El consumo colaborativo es aquel
que permite que las personas puedan satisfacer intereses mutuos Estas ayudas se
han disparado gracias a que las tecnologías de la comunicación encarnadas en las
redes sociales pulverizan las distancian y conectan a la gente. La eclosión de esta forma de cubrir necesidades personales
o de fomentar el uso compartido de bienes o servicios choca frontalmente con los
modelos de negocio del sistema capitalista basado en que toda iniciativa posee
una pulsión comercial y por tanto conlleva una transacción monetaria. Esto ha
originado que en la criminalización en bloque de estas actividades no se matice algo tan
nuclear como si las colaboraciones son con o sin ánimo de lucro. Las primeras
son las realmente interesantes y problemáticas porque cuestionan la estructura
económica. Las segundas también son problemáticas porque son una economía
colaborativa que requiere regulación fiscal. Pero que las dos sean
problemáticas no significa que las dos sean iguales. La primera es un
quebradero de cabeza para el tradicional ecosistema económico puesto que
postula un hondo cambio cultural. La segunda no, si se articula y se adapta al
mismo mercado que replica (adquisición de bienes o servicios a cambio de dinero, que para las clases no acaudaladas se obtiene exclusivamente a través de un empleo que, como escasea, impele a a competir por él y así no ser excluidos del acceso a recursos, incluidos los básicos).
Vayamos a las colaboraciones
ajenas al tintineo de las monedas, a cuando dos o más personas cruzan el uso de
bienes que poseen en propiedad (no confundir con intercambiar creaciones
protegidas con derechos de autor) o algunos de sus recursos sin comerciar con
ellos, sólo empujadas por el afán de colaborar, de algo tan inherente como
ayudar y ser ayudado. En la genealogía de la colaboración descansa la
reciprocidad directa e indirecta, una información codificada en nuestra
herencia genética que nos hace confiar en que los demás, aunque no nos
conozcan, harán por mí lo que yo ahora hago por ellos, aunque tampoco sepa
quiénes son exactamente. Esta dimensión cooperadora nos humaniza y al incluir a
los demás en nuestras deliberaciones nos convierte en sujetos éticos. La mala
noticia es que si las personas sortean el protagonismo del dinero en la satisfacción
de necesidades, o en la optimización de sus recursos, o en el canje del
uso del bien para dilatar su ciclo de vida o evitar el derroche, entonces esas
prácticas se desaprueban señalando la existencia de trabajadores afectados. Los
trabajadores siempre son rehenes del capitalismo. Sirven para condenar toda
práctica que provoque desempleo, incluidas aquellas que traigan adjuntadas las ventajas
sociales y mediambientales del consumo sostenible y responsable, pero también
para deteriorarles a ellos mismos sus condiciones y derechos laborales, puesto que
según el credo neoliberal son esos mismos derechos los que frenan el empleo al
convertir el mercadeo laboral en algo rígido que ahuyenta la contratación.
La conclusión de este silogismo
es desoladora. Al parecer la gente no se puede ayudar entre ella sin que
existan intercambios monetarios o haya negocios agraviados. Si una persona
ayuda a otra, solo se libra de la prohibición si esa ayuda se realiza para la
obtención de recursos monetarios. Si no hay ingresos, la colaboración entre
prestador y prestatario es fraudulenta, porque se insinúa que otros sí podrían
obtenerlos llevándola a cabo. Esta es la falacia argumentativa que se esgrime
contra la promoción de la mutualidad. En realidad con estas prácticas colaborativas
en las que brilla la cooperación y se orilla toda práxis económica no se atenta
contra un tercero, aunque es obvio que algún sector pueda ver mermados unos
ingresos basados precisamente en solucionar necesidades que pueden ser
satisfechas sin su participación, sino contra un sistema que no contempla que las
personas puedan ayudarse sin que esa cooperación procure réditos económicos a alguien. En una visión macroscópica
ese alguien abstracto es el capital. Es palmario que las élites financieras y sus adalides políticos no están
dispuestos a que se devalúe. Así que toda actividad que atente contra él,
incluida la cooperación entre personas, es rechazada y acaso penalizada. Otra paradoja más que agregar a la lista.
(Texto escrito por Josemi Valle y María Orellana)