Uno de los deseos más arraigados
en el ser humano es el de encontrar soportes duraderos en los que depositar su
memoria. La historia de la humanidad es la liza permanente de qué hacer para guarecerse
del olvido, qué inventar para evitar que la experiencia adquirida se diluya con
el advenimiento de la muerte. De ese deseo y sus múltiples ocurrencias para
satisfacerlo nació el libro. Nuestra cultura es acumulativa y la humanidad ha
agotado mucho tiempo en concebir artificios que inmunizaran la información y el conocimiento contra
la desmemoria. La travesía de ese almacenaje parte desde algo tan poderoso y
mágico como las representaciones icónicas de las cuevas hasta llegar a la construcción del lenguaje
articulado. Ese lenguaje se solidificó en la escritura cuneiforme de los
sumerios registrada en tablas de arcilla, de ahí saltó al revolucionario papiro
egipcio, al carísimo pergamino medieval, al libro códice, al alucinante papel
chino, a la increíble imprenta de Gutenberg en el siglo XV, al multisecular libro
contemporáneo, al e-book, a las nuevas y múltiples metamorfosis de soportes que
propone la mutación digital. En los libros descansa aquello que las mentes más
preclaras de la humanidad han dejado por escrito tras discernir mucho, ordenar
el desorden en el que se incuban los hallazgos creativos, encontrar la palabra nítida y exacta, corregir una y otra vez
hasta hacer que la idea se presente del modo más inteligible posible para ser compartida. Este
legado se llama cultura, el préstamo que nos conceden nuestros antepasados y
también nuestros coetáneos para que ahora nuestra inteligencia no parta de cero ni en sus elucubraciones ni en la elección de recursos. Basta
con abrir un libro o encender un dispositivo electrónico para sentir la infinita
suerte que tenemos de poder aprovecharnos del triunfo de la memoria frente al
olvido. Feliz Día del Libro a todos.
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Recordar es relatarnos.
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