Obra de David Jon Kassan |
Hacía mucho tiempo que no
escuchaba o leía la expresión bienser. Recuerdo que en la Facultad de Filosofía
mi profesor de Estética cada vez que hablaba de bienestar citaba el bienser. A pesar de que son dos conceptos que deberían yuxtaponerse, él siempre los contraponía. Aquel profesor era un
señor muy austero, pertenecía a una orden religiosa, llevaba una rígida vida monacal, acumulaba cuarenta años levantándose todos
lo días a las cinco y media de la mañana para escribir en su celda sus reflexiones, y le
enojaba que la palabra bienestar hubiera eliminado de la retórica social la mucho más importante palabra
bienser. En mi diaria lectura matinal hoy me he vuelto a encontrar con este término. Estaba
repasando un ensayo de Adela Cortina cuando en un determinado momento la autora y profesora cita de
soslayo la relevancia del bienestar y el bienser. Resulta curioso echar la vista atrás y
comprobar que tanto en los momentos de eclosión como de normalización de la crisis financiera apenas se haya oído hablar de este binomio conceptual que configuran el
bienestar y el bienser. Para alguien que defiende la necesidad de una ética de mínimos (justicia) como condición insoslayable para una ética de máximos (felicidad), es entendible que el bienestar actúe como prerrequisito del bienser. Por eso provoca perplejidad que en la última década se subraye insistentemente el paulatino deterioro del bienestar, pero apenas se cite el adjunto deterioro del bienser. El imperativo biológico del dinero, encarnado en la crisis financiera de 2008 y en todas las crisis
incubadas a lo largo de la historia , demuestra que para que exista una burbuja
crediticia y financiera antes ha de alimentarse una degradación de las prioridades que dan sentido
a la vida. Dicho con jerga económica: en el nudo de interacciones que es la realidad, la deflación del mundo ético trae anexionada una inflación de
los valores financieros, y viceversa. Es imposible que crezca la titularización de valores económicos si previamente no se trastoca severamente la estratificación de los valores personales y comunitarios. Basta con estudiar crisis precedentes para advertilo. La de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII fue la primera consignada, pero es tan paradigmática y tan increíblemente rudimentaria y absurda que se torna muy diáfana. Desde entonces siempre se repite el mismo patrón. Crisis de valores, festín de especuladores.
El bienestar es el
conjunto de cosas necesarias para vivir
bien. Consistiría en el acceso a la educación y la sanidad, empleo, subsidio por desempleo, disfrute de bienes culturales, prestaciones sociales, ayuda a la
dependencia, seguridad social, jubilación. Este listado no es una ocurrencia momentánea, es
un resumen de los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, el epítome de lo que se entiende (y así lo adoptaron la mayoría de los países miembros de la ONU) como los mínimos sin los cuales no es posible una vida digna. El bienser no figura en el diccionario de la Real Academia. Como cada uno de nosotros somos aquello que quedaría en el supuesto de perderlo todo, podemos definir el bienser como el conjunto de sentimientos y conductas que convierte en valiosos a los sujetos y cuya ejemplaridad mimetizada nos mejoraría en la vitalicia tarea de ser personas. Serían los valores
éticos y los valores personales que
consideramos más adecuados en nuestras vidas y en la de nuestros congéneres para que convivir fuera una experiencia de la que enorgullecernos. En los años precrisis se comprobó
cómo el bienestar y el bienser entablaron una picajosa relación de vasos
comunicantes. El bienestar es primordial para el bienser, pero se verificó que si el bienestar es muy elevado, el
bienser se estupidiza al competir por la estima social a través de la comparación del consumo adquisitivo. Por el contrario, si el bienestar
flaquea y no alcanza el mínimo, el bienser se desarticula aceleradamente. Surge la pobreza material y todo lo que trae en su anverso y
reverso: ausencia de formación, carestía de recursos, depauperización del horizonte vital, cancelación de todo proyecto de
autorrealización, defunción de cualquier plan de vida que no sea sobrevivir. El bienestar convertido en compulsiva competición por el reconocimiento social a través de la demostración de la capacidad de sufragar necesidades creadas convierte al bienser en una caricatura. La eliminación del bienestar arroja al bienser a la jungla de la supervivencia.
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