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Cronos, Marisa Maestre |
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La trampa abstrusa es un sesgo que padecemos
frecuentemente los seres humanos. Su lógica es muy sencilla. Nos negamos a interrumpir
un curso de acción en el que hemos invertido tiempo, recursos y energía
esperando amortizarlos en un futuro que sin embargo retrasa su llegada o nunca aparece. Ocurre en
proyectos monetarios, laborales, creativos, o sentimentales. Nos provoca mucho
disgusto desperdiciar costes, destinar partidas sin reembolsar, que no haya una
devolución más o menos equitativa de lo entregado. A pesar de que una evaluación
racional animaría a abandonar uno de estos proyectos calificándolo de inviable, y que a ojos
de cualquiera que lo observe con lúcida distancia es claramente un pozo sin
fondo, sin embargo nosotros nos adherimos a nuestra decisión inicial y nos aferramos heroicamente a ese curso de acción
porque nos empecinamos en recuperar la inversión, una terquedad que se exacerba si lo desembolsado ha sido muy costoso. De este triste modo lo único
que hacemos es invertir más y más recursos, más y más tiempo, más y más
expectativas, hasta bordear una bancarrota que puede ser de naturaleza financiera, afectiva o energética (la extenuación). Esta tendencia también se denomina
gasto desperdiciado y es una de las muchísimas trampas con las que nuestro
cerebro nos engaña permanentemente. O se engaña a sí mismo. En su delatora obra
Pensar rápido, pensar despacio, Daniel Kahneman, premio Nobel de
Economía en 2002 sin ser economista, comenta que el mayor error que perpetran los seres humanos es la
ignorancia que mantienen sobre su propia ignorancia. No sabemos nada de lo que
no sabemos. En alguna ocasión nos bajamos de nuestro narcisismo racional y repetimos
con Sócrates el celebérrimo «sólo sé que nada sé», pero es más una postura
intelectual que una forma de habitar la realidad. Sabemos que no sabemos nada,
pero nuestra conducta cotidiana es la misma que si lo supiéramos todo. Saber
que nuestro cerebro hace trampas con nosotros, o consigo mismo, es la única forma de poder
sortearlas, lo que no significa que no podamos caer en ellas. Los sesgos sólo
se desactivan a través de la duda. Y a veces tampoco así.