico que no hay mayor cuidado que el que en la vida de cualquier
ser
humano se cumplan estrictamente los Derechos Humanos. Como somos seres tremendamente frágiles y vulnerables, como el cuerpo se deteriora y es ineluctable la decrepitud de la carne, como el dolor acecha sin tregua para asestarnos algún golpe, el cuidado es tan inapelable en la aventura humana que algunos autores lo elevan a la
misma categoría que la justicia. Igual que existe la justicia para todos, todos deberíamos tener garantizado el cuidado.
Cuando hay amor
y cuidamos al otro, la ética, que es incluir al otro en mis deliberaciones y
actuar conforme a la opción que más nos conviene a ambos, sobra. Hace unos días
leí a Savater en Invitación a la ética
algo parecido que me congratuló, porque ratificaba la tesis que yo defiendo en Los sentimientos también tienen razón.
Savater empleaba un símil precioso para argumentar su tesis. Donde hay amor no
hace falta ética, del mismo modo que donde
brilla el sol es innecesaria la luz de una bombilla. Cuando amamos al otro le otorgamos una condición
de existencia incanjeable, descubrimos su singularidad, cuidamos su dignidad. Le afirmamos de la misma
manera que nos afirman cuando nos aman. Quizá acaso esta constatación convierta a la criatura humana en un mendigo de
cariño y reconocimiento o, esgrimiendo el
argot psicológico, un menesteroso de afiliación y afectividad. Leamos de nuevo a Savater: «Donde el
amor se instaura, sobra la ética y deja de tener sentido la virtud. Los
objetivos de la virtud (valor, generosidad, humanidad, solidaridad, justicia)
lo consigue el amor sin proponérselo siquiera, sin esfuerzo ni disciplina». Quizá ahora se entienda mejor la célebre
exhortación de San Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Aunque suene a proclama
libertina, es una fórmula enteramente ética.
Quizá la más ética de todas.
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Cuidémonos los unos a los otros.
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