Obra de Antony Williams |
Cuidar a alguien es lo menos pragmático
y lo más humano de todas las actividades
posibles que concita la experiencia de vivir. Pragma significa cosa, así que pragmático es el que hace cosas,
pero práctico es el que aprende cuestiones relacionadas con la conducta de los
sujetos, nada que ver con los objetos. Por eso cuanto más deshumanizado es un
contexto lo pragmático acaba subsumiendo a lo práctico. Los sujetos nos cuidamos prestándonos
atención. Esta expresión me resulta excepcionalmente valiosa. Es un hallazgo léxico de primer nivel que el uso frecuente
ha invisibilizado por completo. Cada vez
valoro más que alguien me preste su atención (durante un lapso de tiempo su atención es mía) y cada vez presto más atención (entrego mi atención a una otredad) a
quien me la presta a mí. Atender es poner la atención en un sitio concreto, y creo que
no hay nadie que cuide a nadie si no lo acompaña con su atención. De ahí que
cuidar y atender sean sinónimos. Siento decirlo porque adoro los animales, pero
el mejor amigo del hombre no es el perro, tampoco el encantador gato, el mejor amigo
de cualquiera de nosotros es aquel que nos cuida y se preocupa de cómo va
nuestra existencia en el mundo de la vida. Es decir, aquel que se interesa por nosotros porque le interesamos. Aquel que nos presta su atención. Y nos la presta porque nos quiere. Esta es la concatenación que explica por qué en su sentido original amar a alguien era cuidarlo.
Se tiende a hablar del cuidado para asistir a nuestros pares en
los momentos en los que se les avería el cuerpo, cuando pierden autonomía y no
se valen por sí mismos para operaciones primarias, cuando la decrepitud de
la carne muestra su poder omnímodo, cuando la precariedad económica oxida sus posibilidades,
cuando la vulnerabilidad con sus diferentes rostros muestra sus temibles fauces.
Se ha instalado un tropismo que conceptualiza cognitivamente el cuidado como la
asistencia al otro en exclusivos episodios de adversidad, quizá porque el antagonismo del cuidado es el daño. De este modo cuidar consiste en evitar que el daño asedie al otro o curarlo en el caso de que ya haya sido asaltado por él. A mí me provoca perplejidad que muchas personas solo
concedan cuidado para amortiguar la tristeza en instantes de mendicidad afectiva
o material, pero lo repliegan para la alegría. Acuden a sedar la desgracia,
pero no a propiciar la gracia. La tecnología sentimental de la compasión nos
enseña a diario que compartir la pena diezma la pena, pero compartir la alegría
multiplica la alegría. El cuidado también es participar o hacer partícipe al
otro de esta prodigiosa multiplicación. Cuidar es gozar juntos,
edulcorar la vida, llenarla de aquello que evapora la sensación de
esfuerzo, compartir y degustar el afecto, defender aquello que salvaguarda la
dignidad de toda la familia humana (que es como todos nosotros aparecemos citados en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos y en cualquier ensayo que vindique la
fraternidad). Cuidar es atender a que la alegría comparezca en la vida del
otro, no solo acudir a quitarle la aflicción de encima. Me atrevo a manipular la
Regla de Oro y arrimarla a una ética alegre del cuidado: «Cuida al otro como te
gustaría que te cuidaran a ti para que no decaiga tu alegría». Felices días a todos.
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Cuidémonos los unos a los otros.
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