Freud señaló que la civilización
se inauguró el día en que un ser humano en vez de atacar a su enemigo con la
punta afilada de un sílex le profirió un insulto. Utilizó la palabra en vez de
la fuerza. Sin embargo, lo contrario de la fuerza no es el
despliegue de la palabra, lo contrario de la violencia no consiste en la eventualidad del habla. El ideal que
perseguimos en la tarea de humanizarnos necesita un tipo de palabra concreto en
una estructura que nos predisponga éticamente a entender a la otredad con la
que existimos al unísono. Cuando esa palabra y esa estructura protagonizan las interacciones, la
inteligencia vence a la fuerza y el ser humano se aproxima al ser que sería
bueno que fuéramos. Tras la experiencia inaugural de la palabra, este nuevo régimen necesita indefectiblemente una ecología de la palabra educada para maximizar su desempeño civilizatorio, una tecnología para hacernos visibles y unos recursos para compatibilizar la discrepancia. He aquí citados los títulos de los cuatro capítulos que conforman El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza.
La larga investigación en este particular ecosistema me hace ahora asentir sin apenas asomo de duda que lo más medular de la experiencia del diálogo depende de elementos que no vinculan con el diálogo en su visión más estereotipada. Una observación reduccionista relee el diálogo como competencia para la comunicación eficaz, pero esta acepción miniaturiza e incluso en ocasiones ningunea el logo que el diálogo porta en su etimología y en su quintaesencia. Dos no se entienden si uno no quiere, pero para entenderse es necesario que los agentes discursivos anhelen entenderse. Ese deseo es anterior al evento comunicativo. El diálogo demanda una inclinación ética que dé paso al concurso de los sentimientos de apertura y atenúe los sentimientos de clausura, el único modo en el que la inteligencia puede triunfar sobre la fuerza. Diálogo y ética acaban siendo una misma magnitud afanada en incluir al otro en nosotros. Es en esta geografía radicalmente humana donde este ensayo fija su atención. Y lo hace desde la plena conciencia de que este triunfo, cuando acontece, que no es siempre, vive en una permanente transitoriedad. O se renueva a cada instante, o se retrocede a cada momento.
(·) El libro se puede adquirir clikeando aquí.
Artículos relacionados:
La capital del mundo es nosotros.
La bondad convierte el diálogo en un verdadero diálogo.
La trilogía "Existencias al unísono" en la editorial CulBuks.
La larga investigación en este particular ecosistema me hace ahora asentir sin apenas asomo de duda que lo más medular de la experiencia del diálogo depende de elementos que no vinculan con el diálogo en su visión más estereotipada. Una observación reduccionista relee el diálogo como competencia para la comunicación eficaz, pero esta acepción miniaturiza e incluso en ocasiones ningunea el logo que el diálogo porta en su etimología y en su quintaesencia. Dos no se entienden si uno no quiere, pero para entenderse es necesario que los agentes discursivos anhelen entenderse. Ese deseo es anterior al evento comunicativo. El diálogo demanda una inclinación ética que dé paso al concurso de los sentimientos de apertura y atenúe los sentimientos de clausura, el único modo en el que la inteligencia puede triunfar sobre la fuerza. Diálogo y ética acaban siendo una misma magnitud afanada en incluir al otro en nosotros. Es en esta geografía radicalmente humana donde este ensayo fija su atención. Y lo hace desde la plena conciencia de que este triunfo, cuando acontece, que no es siempre, vive en una permanente transitoriedad. O se renueva a cada instante, o se retrocede a cada momento.
(·) El libro se puede adquirir clikeando aquí.
Artículos relacionados:
La capital del mundo es nosotros.
La bondad convierte el diálogo en un verdadero diálogo.
La trilogía "Existencias al unísono" en la editorial CulBuks.