Miradas, del Ernest Descals |
En ese libro repleto de consejos
que es El arte de la prudencia,
Baltasar Gracián prescribía una conducta insuperable para que lo mejor de
nosotros solidificara en nuestros actos: «Actúa como si te estuviera observando
todo el mundo». El motivo era sencillo. Tendemos a salvaguardar nuestra
coherencia, ajustarnos a las expectativas de los demás y buscar su aprobación o rehuir su desaprobación
para mantener incólume nuestra reputación. Muchos se niegan a aceptarlo, pero
nos convertimos en la persona que somos
gracias a la participación directa e indirecta de los demás. También hay
una relectura negativa de los ojos de los demás, esa mirada fiscalizadora que
empuja a que yo modifique mi forma de actuar. Sartre lo resumió muy bien: «el
infierno son los otros». Los demás se convierten en el tártaro porque al
acceder a mi perímetro visual me dotan de ética, convierten mi conducta en
materia evaluable. A mí me gusta corregir esta idea de Sartre porque la forma
de expresarla puede conducir a muchos equívocos, a pesar de que sé que su
reflexión central es irrefutable. El infierno no son los otros, el infierno es
una vida en la que no hay otros.
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Los demás habitan en nuestros sentimientos.
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