Hace poco estuve en un programa
de radio hablando del ensayo La capital
del mundo es nosotros. En una de las secciones el invitado recomienda un
libro. Yo recomendé Las experiencias del
deseo con el que Jesús Ferrero obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo de 2009.
Se trata de una obra magnífica. En sus páginas se bifurcan las experiencias del
deseo en amor y odio, y se subdividen en las muchas variantes del amor a uno
mismo y el amor al otro, y en las ramificaciones del odio a uno mismo y el odio
a los demás. Conviene recordar aquí que los deseos no son sentimientos, pero su
coronación o su insatisfacción provocan una frondosa arborescencia sentimental.
Antes de continuar estaría bien definir qué es el deseo. El deseo es la
punzante sensación de una carencia y la energía motora puesta a disposición de
que esa ausencia se haga presencia. Esta semana he estado leyendo a André
Comte-Sponville, un filósofo francés que habla de los trajines humanos y de nuestra
afición a intentar ser felices. En La
Felicidad, desesperadamente, Comte-Sponville señala otra dirección del
deseo, muy acorde con el título de la obra. El deseo no es solo anhelar lo
que no tenemos, sino también anhelar que sigamos teniendo lo que ya tenemos. El
libro vindica la sabiduría del desesperado, aquel que no espera nada porque
está tranquilo con lo que posee. Es una desesperación inteligente que no
cursa con la zozobra sino con el sosiego. Por eso es propia del sabio.
Pero yo no me quería detener
aquí, sino en cómo podemos hacer una taxonomía de los sentimientos simplemente
observando si deseamos lo que tenemos o lo que no tenemos. Juguemos a las
posibilidades. Si deseamos lo que no tenemos podemos sentir la esperanza o la
ilusión de tenerlo, o la pena de no tenerlo, o la envidia de que lo tenga
otro, o la frustración de haberlo intentado tener, u odio a aquel o a aquello que nos frena alcanzarlo. Saltemos al lado opuesto. Si deseamos la pervivencia de lo que ya
tenemos podemos sentir la alegría de tenerlo, o la vanagloria de poseer lo que
no poseen otros, o miedo a perderlo, o celos de que otro nos desposea de ello, o
tristeza ante esa posibilidad, o egoísmo para no compartirlo y evitar perderlo,
o irascibilidad si alguien nos complica la meta de poder seguir teniéndolo, o violencia
para recuperarlo si nos lo arrebatan. Es
sorprendente que estas variaciones del deseo eliciten tantos sentimientos tan
profundos y tan dispares.
Vinculado con el deseo, y resulta
imposible no citar a Spinoza y su conatus,
hace ya unos cuantos años le leí al propio Comte-Sponville una maravillosa
definición de en qué consiste disfrutar, que es un sentimiento de alegría que
deberíamos fomentar más a menudo. La
comparto con todos ustedes. «Disfrutar es desear lo que se tiene». Existe un
relato tradicional que explica esta mecánica tan poco practicada. Un
sultán es dueño del mundo, pero no se regocija con nada de lo que dispone en ese
mundo. Lo tiene todo, pero todo le resulta desabrido. Reclama
la ayuda de un sabio para ver cómo puede recuperar el deseo. El erudito escucha
atentamente y afirma que cree tener la solución a su problema. Con voz parsimoniosa
le prescribe la receta mágica: «Llame mañana mismo a un sicario para que lo mate.
En cuanto firme el contrato verá cómo disfruta de todo lo que tiene». Dicho de
otra manera. De repente el sultán desearía vehementemente lo que tiene porque
toma conciencia de que con su contratada muerte puede dejar de tenerlo y
de disfrutarlo en cualquier momento. El sicario le hace «habitar el instante a
cada instante», término con el que por cierto he titulado un epígrafe de mi
inminente nuevo libro. No recuerdo el nombre del autor, pero todavía tengo
clavado el verso que le leí hace muchos años. Lo cito de memoria, así que puede
ser algo diferente, aunque su significado es el mismo: «Solo los poetas valoran
las cosas antes de que se las lleve la corriente». La torpeza humana nos vuelve
miopes para contemplar y disfrutar lo maravilloso que está a nuestro alcance,
pero nos dona una vista de lince para detectar lo que nos falta. Hete aquí el
pasaporte para ser infelices, pero también el secreto para que con unos retoques
poder ser felices.
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