Obra de Christophe Hohler |
Un eufemismo es un recurso retórico para señalar una
realidad áspera verbalizándola de una manera apacible y dulce. El Diccionario
de la Real Academia es taxativo en su definición: «Manifestación
suave o decorosa de ideas cuya
recta y franca expresión sería dura o malsonante». Otra definición
podría ser llamar a las cosas por cualquier nombre que no sea el suyo
con el fin de investirlas de aceptabilidad y plausibilidad. En el ecosistema bélico la eufeminización
busca sustituir términos crudos que aluden a experiencias ignominiosas por otros más acendrados. Los eufemismos intentan esquivar la vergüenza que nos provoca ser autores de aquello
que atestiguan las palabras que preferimos no pronunciar. Hay que recordar que las palabras son el resultado final de la
sedimentación lingüística de un hecho reincidente, ponen nombre a la experiencia
humana, a aquello que a fuerza de repetirse se acaba
nominando por los miembros de una comunidad. La
experiencia se transmite narrativamente, así que las palabras gozan de un papel
prominente en este trasvase.
Lo primero que destruye la ferocidad física de una guerra es el lenguaje mismo. La guerra como barbarie organizada no solo mata a seres humanos, mata el vocabulario que se utiliza para referirse a ella. Un precepto básico en gestión de la comunicación política es que una forma de silenciar los hechos es nombrarlos con palabras que no necesariamente concuerden con esos hechos. Si se desea modificar la realidad, el primer paso es mutar las palabras que mencionan esa realidad. Es alucinante la panoplia de eufemismos que se despliegan para no citar la guerra con su verdadero y sanguinolento nombre. Hay un uso inflacionario de palabras esterilizadas, una banalización del barbarizante acto de matar congéneres, o lisiarlos, o hacerlos desaparecer en el horror de ciudades devastadas y cuerpos con la vida talada o sus partes mutiladas. Pareciera que lo abyecto no es desencadenar guerras y todo el ingente daño que ocasionan, sino referirnos a ellas con este nombre.
Hasta hace poco era infrecuente utilizar el término guerra. Para soslayarlo se sustituía por eufemismos que dulcificaban y dotaban de inocencia casi pacífica la letalidad que sin embargo se agazapaba tras ellos. En vez de guerra se han utilizado términos como conflicto bélico o conflicto armado (cuya referencia a la conflictología limaba conatos de brutalismo), solución quirúrgica (con reminiscencias médicas ubicadas en las antípodas de las destructivas propias de la guerra), operación libertad duradera, paz armada (que es uno de mis favoritos por el tamaño de su hipocresía), teatro de operaciones (como si en vez de matar a personas en una escenario de suspensión del derecho y aceptación de la normatividad del más fuerte o el mejor pergeñado de violencia industrializada se estuviera aplaudiendo una escena teatral), hostilidades («han comenzado las hostilidades» significa que están arrojando cientos de bombas en el teatro de operaciones). Términos asépticos para desasirnos de realidades muy amargas y deshumanizadoras.
Igual
que el antaño Ministerio de la Guerra ahora se llama Ministerio de
Defensa, se habla de reducir focos en vez de eliminar personas,
pacificación por invasión, contienda por guerra, daños
colaterales por víctimas mortales, bajas por muertos, centros de recepción por centros de
refugiados, neutralizar por matar, ataque colectivo por masacre,
intervención por agresión, persuasión por tortura,
maniobras por ataque, operación de castigo por bombardeo, medida de defensa por
conflagración, objetivo civil por
población, respuesta militar por acción bélica, ofensiva por
enfrentamiento, zona de operaciones por ciudades en ruinas, efectivos por soldados. A veces el eufemismo se adentra en el cinismo superlativo y en ocasiones se
habla de misiones de paz cuando lo que se lleva a cabo es una guerra. En otras, frente
al embrutecimiento de la violencia organizada que sugiere la palabra
matanza se alude a la aterciopelada suavidad y al arrebato no urdido
desde los despachos de múltiple homicidio. Frente al horror y la
cancelación civilizatoria que trae consigo la palabra asesinato es mucho
más respetuoso hablar de ejecución extrajudicial. Actualmente las
realidades bélicas son tan arbitrarias que incluso la palabra guerra se
utiliza
eufemísticamente. Se habla de guerra para legitimar una invasión, un
genocidio o un exterminio étnico. Parece que la palabra guerra otorga
una licitud de la que sin embargo carecen las actividades que se llevan a
cabo en su nombre. Es una degradación que merece análisis y estudio.
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