Obra de Bronwyn Hill |
Existe
mucha desorientación
cuando hablamos de la libertad. En los cursos suelo recordar una
maravillosa
definición de Octavio Paz, quizá la más lacónica aunque más precisa
que he leído. El Premio Nobel de Literatura escribió que «la libertad
consiste
en elegir entre dos monosílabos, sí y no». Recuerdo que hace unos años
cometí
la procacidad de matizar esta afirmación. Agregué un tercer monosílabo,
concretamente su negación. La nueva definición quedó formulada de la
siguiente
manera: «La libertad consiste en elegir entre dos monosílabos y la
negación de
un tercero: sí, no y no sé». La incursión de esta tercera variante es
muy
sencilla. Muchas
acciones las realizamos ignorando qué motivos últimos nos hicieron
elegirlas. Nos decantamos por unas decisiones en vez de por otras
análogamente válidas y nuestra explicación más sólida es encogernos de
hombros. Esto no significa
que no hayamos deliberado sobre el motivo, o que no hayamos rastreado lo
que nos impulsó a esa elección. Significa
que no lo hemos encontrado.
Solemos
citar la libertad como
valor supremo. Olvidamos con preocupante facilidad que esta
consideración nos metería en problemas irresolubles, puesto que ningún
otro valor podría objetar su despliegue. Si
alguien entiende la libertad como hacer lo que le dé la gana y coloca
este valor
por encima de valores compartidos, la convivencia se tornaría en muy
poco
tiempo en un lugar muy desagradable. Voy a compartir aquí mi definición
de
libertad que conexa con la anterior expresión coloquial: «Libertad es la
capacidad de
no hacer lo que te dé la gana aunque pudieras hacerlo». No lo haces
porque
desobedeces tus propios deseos, el instante más notorio de la libertad.
Transgredir
unos deseos implica simbióticamente acatar otros. Saber elegir bien
cuáles mejoran y
cuáles empeoran la aventura de haber nacido en una comunidad reticular
es lo más relevante que uno puede
aprender en la vida. Muchos coligen que colmar la
instantaneidad del deseo es la más efervescente expresión de la
experiencia de libertad, cuando se trata de un
acto que delata mucha sumisión. A los corifeos que promulgan que el
deseo
se satisfaga sin más dilación si irrumpe en nuestra vida, yo jamás les
he oído la matización
de si ese deseo ha de ser deseable o no. Existen muchos deseos que por
el bien
de todos es mejor que nadie los cumpla. Los grandes
filósofos éticos han intentado dar con la piedra filosofal en la que el
deseo se
alinee con lo deseable, es decir, con aquellas conductas que nos
plenifiquen y simultáneamente permitan la creación de espacios que
plenifiquen a los demás. Libre es aquel que ha logrado que lo apetecible y
lo conveniente sean un mismo deseo. Empiezo a sospechar que la
sabiduría es actuar bajo la égida de esta comunión. Por eso el sabio es
libre.
En el último ensayo publicado
antes de su muerte, Extranjeros llamando
a la puerta, Zygmunt Bauman cita a Hanna Harent para remachar una idea que
es perfecta para lo que yo quiero explicar aquí: «Cuando uno piensa su yo está
solo, pero cuando actúa su yo se encuentra con otros yoes». El pensamiento
opera en un área privada, pero la acción lo hace en un nicho compartido. La
libertad cómo dinamismo por el que nos decantamos por unas acciones en vez de
otras se incuba en la privacidad de las ideas, pero se sedimenta en una línea
de acción que incursiona en el paisaje humano donde habitan otras alteridades. Al deshilacharse la idea de comunidad
en aras de un individualismo que se cree autosuficiente, eliminamos
simultáneamente muchos límites que son los verdaderos nutrientes de nuestra
libertad. En El contrato social Rousseau
insistía en esta idea, clave para afrontar la convivencia como destino
insoslayable. En la urdimbre intersubjetiva se pierde una porción de libertad
para poder ser libres.
En el ensayo La ciencia y la vida de Valentín Fuster y el siempre añorado José Luis Sampedro se explica esta circunstancia con un ejemplo muy fácil de entender: «Si no hay normas, no hay libertad. La cometa vuela porque está atada. La cuerda permite la resistencia contra el viento y por ello la cometa vuela». Kant empleaba el símil de la paloma y el viento para explicar esta aparente aporía. En el vacío la paloma no levantaría el vuelo. En el esclarecedor El gobierno de las emociones, la lúcida Victoria Camps cita a Williard Gayling y Bruce Jennings, autores del libro The perversion of autonomy, para recalcar este argumento aparentemente antitético pero primordial para entender la relación entre convivencia y libertad: «No puede haber una sociedad libre sin autonomía individual y no puede haber una sociedad sostenible que descanse solo en la autonomía». Yo soy muy recalcitrante intentando explicar esta idea en las clases y en los cursos porque con los años he comprobado atónito que rara vez los asistentes la tienen automatizada sentimentalmente. Aunque parezca contraintuitivo, la interdependencia es el marco que facilita nuestra independencia.
Artículos relacionados:
Desobedécete a ti mismo para ser tu mismo.
Educar es educar deseos.
Para ser persona hay que ser ciudadano.
En el ensayo La ciencia y la vida de Valentín Fuster y el siempre añorado José Luis Sampedro se explica esta circunstancia con un ejemplo muy fácil de entender: «Si no hay normas, no hay libertad. La cometa vuela porque está atada. La cuerda permite la resistencia contra el viento y por ello la cometa vuela». Kant empleaba el símil de la paloma y el viento para explicar esta aparente aporía. En el vacío la paloma no levantaría el vuelo. En el esclarecedor El gobierno de las emociones, la lúcida Victoria Camps cita a Williard Gayling y Bruce Jennings, autores del libro The perversion of autonomy, para recalcar este argumento aparentemente antitético pero primordial para entender la relación entre convivencia y libertad: «No puede haber una sociedad libre sin autonomía individual y no puede haber una sociedad sostenible que descanse solo en la autonomía». Yo soy muy recalcitrante intentando explicar esta idea en las clases y en los cursos porque con los años he comprobado atónito que rara vez los asistentes la tienen automatizada sentimentalmente. Aunque parezca contraintuitivo, la interdependencia es el marco que facilita nuestra independencia.
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