Obra de Duarte Vitoria |
En la literatura de autoayuda se
suele invocar la indiscriminada consigna «sé tú mismo». Es como
si ser ese mismo que uno es fuera un merecido visado para acceder a cualquier dominio, el garante de un catálogo de virtudes que favorecen tanto la plena individualidad como su plácida inserción en la comunidad. Siento aguar la fiesta, pero en muchos individuos ocurre justo al revés. En alguna ocasión, y con sólido conocimiento de causa, he sugerido a algunas personas todo
lo contrario: «Abdica de
ti mismo», «escíndete de ti mismo», o la más explícita «boicotéate a ti
mismo, por favor». Alguna vez no solo he desaconsejado la praxis de ser tú
mismo, sino que he rogado a mi interlocutor que tuviera la amabilidad de dejar
de llevarla a cabo con tanta insistencia mientras estuviésemos juntos. Ser tú mismo se convierte en un limbo que no garantiza nada laudatorio si no se convocan los necesarios matices humanistas y una buena estratificación de valores éticos en el ejercicio de la individuación.
En
su último artículo semanal en El País, el siempre sagaz Juan José Millás
escribía sobre estos peligros. En sus líneas suplicaba que «sé lo que quieras,
menos tú mismo», y un parágrafo más adelante compartía con todos nosotros su
perplejidad: «Resulta incomprensible que nos empecinemos en ser nosotros mismos
existiendo alternativas». Aunque el yoísmo ha elevado a la categoría de tótem ser tú mismo, no creo que ser uno mismo sea muy meritorio. Lo rotundamente meritorio es ser el que nos gustaría ser. Como cada uno de nosotros somos
el ser que seguiría siendo después de dejar de hacer la actividad que para los demás hace que
seamos lo que somos, en mis conferencias yo suelo presentarme ante
el auditorio parafraseando a Píndaro: «Yo no soy filósofo, ni escritor, ni profesor, ni mediador, ni psicólogo, ni ensayista. Yo intento ser el
que ya soy». Píndaro escribió el hermosísimo «Hazte el que ya eres», es decir, hazte el que deseas ser, porque ese deseo ya está ínsito en ti, eres él, incluso aunque todavía no lo seas. Dicho de un modo menos vagoroso. Hazte según la configuración de tu entusiasmo, de aquello que te apasiona, de
aquello que te impulsa. Muévete hacia lo que te mueve. Como
sé que la desobediencia del deseo inmediato es el acto más genuino de la autonomía, ser tú mismo es aprender
a desobedecernos para que así podamos perseverar en aquello que nos entusiasma.
Machado escribió un verso deslumbrante que yo repito con mucha frecuencia en mis conversaciones: «Yo me jacto de mis propósitos, no de mis logros». Basándome en esta setencia y en la interdependiencia a la que estamos irrevocablemente abocados todos los seres humanos, a mí me gusta matizar que «yo soy el autor de mis propósitos, pero tan sólo soy uno de los muchos coautores de mis resultados». Desde esta visión podemos canjear el «sé tú mismo» por «impide que el mundo te impida llevar a cabo
aquellos propósitos que te hacen sentir vivo». Frente al sedentario
sé tú mismo se puede vindicar el dinamismo interrogativo qué quiero hacer, que es el sé tú mismo en acción. Una respuesta factible
podría ser quiero hacerme una subjetividad que se dirija hacia la
posibilidad que más me entusiasma hacer posible. Y al intentar hacer posible esa posibilidad
no quiero damnificar el territorio político que comparto con los demás ni frenar que otros semejantes puedan hacer lo mismo que intento hacer yo. Desde
esta lógica el oráculo délfico «conócete a ti mismo» se puede traducir como aprender a reconocer sentimentalmente cuál de todas las posibilidades que uno puede hacer posible le entusiasma más. «Sé tú mismo» sería intentar convertirla en realidad. O mantenerla, si uno ya está apostado en este maravilloso estadio.
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