Obra de Javier Arizabalo |
Se ha instalado un tropismo psicológico que conceptúa el cuidado como la asistencia al otro en exclusivos episodios
de adversidad. El cuidado se relee como una fuerza de oposición
a los sinsabores con los que la vida desordena nuestros propósitos o el
itinerario pronosticado para nuestra biografía. Se entiende así que
solamos emparejarlo con apaciguar los contratiempos más lóbregos con los que
la vida ostenta
jerarquía sobre nuestra existencia. Cuidamos
al otro o nos cuidan a nosotros cuando una enfermedad sitia el organismo, cuando se avería alguna parte del cuerpo que interrumpe
la autonomía, cuando la carne anciana convoca a la decrepitud o a la finitud, cuando nos vemos rodeados por la
precariedad y la indefensión, cuando algo o alguien nos magulla el alma, cuando la reiterada violación de expectativas nos despierta peligrosísima astenia existencial. Sintetizando. El cuidado es el
encargado de mitigar la miserias con las que ineluctablemente la vida ensucia o ensuciará
nuestra estancia en el mundo. Me atrevería a decir que es sobre todo un suministrador de tranquilidad, el tesoro más preciado por cualquier ser vivo con capacidad de hacer predicciones.
Esta orientación unidireccional del cuidar escamotea las experiencias del gozo y el disfrute, aparta cualquier vestigio de alegría entre
las tareas del cuidado. Existe una expresión coloquial que a mí me hace mucha
gracia y que confirma esta unidimensionalidad: «Si te encuentras
mal, sabes que puedes contar conmigo». Ante una invitación así, yo
suelo responder: «Y si me encuentro bien, ¿también puedo contar contigo?». El matiz no es ocioso. Muchas
personas sólo prestan cuidado para amortiguar la tristeza, pero lo repliegan para la alegría. Acuden a sedar la desgracia, pero no a propiciar la gracia. El sentimiento de la compasión nos enseña a diario que compartir
la pena diezma la pena, pero compartir la alegría multiplica la alegría. El
cuidado también es participar o hacer partícipe al otro de esta prodigiosa multiplicación.
Iré más lejos todavía. En el ensayo La capital del mundo es nosotros (ver) postulo
que «cuidar al otro es hacerle poseedor de los Derechos Humanos, prestarle
atención, expresar afecto, recepcionar su cariño y devolvérselo, establecer
estructuras de equidad, compartir, hablar, hacer, reír, llorar, jugar, degustarse,
mejorarse, ampliarse, compadecerse, ayudarse, solidarizarse, respetarse,
considerarse, reconocerse, dignificarse». Se pueden añadir más verbos. Todos relacionados con la experiencia del goce y la conservación de la tranquilidad, todos vinculados con el ideal de vida que nos gustaría vivir. No hay mayor cuidado posible.
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Empatía, compasión y Derechos Humanos.
Hoy por ti mañana por mí.
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