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Obra de Mary Sales |
En el lenguaje coloquial es tristemente usual la expresión «ganarse la vida». Se esgrime para indicar que una persona ha de obtener ingresos con el objeto de poder hacer frente a sus necesidades vitales. «Ganarse la vida» deviene tarea en la que una persona vende tiempo y habilidad para ser retribuida con un pago periódico que llamamos salario, o emolumento si es a cambio de un proyecto autónomo en el que también deposita tiempo y destreza epistémica. «Ganarse la vida» no tiene que ver con lo electivo de la vida, sino con sustentar las necesidades
que nos acucian en tanto que somos entidades biológicas. Ninguna persona se gana la vida con un trabajo por cuenta propia o ajena porque ya posee la vida
desde el instante prodigioso en que fue concebida. Si el lenguaje fuera inocuo y no ideológicamente performativo diríamos que se trata simplemente de encontrar formas monetarias con las que adquirir bienes para cubrir necesidades. «Ganarse la vida» explicita cómo la retórica afecta a la mirada, permea en la construcción de la subjetividad y constituye imaginarios con invasiva centralidad en la vida compartida. La realidad discursiva engendra realidad política.
A través de un sorprendente malabarismo semántico, la expresión «ganarse la vida» eleva el capital a la categoría biológica de la vida, como si fueran dos entidades sinónimas y por tanto con valor análogo. Esta sinonimia también prorrumpe cuando en las conversaciones se sustituye la pregunta «¿en qué trabajas?», que formulada con más corrección debería ser «¿cómo adquieres ingresos?», por la enigmática «¿qué eres?». La complejidad inextricable de la identidad humana se simplifica en identidad laboral. Llama la atención cómo trabajo y vida se superponen como si conformaran una unidad, y provoca rareza porque una de las características de la obtención de ingresos es la de malbaratar tiempo de vida en favor de un tiempo de producción que en muchas más veces de las deseadas no aporta nada relevante a la existencia, tan solo dinero, con frecuencia en cantidades exiguas e inicuas, o directamente daña el cuerpo y enajena el intelecto. No quiero banalizar el dinero, porque es tan relevante que es lo que reclamamos a cambio de entregar la disponibilidad de nuestro tiempo. El dinero es primordial cuando escasea, pero queda desligado de las fuentes de alegría cuando las necesidades básicas están satisfechas. Recibir una retribución salarial a través de un empleo que fagocita las mejores horas del día todos los días se ha naturalizado tanto que ha sido expurgado de nuestra imaginación crítica. En su último ensayo, El bucle invisible, Remedios Zafra comparte su asombro al comprobar «la legitimación de que es normal ocupar la totalidad de nuestros tiempos de vida con trabajo y conexión». Este absolutismo laboral (Zafra lo nomina vidas-trabajo) se atestigua cuando enunciamos que vivimos de la profesión que desempeñamos. Confundimos narrativamente obtener recursos económicos (actividad lucrativa) con existir (hacer algo con la existencia), y estar vivos (un fenómeno biológico) con sentirnos vivos (una evaluación afectiva).
«El verdadero plebiscito diario es la elección entre el no a la muerte y el sí a la vida», escribe Bernat Castany Prado en el sublime sin interrupción ensayo Una filosofía del miedo. Curiosamente ganarse la vida es una de las formas más sencillas de perderla, esto es, derogar el sí a la vida en favor de una alienación que mata gradual e incruentamente. Las lógicas de productividad y rentabilidad capitalistas intentan acortar los tiempos y fijarse tan solo en el resultado económico, siempre incrementándolo con respecto al ejercicio anterior. Erradican de la ecuación el placer de hacer y lo colocan en el
valor económico que deriva de lo hecho. Es un choque frontal con la vida, porque las
motivaciones que más enraízan en las personas no tienen que ver con el resultado
final, sino con aquello que nos permite disfrutar hasta llegar a él. Las derivas del mundo económico desdeñan el camino y anclan toda su atención en
el resultado. De ahí que, como personas subyugadas a tener que ganarnos la vida, nos «moviliza más un terminar por fin que el hacerlo bien», como escribe Remedios Zafra en las páginas finales de su ensayo. Sin embargo, sentirse vivo es hacer bien, que no rápido ni rentable, aquello que uno ama tanto que está deseando volver a hacerlo porque en ese quehacer está involucrado todo lo más valioso de su ser. Y se anhela hacerlo no solo bien, sino mejor que la vez anterior. Así en un bucle que llamamos sentido y plenitud.
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