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martes, enero 22, 2019

Sin convencimiento mutuo ningún conflicto se soluciona

Tallas de madera de Peter Demetz
Ayer lunes 21 de enero se celebró el Día Europeo de la Mediación. Conozco a muchas mediadoras y a muchos mediadores que con diligencia de hormigas promocionan los beneficios afectivos, sentimentales, relacionales, económicos, temporales, o de preservación de la intimidad, que supone acudir a una mediación y no a la vía judicial para intentar desactivar una desavenencia. Desde aquí les mando un fuerte abrazo y me adhiero a su necesaria labor divulgativa. La mediación se consagra como una negociación destinada a que dos partes acuerden entre ellas la satisfacción de sus intereses con la intervención de un tercero aceptado por ellas, que vehiculará el proceso con el fin de optimizarlo. Este tercero estimula la búsqueda de un espacio de intersección entre los afectados y lo hace desde una posición neutral, imparcial y sin poder de decisión. Lo que acabo de escribir aquí se puede leer en cualquier libro de la abundante producción literaria en torno a la conflictología. Lo que sin embargo echo en falta en esa misma bibliografía es una apología de la convicción, la relevancia de construir convencimiento mutuo sin el cual no se zanja ningún conflicto.

La creación de convicción intersubjetiva por parte de los agentes en conflicto es ineluctablemente el mayor logro de la mediación como proceso de coimplicación tutelado. De este cometido profundamente conectado con la experiencia humana hablaré este próximo viernes 25 en la I Jornada Gaditana de Mediación organizada por Amefa Cádiz y el Despacho Jiménez Caro. Ser soberanos plenos de la decisión final adoptada es el auténtico suministro de convicción. Aquí radica la necesidad de levantar espacios deliberativos en los que aquello que se decide puede llegarse a ser incluso menos capital que la práctica de entrelazamiento consensuado con la que se ha decidido. La deliberación que facilita el proceso mediador crea un espacio para la alfabetización discursiva, pero también para la sentimental, para lograr la deambulación de narrativas con el propósito de que hallen un punto de convergencia llamado solución. La trashumancia del disenso al consenso solo se logra si se acepta la deliberación en marcos de diálogo protocolizados por normas de argumentación. A veces se nos olvida, pero sin convicción no hay solución, o la hay fisurada, o se confunde con un tiempo muerto, o con la latencia. La solución solo se corona con presupuestos de cooperación dialogada.

Cuando hablo de diálogo lo hago desde la dimensión de estructura ética más que de instrumento comunicativo. La palabra ecológica y civilizada crea el marco común en el que se trata de revisar juntos las razones del conflicto para pensarlas de forma distinta, inferir modos de limar la colisión, pero desde una vocación de respeto al otro en el que no hay cabida para la distorsión emocional, la interferencia del lenguaje venenoso o la invasión de malevolencia en el desenterramiento de intenciones. Hay cierta sacralidad cuando un corazón desea entenderse con otro a través del despliegue de cordura, que es exactamente lo que aparece en la trastienda semántica de esta palabra. Cordura proviene de cor-cordis, corazón, y ura es el sufijo que denota actividad. Cordura es la actividad del corazón, que liga con la sensatez, de lo que se puede silogizar que lo sensato es regir la divergencia con el corazón, que a su vez es una manera de solicitar comprensión hacia las acciones del otro. Solo desde esa comprensión se pueden abrir significados nuevos que proporcionen preguntas diferentes para encontrar soluciones no vislumbradas con anterioridad (que son las que han provocado el problema, palabra muy elocuente que etimológicamente significa impedimento situado en mitad del camino).

Frente a otros métodos de resolución de conflictos con los que comparte lazos de parentesco, la mediación no implica la delegación de la inteligencia reflexiva para la construcción de una convicción, sino la apertura de prácticas para el intercambio deliberativo de argumentos en los que los agentes construyen mundo reajustando sus expectativas al ir conociendo las de su interlocutor. En tanto que la solución es una empresa de sinergias, se necesita la construcción de un relato convergente en el que las partes se comprendan como premisa insorteable para la disolución del problema. Cuando dos o más personas hablan no solo dicen, también hacen, porque el hablar es performativo y configura nuevas realidades con la mera pronunciación de palabras y sintagmas. Por eso clichés como que «hablando no se consigue nada» son tremendamente perniciosos tanto para la acción ética como para la acción política entendida como forma de articular la convivencia. La deliberación es un dominio de intelección para pensarnos de modo distinto. La deliberación y el diálogo práctico transforman los modos de sentir, pensar, decir. Huelga añadirlo, pero la narración en la que habita el conflicto solo se soluciona con otra narración cuya redacción y coautoría pertenece en exclusividad a los afectados. He aquí la bondad de la mediación.



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