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jueves, julio 31, 2025

Cerrado por vacaciones

Gracias por visitar una temporada más el Espacio Suma NO Cero. Este lugar de análisis de las interacciones humanas permanecerá cerrado por vacaciones desde hoy jueves 31 de julio hasta mediados del próximo mes de septiembre. Es un cierre metafórico que se repite desde su inauguración en 2014. Queda abierto el acceso a la lectura de cualquiera de los artículos editados hasta la fecha, pero no se publicará ningún texto nuevo semanal. Me encantará volver a coincidir en este hogar digital en el inicio del nuevo curso académico. Será con el arranque de la undécima temporada 2025-2026. La cita seguirá siendo cada martes. Hasta entonces. Buen verano a todas y todos. Un abrazo.

 

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martes, julio 29, 2025

Pensar fuera del binomio optimismo-pesimismo

Obra de Edward Gordon

En una época de mi vida en la que las contrariedades se me agolpaban y no había forma de alcanzar los propósitos en los que colocaba más perseverancia, ingenio y denuedo, acuñé un aforismo que me repetía como si fuera un mantra: «me va todo tan mal que no me puedo permitir ser pesimisma».  En las páginas de su último ensayo, La vacuna contra la insensatez (Ariel, 2025), José Antonio Marina alude a un grafiti muy elocuente que ahonda en esta misma dirección: «hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores». Rebecca Solnit legitima la comparecencia de la desesperanza en los sentimientos, pero no en los análisis, porque el futuro no está hecho aún, y lo que pueda suceder en ese espacio abierto está muy determinado por lo que hagamos que ocurra en la imprevisibilidad del presente. Dicho con otras palabras. Es normal desolarse cuando las cosas van mal, es insensato aventurar que no van a ir bien. 

Vivimos aquejados por la tiranía de la superioridad pesimista. Se suele afirmar que una persona optimista es una persona mal informada, de ahí que se la descalifique como ilusa, ingenua, o buenista. Por el contrario, al pesimismo se le concede holgura epistémica y una brillante lucidez que además nadie necesita acreditar. Esta asignación de valores ha fomentado que quien aspira a gozar de prestigio intelectual secunde un disciplinado pesimismo, y si desea aumentar su aura, no repare en inflacionar sus ideaciones luctuosas. A diferencia de las personas optimistas, a quienes se les urge a que demuestren la pertinencia de sus argumentos, a las pesimistas no se les exige discursivamente nada cuando anuncian la irreversibilidad de lo que va mal. Huelga explicar que mostrarse pesimista no acarrea exigencia cognitiva alguna. Basta con oscurecer las apreciaciones sobre la realidad, y por supuesto negarle su condición de cónclave de posibilidades. También prestigia presentar enmiendas a la totalidad, o elevar al rango de categoría infrangible lo que no es sino una anécdota aislada. Con una asombrosa facilidad conferimos verosimilitud a los mensajes dicotómicos, absolutos, totalizadores, reduccionistas, catastrofistas, inapelables, siempre y cuando ofrezcan motivos para amedrentarnos o indignarnos. Recuerdo acudir a una asamblea activista en una plaza en la que de repente se puso a llover. La mayoría de quienes asistíamos corrimos a guarecernos de la lluvia. Entonces una persona gritó totalmente airada: «¿Cómo vamos a cambiar el mundo si porque llueva suspendemos la asamblea?». Era una interrogación tramposa que cumplía a rajatabla el manual del pesimista indignado y totalizador. Quien lea este artículo convendrá que es perfectamente compatible aspirar a mejorar el mundo y no acabar empapado. 

Existe un posicionamiento inteligente que sostiene que pensar el mundo desde la dicotomía optimismo-pesimismo adolece de falta de sentido. Byung-Chul Han afirma en El espíritu de la esperanza que «en el fondo, el pesimismo no se diferencia tanto del optimismo. En realidad, es su reflejo inverso. (...) Tanto el optimista como el pesimista son ciegos para las posibilidades. Nada saben de eventos que puedan dar un giro sorprendente al curso de los acontecimientos. Carecen de imaginación para lo nuevo». Noam Chomsky define a la persona ejemplar como aquella que sigue intentándolo a pesar de que sabe que no hay esperanza. En su ensayo Optimismo contra el desaliento desmenuza esta aparente aporía. No podemos saber si la situación en la que nos encontramos es irrevocable o mejorable, pero «lo que sí que sabemos, sin embargo, es que si sucumbimos a la desesperación ayudaremos a asegurar que lo peor pase. Y si tomamos las esperanzas que existen y trabajamos para hacer el mejor uso de ellas, podría haber un mundo mejor»

En Una filosofía del miedo, el agudo Bernat Castany Prado da en la clave: «La confianza en el mundo no es optimismo. Es algo más parecido al viejo argumento kantiano según el cual, si actuamos como si existiera el progreso, entonces nuestras acciones serán de tal tipo que puede que hagan que la historia progrese». Los desenlaces aún no han acontecido y se construyen sobre aquello que hacemos que ocurra. Si alentamos una situación, aumentan las posibilidades de que se dé la situación alentada. Esta forma de instalación en la existencia sirve tanto para las expectativas biográficas como para la imaginación política de construir un  mundo más decente y confortable para quienes lo habitamos ahora pero también para quienes serán sus huéspedes mañana. Se requiere pensar de otro modo para imaginar de otro modo y actuar de otra manera. Leernos desde otras temporalidades y otras perspectivas que inspiren a intervenir en los espacios de acción más allá del binomio reductor optimismo y pesimismo. Aquí termina la undécima temporada de este Espacio Suma NO Cero, la cita semanal en la que todos los martes del curso académico he compartido mi voz y mi mirada sedimentada en escritura. Ojalá quienes hayáis leído estos artículos hayáis encontrado en ellos un buen motivo para dialogar con vuestra propia persona.  Buen verano para todas y todos.

 

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martes, julio 22, 2025

Memoria para impugnar el presente e imaginación para crear el futuro

Obra de Anna Davis y Daniel Rueda

Leo en el formidable último libro de la escritora y activista Rebecca Solnit, El camino inesperado, que «si la gente es miope cuando mira al pasado, también lo es cuando mira al futuro».  Estudiar la historia humana desde marcos temporales amplios supone contrarrestar esas dioptrías cognitivas y comprobar con evidencia empírica cómo van mutando las mentalidades, que son las que cambian el mundo que habitan esas mismas mentalidades. Solnit describe con una belleza conmovedora la enorme pedagogía disidente que alberga el análisis de la historia de la humanidad, «contemplar el lento transitar de las ideas desde los márgenes hasta el centro, ver cómo aquello que primero es invisible y después se considera imposible se acaba convirtiendo en algo ampliamente aceptado». La historia no es que esté atestada de ejemplos que nos enseñan que lo que una vez se consideró descabellado ahora nos parece tan necesario que ya no podemos concebir el mundo sin su presencia, es que está constituida por este poderoso e inacabable impulso de inteligencia creadora. Para observar algo así se requiere amplia mirada histórica. Desafortunadamente nuestras deliberaciones sobre lo posible utilizan la corta de alcance mirada biográfica. 

Uno de los propósitos más encomiables de la evaluación crítica es no dar por sentado lo que damos por sentado, o al menos someter a escrutinio por qué damos por sentado lo que quizá es muy discutible, y la mirada histórica es fantástica para este cometido que pone en entredicho la inmutabilidad del presente con la ayuda del pasado. Contemplar en retrospectiva cómo se registraron cambios que eludieron la capacidad predictiva de los analistas de la época es un motivo más que suficiente para que no le pongamos ninguna traba a nuestra imaginación. La memoria es una colaboradora inestimable para la imaginación y la novedad, del mismo modo que la amnesia o el olvido son coadyuvantes de lo establecido, de alentar una inacción ignorante de la historia y los perennes cambios que la configuran. Ocurre que estamos anegados de noticias de actualidad, una hiperinflación de estímulos informativos desperdigados y fragmentados que opacan la historia y la posibilidad de entenderla con criterios de causalidad. La actualidad es información sin pasado y sin contexto, que es el lugar donde habitan los matices, las especificidades, los pormenores, aquello que hace que las realidades se vayan determinando de una manera en vez de otra. Esta sobresaturación de actualidad y ruido del ahora promociona un pensamiento apresurado que desdeña el análisis contextual y se olvida de cómo las ideas se forjan de manera incremental más que de forma explosiva, omisión funesta para fomentar conciencia y activismo. Solnit explica que «una de las cosas que desaparecen cuando solo se mira lo inmediato es que prácticamente todo cambio es gradual y que incluso las victorias absolutas suelen ir precedidas de pasos intermedios». Utiliza una metáfora hermosa para ilustrar esta orillada obviedad. «Hay que recordar que un roble fue una bellota y después un frágil arbolillo».

Daniel Innerarity cifra en cinco las grandes dimensiones de la inteligencia humana, que se pueden sintetizar en disponer de una poderosa imaginación y aplicar sobre sus resultados exigentes criterios de evaluación: capacidad de habérsela con la novedad, cuestionamiento y ruptura con lo existente, capacidad crítica, gestión de la incertidumbre y aportación de nuevas ideas. La imaginación tiene un papel estelar en el cometido epistemológico, y resulta harto incompresible cómo ha sido relegada de la creación política. ¿Por qué apenas empleamos potencia imaginativa en dilucidar qué tendría que ser una vida buena en el tiempo histórico y tecnológico que nos toca vivir? ¿Por qué que aceptamos que hace años no podíamos imaginar lo que ahora es factible y sin embargo nos cuesta tanto admitir que pueda ser factible dentro de unos años lo que ahora imaginan quienes cultivan esa fabulosa facultad cognitiva, o directamente lo reprobamos como quimérico e imposible? Si vivimos en un mundo inimaginable para nuestros antepasados, por qué esta cerrazón a imaginar en el horizonte formas más reconfortantes y justas de organizar la existencia. Los filósofos Nick Srnicek y Alex Willlian hablan de parálisis en el imaginario político. En Los límites de lo posible Alberto Santamaría sostiene que «la imaginación ha ido perdiendo progresivamente su estructura crítica, su factor desestabilizador del orden en tanto que desvío de los postulados comerciales».  

Creo que esta preocupante deriva y esclerosis de la imaginación encuentra alianzas cognitivas en el sesgo de la negatividad que hace que propendamos a fijarnos en aquello que nos provoca miedo o indignación, que además es el nutriente natural de los informativos diarios. Este tropismo es muy dañino para la imaginación política puesto que antepone la resistencia a lo que nos provoca temor sobre aquello susceptible de darle una forma más gratificante al futuro y a las posibilidades de acción. Es muy palmario que todo lo que vemos ahora a nuestro alrededor hubo un momento en que no existió, y si ahora existe es porque alguien tuvo la osadía de imaginarlo. Solnit nos precave contra el desaliento y la inacción tan propios de la mirada biográfica: «El mundo está escrito por un número infinito de personas, una de las cuales eres tú, y los desenlaces sorprendentes a menudo se deben a la intervención de actores a los que se había menospreciado». Conviene recordarlo entre tanta actualidad.

 

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jueves, julio 17, 2025

Entrevista

Publicada originalmente en ABC Sevilla (11.Julio.2025).

Redacción: Andrés González-Barba


José Miguel Valle (Bilbao, 1968) es un filósofo y profesor que ha abordado distintos temas a través de sus libros. Recientemente ha publicado 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia' (editorial Alvarellos), un ensayo donde aborda la ética de la bondad, poniendo en diálogo a esta última con los cuidados, la ética, la política, la justicia, el conocimiento, la dignidad, la agencia, los afectos o el amor.

Antes del libro, todo empezó con el artículo 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia', que escribiste en tu blog y que contó con más de un millón de visitas. Luego apareció en 'Cultura Inquieta' y volvió a hacerse viral. 

Así es. Desde hace once años todos los martes escribo y publico un artículo en el blog Espacio Suma NO Cero. Allí delibero sobre cuestiones vinculadas con la interacción humana y la vida en común. La mañana que escribí el viralizado texto de la bondad fue una mañana como otra cualquiera. De hecho, nada más publicarlo me olvidé de él y proseguí con mis dinámicas de trabajo cognitivo. Tanto en la forma como en el fondo el artículo era similar a todos los que llevaba escritos hasta ese momento. El estilo autoral era análogo, y las ideas afectivas que abordaba en él apenas diferían de las de otros artículos precedentes. Fue una sorpresa mayúscula que el texto tuviera una audiencia tan exorbitante. En una semana había sobrepasado el millón de visitas, y, como bien apuntas, cuando lo publicó Cultura Inquieta, más de un millón y medio de personas decidió tras su lectura compartirlo en sus redes sociales. La narración de este episodio tan sorprendente, la interacción que entablaron conmigo quienes lo leyeron y quisieron aportar matices sobre la concordancia entre inteligencia y bondad, o la rotunda negación de este nexo, más el análisis de la propia bondad y sus correlatos éticos, son el núcleo del libro.

¿Por qué la bondad puede interesar tanto en una sociedad como la actual en donde hay tanta competitividad y a muchas personas no les importa 'pisar' al prójimo?

La contestación a tu pregunta es el contenido de uno de los capítulos del libro. Son muchas las posibles respuestas. En el fragor de la vida cotidiana se nos olvida que somos seres interdependientes, ecodependientes, vulnerables y mortales. Los trajines diarios son formidables para la desmemoria de nuestra propia configuración. Sin embargo, cuando ponemos en suspensión el ajetreo del día a día se intelige fácilmente que sin la cooperación de los demás no podríamos ser el ser humano que somos. Anhelamos un mundo donde se nos trate conforme a la titularidad de una dignidad que nos da derecho a tener derechos, ser cuidados y respetados, y a la vez nos insta al deber de tratar así a los demás. En las páginas del libro explico detalladamente el motivo de este anhelo y por qué concuerda con la inteligencia.

¿En qué medida la bondad es un síntoma de inteligencia? 

En un escenario de interdependencia la actitud más sabia es la de reciprocar. La razón cooperativa nació antes que la razón instrumental. Gracias a la cooperación, al apoyo mutuo, por expresarlo en términos de Kropotkin, una persona puede pensar en sus intereses, pero teniendo en cuenta los intereses de los demás, prerrequisito para que los demás consideren los suyos. ¿Hay una forma de habitar la vida compartida más lúcida que la de una bondad que deviene en predisposición a la cooperación y el cuidado, y al anhelo político de lo justo y lo conveniente? Esta es la cartografía que invoco en el libro.

¿Cómo se puede reflexionar sobre la bondad en el ser humano teniendo dirigentes mundiales con tan pocos escrúpulos como Putin y Trump?

Precisamente la existencia de personas indolentes ante el dolor que provocan, o de instituciones impertérritas ante el daño que infligen a los menos aventajados, nos urge a deliberar en la plaza pública qué vida en común queremos y cómo queremos vivirla sabiéndonos entidades que hemos hecho de la convivencia un destino irrevocable. Que el ser humano haya creado la noción del mal, o de pocos escrúpulos, como indicas en tu pregunta, habla muy bien de él. Todos los comportamientos que presumimos reprobables solo se explican desde una idea de bien que vinculamos con lo más humano del ser humano. Sin embargo, creo que el sesgo de la negatividad nos hace recrearnos mucho en señalar lo aciago de la existencia y nos coarta la imaginación para dedicarla a la ficción ética de encontrar horizontes de mejora. Mi propuesta discursiva es pensar posibilidades, decantarnos por enfoques proactivos y no solo reactivos. No reducir el pensamiento a la indignación que brota ante lo injusto, sino desplegarlo también en configurar futuros inspirados por lo que consideramos admirable.

A menudo se ha tenido la idea de que la filosofía es como una especie de ente intelectual apartado de las necesidades del ser humano, pero este ensayo demuestra que tu texto está al día de todas las vivencias sociales y que no escribes de 'oídas', sino como un investigador que vive en el mundo que le ha tocado vivir, en la sociedad del siglo XXI.

La filosofía es el sustantivo del verbo pensar. Pensamos para acomodarnos en el mundo, vivir de una manera más aproximada a lo que consideramos que debería ser una vida buena. Estos horizontes referenciales que infunden orientación y sosiego solo son posibles a través del pensamiento. Pensar no es una actividad desapegada de la vida, es la condición de posibilidad para vivirla bien.

Durante cinco años has estado viviendo en Tomares y en concreto formaste parte del cuerpo de docentes que impartían el Curso Especialista en Meditación en la Pablo de Olavide. Posteriormente estuviste en el de la Universidad Loyola Andalucía para un curso similar. ¿Cómo resultó esta doble experiencia?

Recuerdo los años que viví en Tomares con mucho cariño. Allí estuve cinco años. Fueron años de mucho estudio y mucha práctica de vida de lo estudiado. La experiencia universitaria me resultó muy fértil. Supuso compartir conocimiento con personas deseosas de recibirlo, pero también supuso adquirirlo de ellas. Disfruté mucho porque el conocimiento se expande cuando entra en contacto con el conocimiento de los demás.

Siendo de Bilbao, ¿te chocó mucho la mentalidad del sur? ¿Cómo viviste ese cambio norte-sur?

Nací en Bilbao, pero he vivido en diferentes lugares. Sólo puedo hablar de mis vivencias, de lo contrario caería en generalizaciones peligrosas. Me he encontrado con personas fantásticas con las que me sentí y me siento muy cómodo y muy querido. Sí he percibido cierta propensión a desdramatizar las cosas, a celebrar la fiesta del mundo cada vez que se da la oportunidad. Celebrar ritualmente lo que nos agrada denota entusiasmo, comunidad, alegría, elementos que facilitan vivir una vida buena. Y a mí me encanta que sea así.

¿Crees que en las zonas del sur como Sevilla es más fácil encontrar la bondad en las personas o eso no depende de las regiones?

No me gusta estereotipar ni atribuir virtudes a nadie por el lugar geográfico en el que ha nacido o en el que reside. Las virtudes se dan en las acciones que una persona decide acometer, y esas acciones a su vez dependen mucho del contexto sociopolítico y económico, la historicidad, la biografía, el repertorio íntimo de predilecciones y aversiones en el que una persona está subsumida. Hay que tener mucho cuidado y mucha precaución cuando se establecen juicios de valor. También mucha bondad. En el ensayo reflexiono mucho sobre este aspecto que denomino bondad discursiva.

¿Sobre qué estás reflexionando en estos últimos meses que pudiera ser el germen de un nuevo libro?

Tengo dos ideas bastante maduras, en realidad siempre dispongo de ideas bullendo en mi cabeza. Me preocupa más encontrar el momento fruitivo de desarrollarlas y convertirlas en escritura. En mi caso escribo para disfrutar del proceso de escribir, corregir, investigar, leer, confrontar, pensar. Si las circunstancias no son las más idóneas para que ese disfrute aparezca en el lapso del proceso, entonces postergo el proceso, porque la tarea creativa pierde su quintaesencia. Creativamente busco la delectación, no la producción. Afortunadamente en breve confluirán las circunstancias adecuadas para ese disfrute.

 
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«Necesitamos fines en un mundo sobresaturado de medios».
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martes, julio 15, 2025

Aporofobia, chivos expiatorios y la dicotomía Nosotros-Ellos

Obra de Didier Lourenço

Escribe la filósofa estadounidense Martha Nussbaum que «el odio a uno mismo se proyecta con demasiada frecuencia hacia fuera, hacia "otros" particularmente vulnerables; de ahí que las actitudes de la persona hacia sí misma sean un elemento clave de toda buena psicología pública». Dicho desde la dimensión política. El malestar democrático y la sensación de injusticia nacidos del desdén institucional mostrado a las capas con bajo nivel de renta,  abandonadas a su suerte, en favor de cada vez mayores prerrogativas a las élites económicas en los momentos más lacerantes de la crisis financiera de 2008, es un factor situacional idóneo para incentivar y azuzar el odio e instrumentalizarlo partidistamente a través de la génesis de un chivo expiatorio. El chivo expiatorio logra que el problema se desplace lejos de su genuino origen, y se confunda el síntoma con la causa. Es un dinamismo insensato y deletéreo, pero fabuloso para enmascarar el verdadero origen de numerosos problemas sociales. Como odiar es odiarse, es muy sencillo elaborar eslóganes con los que captar apoyo electoral entre quienes están descontentos con su vida simplemente eligiendo un chivo expiatorio. El resentimiento se desplaza a un grupo precario sin capacidad ni política ni social para desarticular la narrativa en la que se le inculpa de todos los males. El chivo expiatorio es pura analgesia para el dolor infligido por la frustración y la impotencia. Ocurre que los sentimientos de clausura obnubilan a quienes los hospedan, de tal modo que su potencia destructora se redirige contra otras personas ridículamente estereotipadas, y no contra las medidas políticas y económicas que permiten el curso regular de las injusticias que despiertan ese odio. 

Estos mecanismos cognitivos se están percibiendo con desoladora transparencia en estos convulsos días en los que el chivo expiatorio han sido las personas migrantes. Cabe puntualizar que no hay xenofobia en quienes dirigen su animadversión a las personas foráneas, o demandan una reevaluación deshumanizadora de las políticas migratorias, sino aporofobia, el elocuente término que acuñó Adela Cortina hace ya un cuarto de siglo. Leamos qué dice su autora en el ensayo que escribió en 2017 para teorizar sobre este término y delimitar su campo de acción semántico: «Lo que produce rechazo y aversión no es que vengan de fuera, que sean de otra raza o etnia, no molesta el extranjero por el hecho de serlo. Molesta, eso sí, que sean pobres, que vengan a complicar la vida a los que, mal que bien, nos vamos defendiendo, que no traigan al parecer recursos, sino problemas. Y es que es el pobre el que molesta, el sin recursos, el desamparado, el que parece que no puede aportar nada positivo al PIB del país al que llega o en el que vive desde antiguo, el que, aparentemente al menos, no traerá más que complicaciones. De él cuentan los desaprensivos que engrosará los costes de la sanidad pública, quitará trabajo a los autóctonos, es un potencial terrorista, traerá valores muy sospechosos y removerá, sin duda, el 'estar bien' de nuestras sociedades, en las que indudablemente hay pobreza y desigualdad, pero incomparablemente menor que la que sufren quienes huyen de las guerras y la miseria.  (...) Aunque algunas gentes se quejen de que en la vida corriente hablamos en exceso de fobias, lo bien cierto es que, por desgracia, existen, son patologías sociales y precisan diagnóstico y terapia. Porque acabar con estas fobias es una exigencia del respeto, no a «la dignidad humana», que es una abstracción sin rostro visible, sino a las personas concretas, que son las que tienen dignidad». 

En el fabuloso ensayo  Compórtate, la biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos, el neurobiólogo Robert Sapolsky dedica gran parte de su estudio a explicar la dicotomía Nosotros- Ellos, inercia tribal imbatible para la constitución del chivo expiatorio. Tendemos a la confianza, la generosidad y la cooperación hacia los miembros de nuestro grupo (Nosotros), y desplegamos un comportamiento acerbado y susceptible de entrañar violencia hacia otros grupos (Ellos). Si convenimos que fascismo es el modo de repudiar  e intentar fracturar cualquier otro sentir que no sea el propio, este propósito confiere arraigo a esta categorización tan agonal de Nosotros-Ellos. Afortunadamente Sapolsky afirma que existen factores que remiten esta peligrosa dicotomía, y, por tanto, me permito agregar, también ayudan a elidir esa renuencia a aceptar sin victimizarse la existencia de pluralidad y heterogeneidad humanas. 

Sapolsky propone entre otros factores preventivos la necesidad de darse cuenta de los  estrepitosos prejuicios con los que construimos las narrativas en las que luego se apoyan nuestros argumentos y creencias, «ser consciente de nuestra sensibilidad a la repugnancia, al resentimiento y a la envidia; reconocer la multiplicidad de dicotomías Nosotros-Ellos que albergamos y enfatizar aquellas en las que el Ellos se convierte en un Nosotros; contactar con un miembro de Ellos en las circunstancias correctas; resistirse al esencialismo; asumir otra perspectiva; y, por encima de todo, individualizar a los miembros del grupo Ellos». Cuando se personaliza y se pone nombre y apellidos a los seres humanos, se humaniza el trato. Cuando nos humanizamos al tratarnos, propendemos a reprimir los juicios precipitados y superficiales. Cuando pensamos sin prisas e intercambiamos pareceres con personas que padecen una historia de sufrimiento, solemos mostrar diligencia y cuidado con la dignidad de la que es titular esa persona por el hecho de ser una persona tan extraordinaria como lo son todas las demás por serlo. La filiación a la humanidad disuelve cualquier dicotomía porque está por encima de todas las que se puedan fabular.   

 
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