martes, enero 08, 2019

La alegría es decir sí a la celebración de la vida



Obra de Didier Lourenço
Hoy no tenía pensado escribir ningún artículo. Llevo dos semanas con el ordenador apagado y con mi atención alejada por completo de los hábitos que requiere la escritura (aunque he intentado mantener intactos los de la lectura). Para felicitar la llegada de este recién estrenado nuevo año había decidido compartir con todos los paseantes de este Espacio Suma NO Cero el artículo más leído de todos los que escribí en 2018. He consultado las estadísticas y el más visitado el año pasado ha sido el que lleva por título Más atención a la alegría y menos a la felicidad. Me encanta que haya sido así. Este texto liga perfectamente con los ya finiquitados días navideños en los que la felicidad como aspiración coloniza los imaginarios, pero sobre todo en los que la alegría abandona los puestos secundarios y se le ruega que pase a ocupar el centro del escenario de tanta festividad conglutinada en unos cuantos días frenéticos. Son muchos los que aprovechando estas peticiones de alegría y felicidad agregan el deseo de que se hagan extensivas al resto del año. Me sumo a esta inteligente petición, porque cada vez le concedo mayor predicamento a esa emoción primaria, pero también sentimiento y hábito afectivo, que es la alegría. Los motivos de su relevancia son simples, pero los intuyo inobjetables. El primero es que la alegría, como encargada del suministro anímico y energético (no es azaroso que el emoticono para expresarla sea una gimnasta dando una voltereta, o una gitana bailando sevillanas), es muy fácil de detectar y compulsar tanto en sus marcadores somáticos como en sus manifestaciones en el entramado afectivo. El segundo se compendia en que sin alegría la felicidad tiene vetado el paso a nuestras vidas. La felicidad, entendida como proyecto ético y no como la ideología dominante invocada por el mercado y conectada a la opulencia consumible, puede conceptualizarse como la alegría provocada por acciones que destilan emancipación, autonomía, bondad, generosidad, cuidado, o amor (Spinoza escribió que el amor es un afecto siempre alegre). Donde no irradia la alegría, o se aprisca en un afecto marginal, se antoja complicado que la felicidad pueda hacer acto de presencia.

La alegría es la manera en que le decimos sí a la celebración de la vida. La alegría se olvida momentáneamente del pasado, detiene la costumbre de oliscar en el futuro y festeja con delectación las bondades del presente. Es el componente sentimental que nace de la toma de conciencia de la suerte que supone poder inaugurar un nuevo amanecer y las posibilidades que trae adjuntadas en su decurso, lo que no obsta para que en perfecta armonía puedan comparecer asimismo el disenso y la crítica. La alegría es una forma de mirar, y como toda mirada es una manera de estratificar con deliberación, reflexión e inferencias. En las páginas finales del ensayo Biografía de la humanidad de José Antonio Marina y Javier Rambaud, leo que «la solución a nuestros problemas solo podrá encontrarla una inteligencia social en la que interaccionen personas que se hayan liberado de la pobreza extrema, de la ignorancia, del fanatismo, del miedo y del odio». Es una definición muy próxima a mi concepción de persona alegre y de la alegría como prólogo para otras disposiciones sentimentales. Desde esta perspectiva epistemológica y desde una resignificación que amplía su campo semántico, la alegría mantiene sinonimia sentimental y cognitiva con la tranquilidad, la serenidad, la ausencia de miedo, el entusiasmo, la vocación, lo lúdico, los episodios de estado de flujo, la curiosidad, la creación, la aceptación, pero también con la equidad, la solidaridad, la justicia. La alegría no es solo dar brincos, es mediación afectiva para desarmar el desasogiego y lograr la  pacificación del yo. Es una forma de instalarnos en el mundo y circunnavegar el estado de las cosas, y cuando logramos su regularidad asoman otras predisposiciones imperativas en la arborescencia del entramado afectivo (fraternidad, compasión, bondad, gratitud, cuidado). Acaso la más decisiva es que cuando estamos alegres vamos al encuentro gozoso del otro. Compartir la alegría multiplica la densidad de la alegría, y no participarla la reduce a experiencia inconclusa. He aquí la razón de que la alegría siempre nos imante hacia la socialidad. 

En su último libro mi admirado Vicente Verdú nos dejó unos cuantos aforismos luminosos, pero a mí el que más me impactó de todos fue este en el que diagnosticaba una patología epocal: «La gente que se queja de que no le pasa nada no sabe la suerte que tiene». Esta reflexión se torna sobrecogedora si se añade que el autor la escribió en mitad de la enfermedad que le arrebataría la vida meses después. Ocurre que tenemos vista de águila para detectar lo que nos falta y miopía severa para contemplar lo que tenemos, una cuestión mitad ocular, mitad axiológica, que provoca peligrosas mutilaciones en la alegría y en el darse cuenta, que es vivir contemplando cómo lo extraordinario se halla subsumido en lo que tildamos de ordinario, cómo lo aparentemente sencillo es una maravilla inextricable. Se puede parafrasear a Kant cuando connotaba que «lo más sublime es sentir lo sublime» afirmando que lo más sublime de la alegría es sentir el vigor desbordante de la alegría, o que el mejor prescriptor de la alegría es observar a cualquier persona alegre y resiliente. No puedo por menos de traer a colación aquí una anécdota real que me ocurrió hace muchísimos años. Una tarde primaveral visité a un profesor que vivía en un convento. Llevaba medio siglo levantándose a las cinco de la mañana a meditar sobre el misterio de vivir. Acumulaba una ingente cantidad de cuadernos de alambre en los que almacenaba el resultado de sus reflexiones. Dando un paseo por el huerto que rodeaba el lugar le pregunté para qué existimos. Me respondió que en la pregunta que acababa de formularle descansaba la respuesta. «Existimos para existir». Perdón por el atrevimiento, pero creo que no es concretamente así. Existimos para existir alegremente. Ojalá que este 2019 que acabamos de desprecintar ayude a colmar este precioso propósito.



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