Pintura de Alex katz |
Acaba de echar a rodar la decimotercera edición del curso de Especialista en Mediación de la Universidad Pablo de
Olavide de Sevilla (UPO). El curso lo impartimos docentes de la Escuela Sevillana de Mediación dirigida por Javier Alés y Juan Diego Mata. Hace unos días compartí con los alumnos mi primera de las
varias clases que daré a lo largo del curso. Intenté demostrar dos principios críticos
en la gestión y resolución de las diferencias que nacen de ese destino
irrevocable para cualquiera de nosotros que es la convivencia. El primer elemento rector es que en situaciones de
interdependencia es literalmente imposible alcanzar una solución si no se
cuenta con la cooperación de la otra parte. Un escenario de interdependencia es aquel en el que uno no
puede satisfacer un interés de manera unilateral. Necesita la participación del
otro, y no una participación cualquiera, sino llena de singularidades. De no ser así, el conflicto se podrá terminar, aunque
no solucionar. Concluir un conflicto y solucionarlo pueden parecer semánticamente términos análogos, pero no lo son. Muchos conflictos se terminan sin solucionarse y es una mera cuestión de tiempo que vuelvan a erupcionar. De ocurrir así, su erupción será más virulenta. Recuerdo una metáfora de Siri Hustvet en su novela El mundo deslumbrante que me sirve ahora para ilustrar aquí la imagen de los conflictos cerrados en falso: «las hojas dejan de moverse justo antes de una gran tormenta». Un conflicto terminado pero no solucionado tiende a «volcanizarse» y a «balcanizarse». Nada recomendables ambos escenarios.
El segundo gran principio engrana con el primero. La dimensión cooperadora y sobre todo el compromiso de mantenerla sólo
se conquista con la emergencia de la convicción (a mí me gusta recordar que una
negociación no persigue un acuerdo, sino el compromiso de respetar el acuerdo alcanzado). Aquí podemos rotular el epicentro de todo. Ni imposición,
ni manipulación, ni coerción, ni convención, sólo la convicción como génesis de
la solución de un problema entre dos o más personas, instituciones u
organizaciones. En la clase cité una hermosa reflexión de Malala, premio Nobel
de la Paz en 2014, la niña paquistaní que con doce años recibió un balazo que
le atravesó la cara rozándole un ojo y cuya bala huyó milagrosamente por uno
de sus hombros. Los talibanes la quisieron asesinar porque desobedeció el mandato
de no ir más a la escuela. Malala siguió
yendo todos los días. Entonces defendió que «se consigue más con un lápiz que con una pistola». La explicación es sencilla. Las palabras encapsuladas pacífica y educadamente llevan en germen un poderoso poder transformador, un dinamismo demiúrgico, una inercia creadora. Una palabra puede cambiar el cerebro del que la almacena y puede modificar el cerebro del que la recibe. En esta realidad y en la preciosa y sucinta afirmación de Malala se cimenta toda la arquitectura de la convicción.
A explicarla me dediqué el resto de la clase. Tangencialmente haré lo propio el
resto de clases.
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Yo no te he convencido, te has convencido tú.
No hay mayor poder que quitarle a alguien la capacidad de elegir.
Un error de persuasión.
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