martes, mayo 09, 2023

Las Humanidades son una invitación a pensarnos

Obra de Didier Lourenço

El filósofo y ensayista italiano Nuccio Ordine ha sido galardonado con el  premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2023. Este profesor de Literatura se convirtió en una celebridad literaria gracias al ensayo La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013), un manifiesto que jugaba con el oxímoron del título para vindicar unas Humanidades denostadas por la axiomática neoliberal en su afán de encumbrar exclusivamente las habilidades técnicas asociadas a la esfera monetaria. Las lógicas de la productividad y la rentabilidad exacerban en el diseño curricular el desarrollo de competencias para la empleabilidad del alumnado en menoscabo de saberes humanos y reflexivos. Se margina a las Humanidades para dar mayor espacio a aquellas materias involucradas con el futuro beneficio económico. Desgraciadamente el periplo educativo se subordina cada vez más a lo que demanda el mercado en desmedro de la configuración ciudadana de las personas. Como escribí la semana pasada, hemos perdido la "c" de ciudadanos en favor de otras ces gregarias, descreídas y despolitizadas. El contacto con el conocimiento no se involucra con la posibilidad de que una persona se instituya como una subjetividad con capacidad de organizar y ordenar sensatamente su mundo desiderativo, sentimental e intelectivo, sino que se reduce a la apropiación de habilidades para desplegar una actividad lucrativa. Este dinamismo educativo y cultural ha facilitado la evidente creación de inmensos nichos de pobreza discursiva e imaginativa en la vida compartida.

Cuando le han notificado la concesión del galardón, Nuccio Ordine ha declarado que «en un  momento en el que quienes enseñan son considerados obsoletos porque la escuela y la universidad modernas sólo estarían hechas por ordenadores y pizarras conectadas a Internet, quiero dedicar este premio a quienes enseñan y cambian silenciosamente con su sacrificio la vida de sus alumnos. Hoy en día los maestros no tienen ninguna dignidad social y económica. Por eso este prestigioso premio es una manera de defender este trabajo tan importante para hacer que la humanidad sea más humana». Y ha agregado: «la escuela y la universidad tienen como estrella polar el mercado, y esto es una locura». El ideario neoliberal ridiculiza las Humanidades catalogándolas como inutilidades para la obtención de lucro, que para esta mitología es la cumbre más elevada a la que puede aspirar un ser humano.  Desde este prisma utilitarista todo aquello que no esté altamente orientado a aumentar nuestro valor en el mercado laboral se considera una dilapidación de tiempo y oportunidad. A mis alumnas y alumnos les problematizo con cansina frecuencia que el dinero es medular cuando no se tiene, pero torna elemento secundario para una vida querible cuando se dispone de él en una cantidad que permita sufragar lo básico. Como propenden a equiparar una buena vida con una vida buena, infieren que una vida buena es una mercancía que pueden adquirir si atesoran grandes sumas de dinero. De ahí su obsesión por los sueldos elevados sin cuestionarse ni cómo conseguirlos y ni qué van a perder a cambio.

Las Humanidades son los saberes que nos hacen pensar y sentir sobre aquello que puede mejorarnos como personas insertas en espacios y propósitos con otras personas. Pensar es la capacidad de introducir reflexión y valoración entre el estímulo y la respuesta. Es lo más radicalmente humano, porque esta capacidad de retener el impuso para urdir cómo organizarlo y qué hacer con él permite elegir y resignificarnos como subjetividades únicas involucradas en planes de vida que a su vez cooperan con los planes de vida de los demás (el último ensayo de Ordine ratifica esta idea hasta en el título: Los hombres no son islas). Ordine es de los que siguen creyendo, como Platón y Aristóteles (de ahí su reivindicación de Clásicos para la vida), que educar es educar deseos, y aprender es aprender a admirar lo admirable. Las Humanidades son los relatos en los que los seres humanos se narran a sí mismos y se interpelan con resortes críticos para comprender y sentir mejor qué significa ser un ser humano. Son saberes inútiles en tanto que no guardan una finalidad material, pero son los únicos que nos pueden asistir a pensarnos, articular vida compartida y brindarla de sentido. Indiscutidamente hay saberes necesarios para vivir, pero las depreciadas Humanidades son saberes para vivir bien. Entre vivir y vivir bien hay un abismo que solo se puede contemplar con reflexión y deliberación.  

 
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martes, mayo 02, 2023

Recuperar la "c" de ciudadanía

Obra de Monserrat Gudiol

En el ensayo Contra la indiferencia, el filósofo y analista político Josep Ramoneda sostiene que nos han robado la "c" de ciudadanos y nos la han reemplazado por la "c" de comparsas, contribuyentes y consumidores.  Se podrían sumar más ces a esta oprobiosa lista, sustantivos que denigran nuestra condición ciudadana y con los que es fácil sentir identificación a poco que se haya sufrido algún conato de violencia burocrática, maraña institucional, deslocalización e invisibilidad de las interlocuciones, desprecio representativo, olvido político, recensión democrática, pérdida de la capacidad de decisión, desequilibrio entre derechos y deberes, incumplimiento de la palabra que nos decantó por unas siglas en menoscabo de otras. La "c" de la ciudadanía que conformamos ha sido desbancada por ces tan ajenas al contrato social como la "c" de clientes, competidores, corderos, compinches, capituladores. Para explicar esta suplantación gradual también hay una palabra que empieza por "c", «coludir». Una colusión es una acción en la que dos agentes se alían subrepticiamente para perjudicar a un tercero. Es fácil distribuir los papeles de la colusión en el robo de la "c" de ciudadanía. Sin embargo, en contraposición a lo que postula Ramoneda, no creo nos la hayan robado, sino que hemos permitido su latrocinio con cotidiano desdén.

Formar parte de la ciudadanía es un asunto muy serio como para que provoque bostezante indiferencia. En uno de sus incisivos artículos Luis García Montero da en el clavo: «las personas se definen a sí mismas por sus indiferencias». En Odio a los indiferentes Antonio Gramsci es categórico. «Creo que vivir quiere decir tomar partido». Cuando nos dejamos poseer por la indiferencia estamos aliándonos con la injusticia,  incluso con aquella que en algún momento atropellará nuestra propia vida. La apatía cívica, la abulia ciudadana, la desafección política, el desánimo inducido, el envarado desdén, la haragana despreocupación, el descreimiento que alienta la indefensión aprendida, favorecen el parasitismo de lo inicuo y la aceleración de las derivas autoritarias, que suelen florecer ante sujetos sumisos y acríticos. Esta indiferencia recuerda mucho a la definición de estulticia que esgrime el economista Carlo Maria Cipolla en su célebre opúsculo sobre las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana. El estúpido se reconforta en la ejecución de acciones que perjudican a toda la comunidad, aunque se olvida de que entre las personas damnificadas por sus propios actos se encuentra él. Por eso su acción se cataloga de estulta. Sin hacer absolutamente nada, el indiferente logra lo mismo.

La indiferencia es corrosiva y puede quebrar fácilmente nuestro entramado afectivo. De la indiferencia como actitud ciudadana a la anulación de sentimientos tan medulares para la vida compartida como la compasión y la indignación hay un trecho breve. La habitabilidad de nuestra indiferencia es a costa de hacer inhabitable el mundo a otras personas, normalmente las que están en la parte baja del escalafón de este mundo tan adicto al estatus y a la verticalidad jerárquica. La indiferencia invisibiliza la injusticia, pero simultáneamente la hace más indolente y procaz. La indiferencia incapacita para descubrir la razón cívica de la interdependencia, sin cuya contemplación afectiva y aceptación epistémica es harto complicado estimular sentimientos sociales y horizontes éticos. Para decepción de la cultura ilustrada, ni la titulación ni el acceso a la información nos han convertido en individuos cultivados ni hipersensibles a la emergencia de la injusticia, sino indiferentes, saturados, agotados, o anestesiados ante cualquier episodio disociado de la diminuta parcela en la que se desenvuelve nuestra reducida vida. «Lo personal es político y lo político es personal» es un enunciado desdibujado por la ignorancia y la desafección. En su libro Ramoneda sostiene que «una de las obligaciones del pensamiento es alertar permanentemente sobre la construcción social de la verdad». También rasgar y problematizar esta indiferencia. Una indiferencia plácida al principio, pero de consecuencias políticamente dañinas inmediatamente después.  


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