martes, julio 22, 2025

Memoria para impugnar el presente e imaginación para crear el futuro

Obra de Anna Davis y Daniel Rueda

Leo en el formidable último libro de la escritora y activista Rebecca Solnit, El camino inesperado, que «si la gente es miope cuando mira al pasado, también lo es cuando mira al futuro».  Estudiar la historia humana desde marcos temporales amplios supone contrarrestar esas dioptrías cognitivas y comprobar con evidencia empírica cómo van mutando las mentalidades, que son las que cambian el mundo que habitan esas mismas mentalidades. Solnit describe con una belleza conmovedora la enorme pedagogía disidente que alberga el análisis de la historia de la humanidad, «contemplar el lento transitar de las ideas desde los márgenes hasta el centro, ver cómo aquello que primero es invisible y después se considera imposible se acaba convirtiendo en algo ampliamente aceptado». La historia no es que esté atestada de ejemplos que nos enseñan que lo que una vez se consideró descabellado ahora nos parece tan necesario que ya no podemos concebir el mundo sin su presencia, es que está constituida por este poderoso e inacabable impulso de inteligencia creadora. Para observar algo así se requiere amplia mirada histórica. Desafortunadamente nuestras deliberaciones sobre lo posible utilizan la corta de alcance mirada biográfica. 

Uno de los propósitos más encomiables de la evaluación crítica es no dar por sentado lo que damos por sentado, o al menos someter a escrutinio por qué damos por sentado lo que quizá es muy discutible, y la mirada histórica es fantástica para este cometido que pone en entredicho la inmutabilidad del presente con la ayuda del pasado. Contemplar en retrospectiva cómo se registraron cambios que eludieron la capacidad predictiva de los analistas de la época es un motivo más que suficiente para que no le pongamos ninguna traba a nuestra imaginación. La memoria es una colaboradora inestimable para la imaginación y la novedad, del mismo modo que la amnesia o el olvido son coadyuvantes de lo establecido, de alentar una inacción ignorante de la historia y los perennes cambios que la configuran. Ocurre que estamos anegados de noticias de actualidad, una hiperinflación de estímulos informativos desperdigados y fragmentados que opacan la historia y la posibilidad de entenderla con criterios de causalidad. La actualidad es información sin pasado y sin contexto, que es el lugar donde habitan los matices, las especificidades, los pormenores, aquello que hace que las realidades se vayan determinando de una manera en vez de otra. Esta sobresaturación de actualidad y ruido del ahora promociona un pensamiento apresurado que desdeña el análisis contextual y se olvida de cómo las ideas se forjan de manera incremental más que de forma explosiva, omisión funesta para fomentar conciencia y activismo. Solnit explica que «una de las cosas que desaparecen cuando solo se mira lo inmediato es que prácticamente todo cambio es gradual y que incluso las victorias absolutas suelen ir precedidas de pasos intermedios». Utiliza una metáfora hermosa para ilustrar esta orillada obviedad. «Hay que recordar que un roble fue una bellota y después un frágil arbolillo».

Daniel Innerarity cifra en cinco las grandes dimensiones de la inteligencia humana, que se pueden sintetizar en disponer de una poderosa imaginación y aplicar sobre sus resultados exigentes criterios de evaluación: capacidad de habérsela con la novedad, cuestionamiento y ruptura con lo existente, capacidad crítica, gestión de la incertidumbre y aportación de nuevas ideas. La imaginación tiene un papel estelar en el cometido epistemológico, y resulta harto incompresible cómo ha sido relegada de la creación política. ¿Por qué apenas empleamos potencia imaginativa en dilucidar qué tendría que ser una vida buena en el tiempo histórico y tecnológico que nos toca vivir? ¿Por qué que aceptamos que hace años no podíamos imaginar lo que ahora es factible y sin embargo nos cuesta tanto admitir que pueda ser factible dentro de unos años lo que ahora imaginan quienes cultivan esa fabulosa facultad cognitiva, o directamente lo reprobamos como quimérico e imposible? Si vivimos en un mundo inimaginable para nuestros antepasados, por qué esta cerrazón a imaginar en el horizonte formas más reconfortantes y justas de organizar la existencia. Los filósofos Nick Srnicek y Alex Willlian hablan de parálisis en el imaginario político. En Los límites de lo posible Alberto Santamaría sostiene que «la imaginación ha ido perdiendo progresivamente su estructura crítica, su factor desestabilizador del orden en tanto que desvío de los postulados comerciales».  

Creo que esta preocupante deriva y esclerosis de la imaginación encuentra alianzas cognitivas en el sesgo de la negatividad que hace que propendamos a fijarnos en aquello que nos provoca miedo o indignación, que además es el nutriente natural de los informativos diarios. Este tropismo es muy dañino para la imaginación política puesto que antepone la resistencia a lo que nos provoca temor sobre aquello susceptible de darle una forma más gratificante al futuro y a las posibilidades de acción. Es muy palmario que todo lo que vemos ahora a nuestro alrededor hubo un momento en que no existió, y si ahora existe es porque alguien tuvo la osadía de imaginarlo. Solnit nos precave contra el desaliento y la inacción tan propios de la mirada biográfica: «El mundo está escrito por un número infinito de personas, una de las cuales eres tú, y los desenlaces sorprendentes a menudo se deben a la intervención de actores a los que se había menospreciado». Conviene recordarlo entre tanta actualidad.

 

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jueves, julio 17, 2025

Entrevista

Publicada originalmente en ABC Sevilla (11.Julio.2025).

Redacción: Andrés González-Barba


José Miguel Valle (Bilbao, 1968) es un filósofo y profesor que ha abordado distintos temas a través de sus libros. Recientemente ha publicado 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia' (editorial Alvarellos), un ensayo donde aborda la ética de la bondad, poniendo en diálogo a esta última con los cuidados, la ética, la política, la justicia, el conocimiento, la dignidad, la agencia, los afectos o el amor.

Antes del libro, todo empezó con el artículo 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia', que escribiste en tu blog y que contó con más de un millón de visitas. Luego apareció en 'Cultura Inquieta' y volvió a hacerse viral. 

Así es. Desde hace once años todos los martes escribo y publico un artículo en el blog Espacio Suma NO Cero. Allí delibero sobre cuestiones vinculadas con la interacción humana y la vida en común. La mañana que escribí el viralizado texto de la bondad fue una mañana como otra cualquiera. De hecho, nada más publicarlo me olvidé de él y proseguí con mis dinámicas de trabajo cognitivo. Tanto en la forma como en el fondo el artículo era similar a todos los que llevaba escritos hasta ese momento. El estilo autoral era análogo, y las ideas afectivas que abordaba en él apenas diferían de las de otros artículos precedentes. Fue una sorpresa mayúscula que el texto tuviera una audiencia tan exorbitante. En una semana había sobrepasado el millón de visitas, y, como bien apuntas, cuando lo publicó Cultura Inquieta, más de un millón y medio de personas decidió tras su lectura compartirlo en sus redes sociales. La narración de este episodio tan sorprendente, la interacción que entablaron conmigo quienes lo leyeron y quisieron aportar matices sobre la concordancia entre inteligencia y bondad, o la rotunda negación de este nexo, más el análisis de la propia bondad y sus correlatos éticos, son el núcleo del libro.

¿Por qué la bondad puede interesar tanto en una sociedad como la actual en donde hay tanta competitividad y a muchas personas no les importa 'pisar' al prójimo?

La contestación a tu pregunta es el contenido de uno de los capítulos del libro. Son muchas las posibles respuestas. En el fragor de la vida cotidiana se nos olvida que somos seres interdependientes, ecodependientes, vulnerables y mortales. Los trajines diarios son formidables para la desmemoria de nuestra propia configuración. Sin embargo, cuando ponemos en suspensión el ajetreo del día a día se intelige fácilmente que sin la cooperación de los demás no podríamos ser el ser humano que somos. Anhelamos un mundo donde se nos trate conforme a la titularidad de una dignidad que nos da derecho a tener derechos, ser cuidados y respetados, y a la vez nos insta al deber de tratar así a los demás. En las páginas del libro explico detalladamente el motivo de este anhelo y por qué concuerda con la inteligencia.

¿En qué medida la bondad es un síntoma de inteligencia? 

En un escenario de interdependencia la actitud más sabia es la de reciprocar. La razón cooperativa nació antes que la razón instrumental. Gracias a la cooperación, al apoyo mutuo, por expresarlo en términos de Kropotkin, una persona puede pensar en sus intereses, pero teniendo en cuenta los intereses de los demás, prerrequisito para que los demás consideren los suyos. ¿Hay una forma de habitar la vida compartida más lúcida que la de una bondad que deviene en predisposición a la cooperación y el cuidado, y al anhelo político de lo justo y lo conveniente? Esta es la cartografía que invoco en el libro.

¿Cómo se puede reflexionar sobre la bondad en el ser humano teniendo dirigentes mundiales con tan pocos escrúpulos como Putin y Trump?

Precisamente la existencia de personas indolentes ante el dolor que provocan, o de instituciones impertérritas ante el daño que infligen a los menos aventajados, nos urge a deliberar en la plaza pública qué vida en común queremos y cómo queremos vivirla sabiéndonos entidades que hemos hecho de la convivencia un destino irrevocable. Que el ser humano haya creado la noción del mal, o de pocos escrúpulos, como indicas en tu pregunta, habla muy bien de él. Todos los comportamientos que presumimos reprobables solo se explican desde una idea de bien que vinculamos con lo más humano del ser humano. Sin embargo, creo que el sesgo de la negatividad nos hace recrearnos mucho en señalar lo aciago de la existencia y nos coarta la imaginación para dedicarla a la ficción ética de encontrar horizontes de mejora. Mi propuesta discursiva es pensar posibilidades, decantarnos por enfoques proactivos y no solo reactivos. No reducir el pensamiento a la indignación que brota ante lo injusto, sino desplegarlo también en configurar futuros inspirados por lo que consideramos admirable.

A menudo se ha tenido la idea de que la filosofía es como una especie de ente intelectual apartado de las necesidades del ser humano, pero este ensayo demuestra que tu texto está al día de todas las vivencias sociales y que no escribes de 'oídas', sino como un investigador que vive en el mundo que le ha tocado vivir, en la sociedad del siglo XXI.

La filosofía es el sustantivo del verbo pensar. Pensamos para acomodarnos en el mundo, vivir de una manera más aproximada a lo que consideramos que debería ser una vida buena. Estos horizontes referenciales que infunden orientación y sosiego solo son posibles a través del pensamiento. Pensar no es una actividad desapegada de la vida, es la condición de posibilidad para vivirla bien.

Durante cinco años has estado viviendo en Tomares y en concreto formaste parte del cuerpo de docentes que impartían el Curso Especialista en Meditación en la Pablo de Olavide. Posteriormente estuviste en el de la Universidad Loyola Andalucía para un curso similar. ¿Cómo resultó esta doble experiencia?

Recuerdo los años que viví en Tomares con mucho cariño. Allí estuve cinco años. Fueron años de mucho estudio y mucha práctica de vida de lo estudiado. La experiencia universitaria me resultó muy fértil. Supuso compartir conocimiento con personas deseosas de recibirlo, pero también supuso adquirirlo de ellas. Disfruté mucho porque el conocimiento se expande cuando entra en contacto con el conocimiento de los demás.

Siendo de Bilbao, ¿te chocó mucho la mentalidad del sur? ¿Cómo viviste ese cambio norte-sur?

Nací en Bilbao, pero he vivido en diferentes lugares. Sólo puedo hablar de mis vivencias, de lo contrario caería en generalizaciones peligrosas. Me he encontrado con personas fantásticas con las que me sentí y me siento muy cómodo y muy querido. Sí he percibido cierta propensión a desdramatizar las cosas, a celebrar la fiesta del mundo cada vez que se da la oportunidad. Celebrar ritualmente lo que nos agrada denota entusiasmo, comunidad, alegría, elementos que facilitan vivir una vida buena. Y a mí me encanta que sea así.

¿Crees que en las zonas del sur como Sevilla es más fácil encontrar la bondad en las personas o eso no depende de las regiones?

No me gusta estereotipar ni atribuir virtudes a nadie por el lugar geográfico en el que ha nacido o en el que reside. Las virtudes se dan en las acciones que una persona decide acometer, y esas acciones a su vez dependen mucho del contexto sociopolítico y económico, la historicidad, la biografía, el repertorio íntimo de predilecciones y aversiones en el que una persona está subsumida. Hay que tener mucho cuidado y mucha precaución cuando se establecen juicios de valor. También mucha bondad. En el ensayo reflexiono mucho sobre este aspecto que denomino bondad discursiva.

¿Sobre qué estás reflexionando en estos últimos meses que pudiera ser el germen de un nuevo libro?

Tengo dos ideas bastante maduras, en realidad siempre dispongo de ideas bullendo en mi cabeza. Me preocupa más encontrar el momento fruitivo de desarrollarlas y convertirlas en escritura. En mi caso escribo para disfrutar del proceso de escribir, corregir, investigar, leer, confrontar, pensar. Si las circunstancias no son las más idóneas para que ese disfrute aparezca en el lapso del proceso, entonces postergo el proceso, porque la tarea creativa pierde su quintaesencia. Creativamente busco la delectación, no la producción. Afortunadamente en breve confluirán las circunstancias adecuadas para ese disfrute.

 
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