He empezado a leer la novela El verano sin
hombres de Siri Husvedt. Hace dos meses concluí la lectura de su muy
lúcido ensayo Pensar, vivir, mirar (Anagrama, 2013). Me resultó
revelador y me empujó a reflexionar mucho sobre cuestiones que de otro
modo habrían permanecido en mi particular y latifundista limbo. Esta
mañana le he leído una idea aparentemente banal, un enunciado de
perogrullo que todos asentariamos al escucharlo: «Cualquier cosa puede
suceder en cualquier momento».
A mí me gusta subrayar que lo inesperado está esperándonos a cada instante, que lo único cierto es lo incierto, que si quieres que Dios se parta de la risa basta con que un día le cuentes tus planes. Estas certezas traen adjuntada otra que demuestra con dolora transparencia nuestra condición de subalternos. Muchos de los episodios que nos han marcado en nuestra vida podrían no haber acontecido, haber desdeñado nuestra biografía como lugar para recalar y haber elegido aleatoriamente otra. Así de sencillo. No hicimos nada para que ocurriera, ningún merecimiento para convertirnos en acreedores, nada destacable para reembolsarnos un episodio que ahora restrospectivamente catalogamos como cardinal. Ocurrió. Así. Sin más.
A mí me gusta subrayar que lo inesperado está esperándonos a cada instante, que lo único cierto es lo incierto, que si quieres que Dios se parta de la risa basta con que un día le cuentes tus planes. Estas certezas traen adjuntada otra que demuestra con dolora transparencia nuestra condición de subalternos. Muchos de los episodios que nos han marcado en nuestra vida podrían no haber acontecido, haber desdeñado nuestra biografía como lugar para recalar y haber elegido aleatoriamente otra. Así de sencillo. No hicimos nada para que ocurriera, ningún merecimiento para convertirnos en acreedores, nada destacable para reembolsarnos un episodio que ahora restrospectivamente catalogamos como cardinal. Ocurrió. Así. Sin más.