martes, julio 30, 2019

Cerrado por vacaciones

Gracias por visitar una temporada más el Espacio Suma NO Cero. Este lugar dedicado al estudio de la inteligencia social y al análisis de las interacciones humanas permanecerá cerrado por vacaciones desde hoy hasta finales del próximo mes de septiembre. Es un cierre metafórico que se repite desde su inauguración en 2014, o desde 2008 si computamos también los años del blog de ENE Escuela de Negociación, de donde el Espacio Suma NO Cero tomó el inmediato relevo. Se podrá acceder a la lectura de cualquiera de los artículos editados hasta la fecha, pero no se publicará ningún artículo nuevo semanal. Esperamos verte paseando por aquí en el inicio del nuevo curso académico. La cita será cada martes. Hasta entonces. Un abrazo.

martes, julio 23, 2019

Fin de la Quinta Temporada del Espacio Suma NO Cero


Hoy me despido temporalmente de todas vosotras y vosotros. Ha sido mi quinta temporada consecutiva por estos territorios digitales escribiendo y publicando semanalmente cada martes. Quiero daros las gracias por vuestro cariño lector y por compartir conmigo tanto pública como privadamente vuestras apreciaciones a lo largo de este curso. Siempre capto mucha amabilidad en los comentarios compartidos e intento responder a todos ellos del mismo modo. Afortunadamente por ahora mis tiempos y el número de interpelaciones me lo permiten. La interacción, tanto para el consenso como para el disenso, permite ensanchar la perspectiva unidimensional en la que habitamos ordinariamente, y también combatir esa enorme cantidad de puntos ciegos que se enquistan en nuestra cognición para debilitarla y esclerotizarla sin que ella misma lo advierta. Por lo tanto resulta muy gratificante generar espacios de intersección para, a través de la polifonía argumentativa, estirar los marcos mentales en los que brotan nuestras ideas y florecen nuestros relatos. Muchas gracias. Para poner punto final a esta temporada, en vez de enfrentarme a la lechosa pantalla del ordenador y amontonar palabras sobre palabras como hago todas las mañanas de los martes, he decidido compartir el artículo más leído de cada uno de los cinco años que acaba de cumplir este Espacio Suma NO Cero. Es otra forma de conmemorar su Quinto Aniversario y concluir definitivamente su celebración. En este caso me he decantado por apelar a la interacción electrónica y no a la desdigitalización que he llevado a cabo estas ajetreadas semanas de conferencias y gratos encuentros personales. Creo que es una muy bonita manera de poner el broche final a la feliz efeméride y a la vez a la quinta temporada.

Los cinco artículos que comparto aquí no son necesariamente los más leídos del blog, pero cada uno de ellos sí es el más leído de cada uno de los cinco años. Este pequeño grupúsculo de textos refleja fidedignamente el devenir del espacio con cada curso clausurado. Al hacer este escrutinio he comprobado los diferentes hilos de trabajo cognitivo y la disparidad temática de los artículos, mis filias discursivas y el epicentro de mis deliberaciones. A pesar de la transdisciplinariedad y de un lenguaje personal escorado hacia la literatura y la desobediencia con el canon y la estandarización, me hace gracia contemplar en este rápido inventario que llevo cinco años escribiendo el mismo texto, aunque siempre mostrándolo en artículos diferentes, acaso para eludir el anquilosamiento y la momificación, o para cultivar la especificidad que solicita todo aquello en lo que posamos la atención y el cuidado prolongados. Asimismo he advertido que mis artefactos textuales se fijan más en la posibilidad que en la realidad, porque al estar instalados en el mundo vivimos en la una y en la otra de manera simultánea, absorbente y fundadora. En alguna ocasión me han objetado esta dualidad, o la han motejado de angelical y buenista, es decir, era el resultado de alguien que ignora el lado inhóspito de la realidad. Si alguna peculiaridad albergan los textos de este espacio, es que rara vez desdeñan los antagonismos y la contradicción, y que distinguen muy bien entre la (discutible) esencialidad de la naturaleza humana y la mutabilidad del comportamiento.  Siempre escribo sobre lo segundo. Sin esta mutabilidad, la educación, las humanidades, la ética, la paideia, no tendrían sentido alguno.

Concuerdo con aquellos teóricos y agitadores culturales que  afirman que el pensamiento deviene en práctica estéril si no se pone al servicio de la vida. Pensar es acceder a lugares de encuentro en los que se citen evidencias compartidas (siempre en perpetuo estado provisorio) que tienen como respuesta de meta vivir mejor, aprender a hacer algo valioso con la existencia con la que nos encontramos cuando nos nacen, y sentir de tal manera que podamos transformar esta irreductible conyuntura en experiencias privadas y políticas dignas de alegría. No hay vivencia más maravillosa que alegrarse de que alguien exista, y nada más amoroso que alguien se alegre de que existimos nosotros. Basta de circunloquios. Me había propuesto no escribir nada, pero la inercial redacción de los martes ha alumbrado un nuevo texto. Aquí están los artículos que fidelizan estos cinco años de fricción poética entre la escritura y el aprendizaje de vida. Feliz verano. Felices vacaciones. Espero que volvamos a coincidir en el nuevo curso. Un fuerte abrazo. 


El artículo más leído de cada temporada:



Sólo se aprende lo que se ama (9. Marzo. 2015)

El título de este artículo es prácticamente el mismo que el del libro del neurólogo y divulgador científico Francisco Mora, Neuroeducación, sólo se puede aprender aquello que se ama (Alianza Editorial, 2012). En este ensayo Franciso Mora explica cómo funciona el cerebro en los procesos de aprendizaje y cómo la absorción y la memorización de estímulos es incomparablemente mayor en contextos de alta intensidad emocional. No es necesario celebrar un festín pantagruélico de emociones, basta con disfrutar. Las emociones afectan directamente al sistema cognitivo, la cognoción se exacerba con el advenimiento de emociones positivas tales como el entusiasmo o la amenidad, la memoria se tonifica cuando interactúa con el afecto y la diversión. En el ensayo Lo que nos pasa por dentro (Destino, 2012), Eduardo Punset escribe que «la pasión es el combustible de la creatividad». Por supuesto. No hay ni un solo ejemplo en la historia de la humanidad en el que alguien.... (seguir leyendo).

 
No hay mejor fármaco para el alma que los demás (17. Mayo. 2016)

Hace unos días leí una entrevista al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik, autor de Las almas heridas, Los patitos feos o Morirse de vergüenza, y experto en el cada vez más divulgado campo de la resiliencia. La resiliencia es volver a recuperar y sanar los sentimientos cuarteados tras recibir una de esas adversidades que nos hacen ovillarnos de tristeza. A veces la realidad nos asesta un golpe tan enfurecido que tras el impacto nos doblamos y nos encogemos de dolor. Resiliar sería el proceso en el que poco a poco volvemos a, metafóricamente, erguirnos y adaptarnos al nuevo escenario. Resiliar sería volver a recuperar el aliento, término que también significa alma, esencia, energía... (seguir leyendo).


El amor es una conversación elegante (4. Octubre. 2016)

Una pareja es una unidad formada por dos personas que entablan una larga conversación. Si la conversación es de calidad, la pareja prolongará su unión en el tiempo. Si la conversación aparece deshilachada, el destino de la pareja se deshilvanará no tardando mucho. La conversación en la que se encarna el amor no necesariamente está exenta de conflictos, pero la diferencia entre la buena y la mala conversación es que en la buena la fricción se resuelve inteligentemente y en la mala la discrepancia se fosiliza peligrosamente. Algunos psicólogos presumen de augurar el futuro de una pareja en menos de cinco minutos sólo con observar cómo hablaban sus miembros. También es muy informativa esa estampa en la que una pareja no sólo no mantiene contacto verbal alguno, sino que ambos miembros... (seguir leyendo).

 
La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (2. Mayo. 2017)

Hace unas semanas escribí que la bondad es el pináculo de la inteligencia. Es su punto más cenital, el instante en el que la inteligencia se queda sorprendida de lo que es capaz de hacer por sí misma. Leo ahora en una entrevista a Richard Davidson, especialista en neurociencia afectiva, que «la base de un cerebro sano es la bondad». Suelo definir la bondad como todo curso de acción que colabora a que la felicidad pueda comparecer en la vida del otro. A veces se hace acompañar de la generosidad, que surge cuando una persona prefiere disminuir el nivel de satisfacción de sus intereses a cambio de que el otro amplíe el de los suyos, y que... (seguir leyendo).


Las emociones no tienen inteligencia, los sentimientos sí (17. Julio. 2018)

Sorprende cómo ciertos términos se instalan rápida y cómodamente en el argumentario colectivo. El de inteligencia emocional ha colonizado vastas regiones disciplinarias y resulta complicado hablar de aspectos vinculados a la interacción humana sin que alguien no lo traiga a colación. En mi periplo académico como estudiante de Filosofía no lo escuché ni una sola vez, y eso que muchas asignaturas deconstruían temas capitales que ahora parecen exclusivos de la inteligencia emocional. La primera vez que oí este término fue en el departamento de investigación y desarrollo de una empresa madrileña de formación en la que entré a trabajar. Eran los años en que Daniel Goleman se convirtió en una celebridad. Todavía recuerdo el instante... (seguir leyendo).

martes, julio 16, 2019

Amor, poesía, música, emancipación

Obra de Didier Lourenço
Hace muchísimos años le leí al artista y novelista belga Hugo Claus una receta para construir urnas de cristal que nos blinden cuando las circunstancias devengan adversas, o introduzcan cantidades tan grandes de disenso que dificulten su gobernabilidad. Se refería a refugios fáciles de levantar con el fin de que nos guarezcan de la intemperie, delinear propósitos con los que brindar sentido a la tarea de existir. Todo se reduce a nutrirnos de amor, poesía, música y una rebelión que yo prefiero bautizar como emancipación, la capacidad de liberarnos de aquello que nos resta autoría sobre nosotros mismos. Cito de memoria y espero no distorsionar mucho las palabras de Hugo Claus. En aquella entrevista se refería al amor no entendido como un episodio lúbrico o como una experiencia libidinosa, sino como un acto diario en el que uno se debe obligar a teñir de afecto cada instante, amplificar la humanidad que habita en nosotros y docilizar la inhumanidad que también se aloja en nuestro interior. Si conexamos el amor con su sentido prístino, vivir con amor sería tener cuidado con lo valioso. Cuando se dispensa ese cuidado ocurre algo sorprendente. El amor que se comparte no se divide, sino que milagrosamente se multiplica. Aunque para el pensamiento lógico sea una antinomia, en los afectos lo que se da nos lo damos.

La poesía no se agota en escribir unos versos elegíacos que balsamicen el dolor o fotografíen los humedales del alma. A mí me encanta repetir un aforismo de Jules Renard en el que se quejaba de leer versos y versos y versos y sin embargo no hallaba en ellos ni una sola línea de poesía. También ocurre al revés. Hay muchísima poesía allí donde sin embargo no hay versos. El espíritu poético consiste en abastecerse de una actitud creadora, ver la realidad como el lugar en el que se da cita la posibilidad. Para este cometido es imperativo desatarse de la extenuación a la que subyuga el torbellino de lo cotidiano y mirar con otros ojos lo obvio para admitir desde el asombro que de obvio no tiene nada. Se trata de mirar de otra manera para advertir que lo más extraordinario se agazapa en lo ordinario del día a día, de que el punto de vista cambia si se cambia la forma de mirar, y que si muda la forma de mirar muda la toma de posición en el mundo. Frente al catecismo de la racionalidad neoliberal, que vindica la eficacia y la rentabilidad como los sustantivos del devenir humano, poesía es consagrarse inventivamente a todo aquello que no necesariamente es fuente de peculio. Es una pulsión creativa y experimental similar a la filosofía y su elaboración de conceptos como herramientas de análisis para la vida y la creación de pensamiento, sentimiento y sentido.
 
Para enfatizar y amenizar estas tareas de resistencia íntima (por citar el título del incisivo y hermoso ensayo de Josep Maria Esquirol), la música como sonoridad planificada es una inestimable ayudante de cámara. Es el arte en el que el sonido organizado en melodía, armonía y ritmo dialoga estética y matemáticamente con el silencio hasta crear una tupida trama de conversaciones. En una experiencia rayana con lo táctil, la música nos coge de la mano y nos lleva a lugares que no aparecen cartografiados en ningún mapa, sitios en los que borbotea una poderosa estimulación psicoanímica. La música es el arte con mayor capacidad para inducir sentimientos y captar la experiencia estética y vital del fin en sí mismo. Cada vez que pongo un disco o hago sonar un archivo de Mp3 me alisto con Nietzsche cuando afirmaba que sin música la vida sería un error, y bendigo a los inventores de los variados recipientes en lo que se deposita la música grabada y a los que idearon los reproductores que permiten la mágica experiencia de escucharla a cualquier hora y en cualquier lugar. Creo haberle leído a Cioran que si no tuviéramos alma, la música la hubiera creado. Y al genial Kurt Cobain que todos los escritores que había conocido preferían ser músicos. Yo admiro los recursos de los que dispone la música pero no la escritura para ejercer apresurada y profunda tutela sentimental y aproximarte con una loable celeridad al mundo de las significaciones. Y siento devoción adolescente por ese prozac para el cerebro que son los aullidos temperamentales de las guitarras eléctricas.

La rebelión no se celebra lanzando piedras a los edificios que glorifican y perpetúan los discursos hegemónicos, o soltando exabruptos que patenticen la indignación y el resentimiento de una vida secuestrada por una violencia estructural cada vez más déspota y cada vez más silenciada. La explotación de unos sobre otros se ha naturalizado y se ha conceptualizado con  palabras cargadas de una amabilidad que la invisibiliza cambiándola de significante y significado. La emancipación consiste en visibilizar lo invisible, en esclarecer las palabras que pronunciamos y nos pronuncian para liberarnos de ellas si nos sojuzgan o para abrazarnos con más fuerza a ellas si nos plenifican. La rebelión  también consiste en aceptar con estoicismo la esencia aleatoria en que se cifra la existencia, que somos juguetes con los que se entretiene el destino, pero que eso no debe arrojarnos a una sensibilidad apolítica ni impedir exigir a las instituciones la equidad de una ética de mínimos para que cualquier ser humano pueda elegir autónomamente el contenido de su ética de máximos. Hace poco le leí al paleontólogo Juan Luis Arsuaya, autor del reciente Vida, la gran historia, que lo que nos hizo humanos fue la política, la necesidad de entendernos con el otro. Platón lo resumió en que el ser humano no se basta a sí mismo. Un ejercicio emancipatorio radical es sentir nuestra fragilidad y vulnerabilidad, pero tambien la de los demás, para comprender que la traducción política de la compasión es la equidad y la justicia, y reclamarlas desde el pensamiento crítico y una alfabetización sentimental en la que la fraternidad se yerga en fuerza ejecutiva. Cuando gracias al amor, la poesía, la música y la emancipación tomamos conciencia de nuestra finitud y de nuestra mortalidad, simultáneamente se exacerba nuestra conciencia de la vida. Hugo Claus aclaraba que nunca le daba la mano a alguien que no participase de estos principios. Yo simplemente intento compartir lo que para mí supone participar de ellos.



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martes, julio 09, 2019

«Habla para que te conozca»


Obra de Claudia Kaak
Hace unos días le comentaba a una lectora la relevancia de permitir que el otro se visibilice a través de la interacción comunicativa encarnada en la palabra. Muchos de nuestros prejuicios y de nuestras conductas aporofóbicas, homófobas o xenófobas se deben a que no convivimos con el otro, sino con su gélida y amorfa abstracción. Cada vez que el otro deja de ser un ser humano y se convierte en algo abstracto, algo nebulosamente reificado o etiquetado en un significado peyorativo, crecen las posibilidades de hacernos daño. Converjo con Luisgé Martín cuando en su ensayo El mundo feliz defiende que «la tolerancia viene siempre definida por la experiencia: se respeta aquello que se comprende». De ahí lo insigne de generar espacios y tiempos para construir una intersección discursiva como antesala de la afectiva, retirar el recelo y descubrir lo obvio: que la alteridad cosificada o degradada por la insensible abstracción es equivalente a mi mismidad, que está cercada por los mismos temores, las mismas esperanzas, los mismos deseos, las mismas ilusiones, las mismas incertidumbres, las mismas motivaciones, las mismas zozobras, los mismos intereses. Basta un poco de convivencia dialogada y un poco de roce con el mundo para sentirlo y asentirlo, para que permee sentimental y cognitivamente. Esta lectora me comentaba que había tenido una reciente experiencia que le devolvía de nuevo su esperanza en la humanidad.  Había ayudado a un chico foráneo a preparar su solicitud de asilo y en esa ayuda y en ese cuidado había percibido esa afinidad humana que la ignorancia y el miedo convierten primero en diferencia y luego en rechazo. La abstracción había dejado de serlo y se había encarnado en un chico con nombre y apellidos y biografía y palabra. Entre ellos se habían instaurado una comunicación interpersonal y un marco de comprensión gracias al esfuerzo de escuchar al otro para saber en qué consiste su vinculación con la realidad y la idealidad. La acción germinativa del lenguaje había hecho brotar el espacio relacional. La consanguinidad humana. El reconocimiento.

Esta última dimensión resulta cardinal. Una vez más el lenguaje cotidiano, o el saber narrativo por oposición al saber científico, es rotundamente delator. Cuando dos personas riñen y cercenan el vínculo afectivo que las unía, el lenguaje común señala que esas personas «ya no se hablan», «no se dirigen la palabra» El ser se imprime en las palabras y al no compartirlas no se comparte el ser que se manifiesta en las palabras que elegimos para visibilizar nuestro ser. Cuando dos personas no se hablan significa que no dirigen su subjetividad hacia la otredad. La afectividad que les anudaba estaba compuesta por la construcción del lenguaje, por los actos comunales del habla, por la práctica lingüística en la que se habitaban como huéspedes y anfitriones simultáneamente. Al dejarse de hablar abandonan la producción de afecto, y connotan que el afecto se ha terminado cuando comienzan a no hablarse y por tanto convierten en imposible la posibilidad de escucharse. Las palabras y su semántica entretejen la vinculación personal. Cancelarlas aboca a la desvinculación. A la ausencia de relación. 

En las tribus arcaicas el mayor castigo con que se podía punir a sus miembros era la expulsión de la tribu. A cualquiera le horrorizaba el escenario de imaginarse repudiado y por tanto desabastecido del calor hogareño de los demás. El motivo de este miedo cerval es muy simple. En la soledad se puede hablar, pero no hay nadie que recepcione lo que se habla, no hay comunidad discursiva, solo hay un gigantesco manto de silencio que taja toda interlocución. Cuando las palabras no llegan a unos tímpanos, las palabras incompletan su trayectoria. El castigo tribal consistía no en no poder hablar, sino en clausurar la oportunidad de que un igual te pudiera escuchar, en saber de antemano que tu vida estaba condenada al solipsismo. «En la soledad no hay más interlocutor que la psyché», escribe LLedó, y yo añadiría que una psyché excesivamente dedicada a sí misma se vuelve peligrosamente entrópica, y es inevitable dedicarse en exclusividad cuando no hay otredad a la que dirigirnos. En la radical soledad la mismidad no genera intersubjetividad, no hay espacio compartido, no se levanta el ámbito en el que la palabra argumentada crece y se afina a través de la polinización que mantiene con las palabras de las alteridades. En la soledad todo invita a que el silencio mineralice al sujeto y lo aproxime a la absoluta indefensión de los objetos. «El silencio es la ausencia de la palabra», escribe Daniel Gamper en Las mejores palabras, el ensayo con el que ha obtenido el último  Premio Anagrama de Ensayo. El silencio es ausencia de palabras, pero no de significados.Y esos significados pueden hacer mucho daño a quien no puede compartirlos.

Llegados a este punto es tentador argüir que muchos gestos afectivos no necesitan la intervención de la palabra. En La razón también tienen sentimientos (ver) yo indiqué cuatro grandes momentos que alberga nuestra corporeidad para mostrar afecto y profundizar en las relaciones soslayando la participación del verbo: el abrazo, las caricias, el beso, la mirada. Siempre recuerdo que estas narraciones con las que el cuerpo habla sin el respaldo del artilugio verbal han necesitado el concurso de muchas palabras para que ahora compartan una semántica afectiva y sentimental entre quienes se participan haciendo uso de ellas. La palabra imprime en el cuerpo su significatividad y convierte los gestos en un vocabulario. Las gesticulaciones son potentes unidades de información cuando se convierten en expresión, pero un gesto no puede decir nada si previamente no ha sido ayudado por palabras. Las palabras articuladas traducen la trazabilidad del gesto silencioso y socializan y confirman su clarificación y estratificación a través de su significado. El gesto cobra sentido con la palabra que lo prologa para curiosamente no necesitar pronunciarla y dotarla así de una aparente identidad prediscursiva. Cuando dos personas dejan de hablarse, su caligrafía gestual prescinde de los significados afectuosos, pero incluso del propio gesto. Los que no se hablan miran para otro lado cuando se cruzan. No se miran para no verse. Eso es lo que también ocurre cuando las personas dejan de compartir las palabras en las que se pronuncian. Cuando dos personas dejan de hablarse, o ni siquiera han inaugurado esa posibilidad, y por tanto abortan o no desprecintan la tecnología con la que nos hacemos visibles, la invisibilidad lo cubre todo. En la invisibilidad es imposible reconocer al otro, pero es muy fácil hacerle titular de lo que nos dicte nuestro miedo, nuestro odio, o nuestro desconocimiento. Hablar se convierte en el momento fundacional en el que la ignorancia se aparta y deja paso al empezar a conocernos.
 

 
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Pensamos con palabras, sentimos con palabras.