martes, marzo 21, 2017

No hay nada más excitante que la tranquilidad



Obra de Alyssa Monks
Cada vez que alguien me habla de extraer el  palpitante jugo de la vida exprimiendo los días, le recuerdo que no hay nada más excitante que la tranquilidad. La reflexión no es mía, es de mi mejor amigo. La compartió conmigo hace unas semanas cuando le explicaba que basta un pequeño contratiempo deshabituándonos de nuestros quehaceres para que anhelemos el equilibrio perdido, el sosiego inadvertido de las jornadas exentas de contrariedades. Conviene no confundir este anhelo de tranquilidad con el conformismo acrítico ni con la momificación de la vida. El bienestar psíquico y la petrificación vital son cosas muy distintas, aunque existe un discurso alimentado de clichés que lo confunde todo aparatosamente y genera un increíble surtido de paralogismos con gran aceptación en el imaginario social. La tranquilidad opera en nuestra vida como un factor higiénico, es decir, sólo la apreciamos en su ausencia y la negligimos en su presencia. Resulta curioso comprobar cómo lo más relevante de la existencia funciona de un modo similar, lo que corrobora que nuestra inteligencia no es tan inteligente como creemos. Basta con que nos atropelle un contratiempo, nos arponee una adversidad, se nos averíe alguna parte del cuerpo, nos duela algún punto del alma, aumenten las tasas de imprevisibilidad, o algo o alguien oblitere alguno de nuestros intereses, para que la devaluada tranquilidad cobre centralidad en los análisis de nuestra recepción en el mundo. Esa tranquilidad arrebatada se erige en el nuevo Edén al que queremos regresar tras la inesperada expulsión.

De repente nos asedia la intranquilidad, la incapacidad para colocar la atención allí donde lo desee nuestra voluntad. El desasosiego nos despoja de soberanía, nos convierte en rehenes de una atención de la que dejamos de ser los legítimos dueños. Cuando la atención se emancipa de nuestra capacidad volitiva suele apresurarse hacia los lugares gobernados por la tristeza y el miedo, rodea cualquier sitio donde podría abastecernos de alegría y bálsamo. El agobio se lleva muy mal con la serenidad, con esa lenificante paz del alma que los filósofos griegos denominaron ataraxia. Debemos vivir con mucha escasez de ataraxia y de tranquilidad cuando proliferan tantos libros de autoayuda metamorfoseados en analgésicos para las úlceras del alma. Cada vez ocupa más espacio en los estantes de las librerías una farmacopea bibliográfica de la autorrealización. En las redes sociales aparecen con una omnipresencia escandalosa eslóganes prescritos para conjurar esos embates de la realidad que nos interrumpen una vida tranquila. El actual Premio Nacional de Ensayo, José María Esquirol, vindica en su ensayo La resistencia íntima las virtudes de la vida cotidiana que es donde se remansa la tranquilidad. Es difícil advertir lo virtuoso de una vida tranquila porque los postulados socioeconómicos conjuran contra ella. La alienación es necesaria para la perpetuación de la lógica turbocapitalista que beligera contra una vida más lenta, más sosegada, más reflexiva, más atenta a hacer valoraciones de gran angular para discenir el sentido de lo que hacemos y de lo que no hacemos.

Estos días en los que la gente me felicita por mi nuevo libro La razón también tiene sentimientos. El entramado afectivo en el quehacer diario (ver) y muy amablemente me desea éxito con él, le recuerdo que no hay mayor éxito que haber dispuesto durante un lapso de tiempo bastante amplio de un contexto de recogimiento para escribir un ensayo así en un mundo que torpedea la existencia de este tipo de contextos en la vida de las personas. La gran Rosa Montero en su artículo de este domingo vindicaba el silencio y la quietud como condición de una vida menos vertiginosa y más llena de paz. La celeridad, impuesta desde un mal entendido utilitarismo por la sobrecarga de tareas subordinadas al punto seminal de optimizar las cuentas de resultados, impide la afloración de sanas experiencias afectivas porque guarda una contrapartida venenosa para la interacción humana. Los vectores sentimentales requieren de la pausa y la repetición para echar raíces, para la creación de vínculos fértiles, para encontrarnos con el otro y degustarnos pausadamente mientras entretejemos lazos comunitarios (que son lo que nos van a ayudar y los que nos van a cuidar cuando la realidad tarde o temprano malogre nuestra instalación en el mundo). La velocidad y el hábito son antitéticos, y sin hábito no hay estimulación de memoria, y sin memoria no hay producción de vínculo. Sin vínculos sólidos no puede aflorar la tranquilidad. El mundo líquido cartografíado por Zygmunt Bauman, o la sociedad del riesgo por Ulrich Beck, son el mundo de la intranquilidad de que todo se pauperiza y todo acuerdo queda relegado hasta un próximo acuerdo mientras sumergen la vida en la inconsistencia y la incerteza. Todo queda expuesto a una precariedad que agregar a la consustancial al hecho mismo de vivir, que ya de por sí es pura precariedad. Difícil vivir tranquilos en un mundo que no quiere a nadie tranquilo. E incluso estigmatiza a quien se atreve a intentar estarlo y serlo.



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lunes, marzo 20, 2017

Los sentimientos también tienen razón


La razón también tiene sentimientos. El entramado afectivo en el quehacer diario  (CulBuks, 2017) es el segundo ensayo de la trilogía Existencias al unísono. La trilogía se inauguró con La capital del mundo es nosotros. Un viaje multidisciplinar al lugar más poblado del planeta (CulBuks, 2016). Se trata de un estudio de la interdependencia humana y de las formas de articularla en el paisaje social a través de la dimensión cooperativa y el cuidado. Completa la tríada El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza. Una ética del diálogo (CulBuks, 2018). Este tercer y último ensayo hace apología de la experiencia discursiva asociada a la bondad y a la racionalidad para poder entendernos en nuestra irrevocable condición de existencias anudadas a otras existencias. En Los sentimientos también tienen razón se analiza la afectividad humana para vindicar la conversión de los sentimientos de apertura al otro en automatismos éticos que plenifiquen la convivencia.De este modo la trilogía incide en la ética política, la ética sentimental y la ética discursiva. Tres magnitudes que no dejan de ser la misma en el espacio de las interrelaciones humanas.

La idea cenital de La razón también tiene sentimientos es lograr el automatismo ético en nuestras decisiones para allanar la convivencia y la aventura de seguir humanizándonos, cómo engendrar aquellos sentimientos que nos faciliten la tarea de ser el ser humano que nos gustaría ser. No es un trabalenguas. La invención de una segunda naturaleza (la cultura) nos permite construirnos según nuestros fines dentro de las limitaciones del marco biológico, una singularidad maravillosa y exclusivamente humana. El ensayo ofrece una taxonomía de origen binario, bifurcando los sentimientos en sentimientos de exclusión y de apertura al otro, aunque partiendo de que ambos tipos de sentimientos coexisten y palpitan simultáneamente en el cosmos afectivo. Se analizan pormenorizadamente para ver su incidencia en el espacio compartido y qué conclusiones podemos extraer. Existen sentimientos que embellecen las interacciones y permiten el florecimiento de nuestra dignidad y existen otros que las envilecen y entorpecen el desarrollo de esa misma dignidad en nosotros y en los demás. Nuestra forma de sentir determinará la elección de la prevalencia de unos sentimientos sobre otros. La autonomía humana nos confiere soberanía para intervenir en esa construcción emotiva. El ensayo desemboca inevitablemente en el orbe ético como paso ineludible para sentir  y convivir bien. 


* El libro puede adquirir en la tienda digital de la editorial CulBuks, o haciendo clic aquí.
* La capital del mundo es nosotros se puede adquirir aquí.



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El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza. 
La trilogía "Existencias al unísono" en la editorial CulBuks.