Obra de Alex katz |
Flaubert comentaba que identificamos como
tonto a todo aquel que no piensa como nosotros, pero no creo que sea exactamente así. A mí me gusta calificar como idiota a todo aquel cuyo resorte identitario más radical es su
impermeabilidad a evaluar los argumentos de su interlocutor, negar la predisposición a intentar comprender al otro, impugnar los argumentos de la contraparte con ocurrencias en las que no hay ni un solo argumento. Los argumentos
llevan en germen capacidad demiúrgica y movilizadora, y quien desea amputársela no escuchándolos, cercenándolos con ideas peregrinas, desdeñándolos y basculándolos hacia el desprecio porque no son suyos, o subvalorándolos porque otorga una primacía omnímoda a sus ideas, es tonto. En las antípodas se aposenta la actitud del que decide escuchar otras visiones y abrazarse
a una evidencia nueva si mejora la anterior. Una mala pedagogía nos
hace creer que cambiar de opinión nos degrada. Cambiar de opinión es abyecto cuando
significa el incumplimiento de una promesa, pero denota abundante inteligencia cuando uno abandona un argumento esquelético porque ha
encontrado otro de aspecto mucho más saludable.
Es una pérdida de tiempo exponer
argumentos a aquel que no argumenta sus ideas. Este despilfarro de energía y tiempo ocurre muy a menudo. El dogma económico, el credo religioso, las exterioridades
sobrenaturales, los prejuicios, las cosmovisiones sesgadas, son sistemas de creencias que se
utilizan como argumentos irrefragables cuando sin embargo son tan refutables
como cualquier otro. No es una buena idea dialogar con quien en vez de
argumentos utiliza creencias tan naturalizadas que las eleva al rango de certezas. Las creencias no se
piensan, en las creencias se habita, y es imposible el juego dialéctico de los
argumentos con quien prescinde de ellos para acomodarse en el mundo. Podríamos
agregar que necio es aquel que niega que la realidad siempre es una interpretación subjetiva y por tanto expuesta a sufrir la oposición de cualquier otra interpretación sin que ocurra nada trágico porque sea así. En otros textos he definido como tolerante
al que admite que todo argumento se puede objetar, frente al que defiende
que todo argumento por el hecho de serlo debe ser
respetado y no criticado. Hay que respetar el derecho a opinar, pero sin que ese derecho obstaculice la posibilidad de
refutar el contenido de la opinión. Voy a ir más lejos
todavía. En un juicio deliberativo no existe la verdad, ni tan siquiera se puede
demostrar si el enunciado es cierto o es falso. En el cosmos de la deliberación solo se puede argumentar. En este universo tan particular el idiota se arroga el monopolio de la
verdad. Es amo y señor de ella. Quien se cree propietario de la
verdad está incapacitado para enriquecerse del poder transformador de los
argumentos del otro. Está esculpido en una creencia. Está petrificado. Momificado. Fanatizado. Ya sabemos anticipadamente en qué nos convertiremos si discutimos con él.
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