Obra de Alex Katz |
Richard Rorty defendía que «la sabiduría es la virtud de
escuchar a los demás con la esperanza de que puedan tener ideas mejores que las propias». A mí me gusta decir que lo
que yo pueda esgrimir en una acción comunicativa ya me lo sé de memoria, no
puedo aportar nada que yo no sepa, así que prefiero escuchar porque quizá alguien
presente una idea en la que yo no había caído, como suele ocurrir muy a menudo. Pero para detectarla hay que
aproximarse a la conversación con esa expectativa, con la curiosidad de que uno se puede encontrar con algo desconocido que abrillantará lo conocido. Si uno está persuadido de
que la conversación no le servirá para nada, que tenga por seguro que será así, por más que el otro o los otros compartan ideas muy luminosas. No nos gusta llevarnos a nosotros mismos la
contraria y nuestros prejuicios captan en los argumentos del otro el valor que previamente le habíamos asignado. Escuchar es prestar atención, sí,
pero sobre todo es predisponerse a la llegada de argumentos impensados por
nosotros que chocarán o se alinearán con los nuestros para dar como resultado uno nuevo
mejorado. Cuando esto ocurre, la
conversación nos transfigura y alcanza su propósito demiúrgico. Que salgamos de
ella con una versión de nosotros mismos que mejora a la de la entrada.
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