Gente, pintura de acuarela sobre tela de Antonio Villanueva |
Por mucho que el individualismo viva
una época de esplendor y atribuya en exclusividad el
mérito de las acciones a una voluntad desagregada de otras voluntades, las personas
nacemos ya vinculadas. Vivimos en comunidad, convivimos, interactuamos en un gigantesco nudo de dependencias con
nuestros iguales. Aristóteles resumió la
ineludibilidad de la copresencia en los actos humanos y en las estratagemas
vitales afirmando que «el hombre es un animal político por naturaleza». Muchas veces se nos olvida que esta
aseveración traía una apostilla igual de relevante o acaso más todavía: «y
quien no crea serlo o es un dios o es un idiota». En muchos foros y en muchos auditorios repiten lo apremiante que es aprender a vivir, pero se olvidan de que cualquiera de nosotros más que viviendo pasa el tiempo conviviendo. Somos existencias concatenadas, yuxtapuestas,
en simbiosis unas con otras. Yo llevaba
un tiempo intentado dar con una expresión lacónica y sonora que explicara esta realidad compleja, que demostrara que satisfacemos
nuestras necesidades y nuestros intereses gracias a la acción concertada de
muchos, y a la inversa, que la respuesta individual se muestra irresoluta
cuando aborda problemas estructurales generados socialmente. Después
de mucho tiempo ya encontré esa expresión: «somos existencias al unísono».
No somos individuos atomizados que
hormiguean por la existencia aisladamente. Somos participantes del mundo en el que viven los
demás, y los demás son participantes del mundo en el que habitamos nosotros. Somos
animales políticos como señaló Aristóteles hace veinticinco siglos porque
vivimos en agrupaciones que afilan nuestra inteligencia y multiplican las
opciones de ser felices, aunque también traen en el anverso las tensiones y
divergencias connaturales a la convivencia, y por ello hemos creado fórmulas que nos ayuden a rebajarlas o neutralizarlas. No quiero adentrarme en jardines
filosóficos que no domino, pero Heidegger postuló que la existencia
es el modo de ser del estar ahí que somos cada uno de nosotros (Dasein), y
agregó que estamos en el mundo y estamos con los otros. No somos un yo aislado
de otros yoes. Sartre defendía con afilado pesimismo que cuando el otro entra
en mi conciencia, mi conciencia ya no halla el centro en sí misma, y además el
otro me convierte en objeto de su conciencia, me cosifica. De ahí que Sartre concluyera
que «mi pecado original es la existencia del otro», o sentenciara con la celebérrima «el
infierno son los otros». Estas afirmaciones tan negruzcas contradicen frontalmente
el resultado de todas las encuestas que tratan de dilucidar qué experiencias nos
resultan más gratas y satisfactorias a los seres humanos en nuestro día a día, ese lugar aparentemente banal en el que sin embargo pasamos todas las horas. La actividad más laureada por los
encuestados es, con mucha diferencia, quedar con los amigos. Dicho de otro
modo. Nos encanta compartir deliberadamente nuestra vida con el otro, sobre
todo con aquellos con los que es más elevada la frecuencia de nuestras
interacciones. Lo que más nos gusta a las personas es estar con otra persona. ¿Por
qué? La respuesta está en el título de este texto.
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Para ser persona hay que ser ciudadano.
La capital del mundo es nosotros.
La trilogía "Existencias al unísono" en la editorial CulBuks.
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