Mostrando entradas con la etiqueta cooperación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cooperación. Mostrar todas las entradas

martes, marzo 24, 2020

La humanidad se inauguró con un acto de ayuda



Obra de  Jarek Pucze
En mis conferencias suelo contar una anécdota preciosa que le leí a Zygmunt Bauman (1925-2017) en su ensayo Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros. Esta anécdota figura en la última página de La capital del mundo es nosotros, libro en el que se recuerda permanentemente la importancia de los demás en nuestras vidas, los sentimientos y formas de habitar la realidad que surgen de compartir espacios y propósitos, y la certeza de que esos nexos afectivos han nacido no sólo para amortiguar nuestra vulnerabilidad, sino para nuestro florecimiento como personas. Recuerdo que acababa de corregir las galeradas y justo unas horas antes de que el libro fuera a máquinas me encontré con esta anécdota. Era tan emocionante que llamé a la editorial para que por favor no mandaran nada a ningún lado sin antes incluir este pequeño relato, la historia que demuestra que la humanidad se inauguró con un acto de ayuda...




* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, 2020). Se puede adquirir aquí.
















Artículos relacionados:

martes, marzo 17, 2020

Días para sentir que nos necesitamos unos a otros

Obra de Pere y Josep Santilari
Desgraciadamente tenemos que padecer una crisis sanitaria como la que estamos sufriendo ahora mismo con la pandemia del coronavirus y sus daños colaterales de genealogía social y económica para sentir vívidamente y sin necesidad de profundos ejercicios de reflexión y abstracción que somos existencias al unísono. Así se titula la trilogía en la que deposité mis ensayos La capital del mundo es nosotros, La razón también tiene sentimientos y El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza. Si se fijan en la parte superior de esta página, verán un recuadro en el que se puede leer que «somos existencias vinculadas a otras existencias. A nuestro alrededor hormiguean alteridades adheridas en distinto grado a nuestros proyectos e intereses». Vivimos en comunidad, convivimos, interactuamos con nuestros congéneres. Ser existencias al unísono nos convierte en existencias interdependientes, y la interdependencia...


* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, junio 2020).  Se puede adquirir aquí.














martes, febrero 25, 2020

Individualismo no es autosuficiencia


Obra de Nigel Cox
Resulta curioso cómo una mayoría de libros de autoayuda enfatizan el yo como una existencia insular. El propio término autoayuda lo denota esclarecedoramente, sin ambages ni cosmética léxica que juegue a la impostura o a la ambivalencia. La ayuda se la ha de proporcionar uno a sí mismo. A mí me provoca perplejidad esta proliferación porque cualquiera que haya vivido alguno de los frecuentes contratiempos connaturales al acontecimiento de existir, habrá comprobado que no hay mayor analgésico para atajarlos que la presencia auxiliar del otro. Un otro que me atiende, y al prestarme atención, me afirma, pero también me ayuda a sanar si estoy en una situación adversa en la que solicito atenciones. Cuando se reclama la relevancia del cuidado en la agencia humana, siempre es el cuidado y la atención que alguien ejerce sobre alguien, porque nuestra vulnerabilidad y nuestra fragilidad nos desbordan si las encaramos tratándonos a nosotros mismos como entidades atomizadas. Las experiencias de resiliencia confirman que la auténtica analgesia para contrarrestar el sufrimiento privado es la presencia afectiva de los demás. Donde no hay palabras sanadoras provenientes de otros labios, las heridas tardan en cauterizar, si es que cauterizan. No es suficiente con hablarse uno a sí mismo, necesitamos que nos escuchen y que nos hablen y que esas palabras compartidas nos acaricien, nos guarezcan, nos defiendan, nos donen irreemplazabilidad, nos destrivialicen con la atención prestada y nos demuestren que somos existencias valiosas y únicas, pero no independientes. Frente al asilamiento del yo que enfatiza la literatura emocional, el refuerzo político (no confundir política con folclore político ni con ruido parlamentario o aparatizado para complacer al club de fans en que se han desvirtuado los partidos políticos). Frente a la autoayuda, espacios y tiempos para cultivar el afecto y los sentimientos que elicitan conductas que desembarcan en redes de apoyo. 

Platón argumentaba que las ciudades se levantaron porque el ser humano no se basta a sí mismo. No es autosuficiente, necesita a los demás como los demás le necesitan a él. Nos necesitamos. La autoayuda insiste en la idea contraria justo cuando la política como forma de organizar la vida en común desatiende la condición interdependiente del ser humano y lo exhorta a la autarquía. Quien crea que exagero puede darse una vuelta por cualquier librería y leer los títulos de este tipo de literatura para constatarlo. En La expulsión de lo distinto Byung-Chul Han postula que los tiempos del otro no son tiempos productivos, por eso el otro ha sido arrumbado de lo que consideramos relevante en nuestro yo. Sin embargo, el yo aislado de otros yoes sería un yo esclavizado por las determinaciones de la biología, tan enormes y tan difíciles de satisfacer que su vida no saldría del imperio de la necesidad. En la radical soledad la natura engulliría cualquier opcion de cultura.  El yo sin otros yoes no es autárquico, es un yo quimérico, apócrifo, inexistente. La vida humana es humana porque se entreteje con otras vidas que dan vida a nuestra vida, y viceversa. Hace poco le leí a Marina Garcés que no es necesario demostrar la insorteabilidad de la interrelación humana, sino que sus críticos nos enseñen un solo ejemplo en la que no la haya. 

Recuerdo que cuando leí por vez primera La conquista de la felicidad de Bertrand Russell, el premio Nobel de Literatura esquematizaba sus tácticas de vida para pasar de ser un tipo abatido a una persona contenta. El ingrediente de la pócima mágica de esa felicidad conquistada contraviene frontalmente lo prescrito por la autoyuda. Consistía en el sano olvido de uno mismo, rehusar un ubicuo merodeo sentimental, que tiende a una peligrosa inercia entrópica. Olvidarse de uno no es abandonarse, es prestar más atención a los otros. En la época del selfie, de la petición de que la gente se enamore de sí misma, o de que contraiga matrimonio con su yo para ratificar que se quiere mucho, es necesario tener la firmeza política de educar las desmesuras narcisistas del yo y dejar espacio a otros yoes. El pecado capital por antonomasia que descubrieron los clásicos era la soberbia, que enseguida la asociaron a la idiotez, término derivado del griego idiotes. El idiota es aquel que prescinde de los demás, el que se olvida de lo político, que es donde sin embargo su vida puede ser vida humana. Ortega y Gasset escribió «yo soy yo y mi circunstancia», pero nos precavió con un corolario que ha pasado del todo inadvertido para la cultura popular: «yo soy yo y mi circunstancia, y si no salvo mi circunstancia no me salvo yo». No hay mejor manera de salvar esa circunstancia que salvando la de todos.


 
Artículos relacionados:
No hay mejor fármaco para el alma que los demás.
Sin amigos nadie desearía vivir
Para ser persona hay que ser ciudadano.