El ejemplo es el único discurso que no necesita
palabras, cierto, pero es un discurso que sí necesita saber qué palabras son
las que hay que ejemplificar. Los seres humanos absorbemos e interiorizamos la
conducta de aquellas personas que han obtenido éxito, que son admiradas por el
resto de la tribu. Intentamos clonar sus patrones de comportamiento con la
esperanza de que también así obtengamos parte de esa recompensa, que a nosotros
la realidad nos trate con la misma cordialidad que brinda a quien se ha
conducido de ese modo. Se trata de un aprendizaje por modelado. Un aprendizaje
vicario en el que voluntaria o involuntariamente evaluamos a los demás y
reproducimos aquellas pautas que han sido validadas por el argumentario social
y a las que se le ha concedido algún tipo de gratificación. Ese premio no es
necesariamente monetario. Puede ser un elogio, un aplauso, un aumento de la
cotización social, una muestra de cariño, el reconocimiento del grupo a algo
bien hecho. De ahí la relevancia de la ejemplaridad, de elegir moldes que nos
proporcionen versiones mejoradas de nosotros mismos en vez de empujarnos a
procesos de que estimulen nuestra propia miniaturización. Hay que mimetizarse
con lo que nos abrillanta, no con lo que nos deslustra.
Con esta perpetua evaluación y selección se
configura nuestro mapa de valores, aquello que resulta central para nosotros,
aquello que por ser relevante para nuestra persona lo hacemos sin ninguna
sensación de esfuerzo, pero que a cualquier otro con un código axial distinto
al nuestro le resultaría una tarea enojosa e ímproba. Platón escribió que
educar no es otra cosa que enseñar a admirar lo admirable. Hay que aprender a
discernir lo admirable de lo que no lo es, lo plausible de lo execrable, lo que
merece la admiración de lo que se hace acreedor de un reproche, lo que nos
multiplica de lo que nos vuelve herrumbrosos. Pero no podemos quedarnos sólo
ahí, empantanados en una teoría que sin más deviene estéril. Hay que dar dos
pasos más al frente, dos decisiones para saltar a la acción, que es donde la
vida se solidifica y habita entre nosotros. Reproducir en nuestra conducta lo
admirable y sabotear lo abyecto. No hay mayor enseñanza posible para los que
nos circundan y nada más eficaz para adecentar el mundo. La buena noticia es
que este tipo de educación no requiere la participación de ningún esfuerzo
adicional. El ejemplo se encargará de ello. Se trata de la única pedagogía en
la que uno no tiene que hacer nada para dar clase.