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Georgia O'keeffe. Wave night, 1928 |
La abundante bibliografía del conflicto
señala que uno de los motivos centrales por el que las desavenencias se cronifican
no se debe a que los actores posean percepciones distintas de lo ocurrido, sino
más bien a que cada uno de ellos trata de deslegitimar la diferente percepción del otro. Aunque resulte una ironia, la
percepción es un larguísimo proceso que finaliza enseguida. Otorgamos un significado a la información que
recibimos o a los acontecimientos que nos envuelven para poder contextualizarlos
y saber rápidamente a qué atenernos. Huelga añadir aquí que lo que más le
incomoda a nuestro cerebro es la inquietante presencia de la incertidumbre, así
que de manera impulsiva trata de permutar lo incierto en inmediata certeza. La construcción
de la percepción no varía mucho de unas personas a otras, lo que sí es
sustancialmente distinto es el contenido. Un mismo hecho se puede percibir o
releer de muchas maneras en tanto que en esa organización de datos e
información intervienen en red muchos constructos de cariz estrictamente personal.
De modo simultáneo y enredándose en una apretada maraña entran en escena los juicios de
valor (evaluación de personas, hechos e ideas desde nuestro código de conducta
y nuestros ángulos de observación morales), la estratificación de valores (aquello que
es importante para nosotros y que no necesariamente lo es para otros), los prejuicios
(y su propensión a aceptar como únicamente válida la información que corrobora
nuestras creencias), las suposiciones (contenidos con los que rellamos
vacíos informativos), los sesgos (inclinación a procesar la
información de una determinada manera), el bagaje existencial (cotejamos los nuevos acontecimientos con
los resultados obtenidos en parecidas situaciones a lo largo de nuestra biografía), la educación sentimental
(nuestros sentimientos son el resultado de la omnipresente evaluación que el
intelecto hace de la incursión de nuestros deseos en la realidad), las fluctuaciones de nuestro
estado de ánimo (que tiende al análisis laxo cuando es elevado y a un exceso de
inquisición cuando es bajo), la economía cognitiva (empaquetamos de un modo económico la información enfatizando la velocidad de absorción y un bajo coste cognitivo en la operación). El ensamblaje de todos estos elementos levanta la gigantesca arquitectura de nuestra percepción sobre la eventualidad más diminuta. Si el acervo popular afirma que la cara es el espejo
del alma, la percepción que tenemos de las cosas es el escaparate de nuestra
subjetividad. Kant lo sintetizó con la lacónica y luminosa expresión «vemos lo que somos». Asumir esta realidad puede ayudar a
entender muchos aspectos, pero sobre todo a convivir con el más habitual en la emergencia de un conflicto. Que las
dos partes enfrentadas tengan razón y no halla ninguna contradicción en ello.