martes, mayo 27, 2014

Lo siento, no se puede desaprender



Últimamente se ha instalado en el argumentario social el silogismo de que para aprender cosas nuevas debemos desaprender otras que nuestro sistema de creencias ha inmunizado a pesar de que el conocimiento las haya declarado erróneas. Desaprender es el nuevo punto neurálgico que señalan muchos formadores que anhelan cambiar algún herrumbroso paradigma. Se ha conceptualizado la mística del desaprendizaje como prólogo de un aprendizaje novedoso que exige nuevos marcos, una habilidad para abrir las puertas desprejuiciadamente al nuevo conocimiento. Hay que desaprender para aprender, es la consigna proclamada con cierto orgullo por el efectismo que provoca este juego de palabras, una ecuación que a fuerza de repetirse se ha alojado en la literatura sin que apenas nadie cuestione su validez. Pues no. No es así.

El cerebro absorbe los estímulos de su alrededor, una realidad sensorial que el tejido neuronal transforma en códigos abstractos para construir razonamientos, inferencias, deducciones que le ayuden a hacer predicciones más o menos fiables. De lo concreto brinca a lo abstracto, de la materia que configura el presente intenta construir elucubraciones que le permitan avizorar el futuro. Aprender se erige así en un proceso activo que además trae adosada la función de sustitución y borrado. Un nuevo conocimiento reemplaza a otro que ha quedado invalidado por nuevas evidencias más poderosas, más empíricas, mejor razonadas, más sólidas, hasta que otras demuestren lo contrario y jubilen a sus predecesoras, que al descartarse y no utilizarse se desintegrarán hasta alcanzar su propia extinción. Del mismo modo que sólo se fortalecen los músculos que se entrenan, sólo se se solidifica y se combina en la memoria la información que se maneja asiduamente, y se olvida aquella que apenas haya generado sinapsis en los apéndices arbóreos de las neuronas. Con esta lógica de las creaciones se expande el conocimiento y el aprendizaje. Esta es la razón de que nadie tenga que realizar ningún esfuerzo para desaprender. Es un proceso pasivo. Se impulsa él solo. Basta con incorporar nuevos paisajes discursivos que refuten a los anteriores para que este proceso arranque. No hay que desaprender nada porque ya lo hacemos sin que seamos conscientes. Hay que aprender y pertrecharse de nuevas evidencias que den respuestas más convincentes a las demandas de nuestro alrededor.  Nuestro cerebro se encargara de sustituir las viejas evidencias por  las nuevas. Y esto no es desaprender. Es justo lo contrario. 

jueves, mayo 22, 2014

Entrevista sobre "La educación es cosa de todos"

Breve entrevista hablando del manual La educación es cosa de todos, incluido tú (Editorial Supérate, 2014). La charla se llevo a cabo con motivo de la presentación del manual en la Feria del Libro de Salamanca.

martes, mayo 20, 2014

Con esfuerzo, sí, pero con más cosas



El Atlético de Madrid ganó el pasado sábado la Liga. Desde aquí mi enhorabuena. Es tremendamente meritorio que un club como el Atleti, que compite contra el todopoderoso bipartidismo  financiero del Real Madrid y el F. C. Barcelona, haya logrado ganar la Competición. Sin embargo, la contemplación de esta hermosa epopeya no puede justificar argumentos enclenques. Al albur de la gesta del Atleti, he leído silogismos como que «si se cree y se trabaja, se puede», «son los campeones del esfuerzo»,  «si te esfuerzas y trabajas logras lo que te propones», «las palabras bellas no son palabras huecas», etc., etc.  Una retahíla de lugares comunes, vacuas peroratas que parecen dirigidas a animarse uno mismo para no capitular en estos tiempos de zozobra social. Siento disentir con los tópicos que pueblan estos días los discursos en torno a la proeza del Atleti. Nadie logra colmar una elevada expectativa exclusivamente sudando. Para alcanzar objetivos por los que también pugnan otros candidatos se necesita la colaboración simultánea de cuatro potentes vectores que juntos pueden llegar a levantar la ciudadela del mérito. Si uno de ellos flaquea, el logro de la recompensa se tambalea. Los cuatro elementos que necesitan presentarse en perfecta siderurgia son talento, esfuerzo, suerte y que los rivales que compiten por satisfacer el mismo interés sean menos competitivos que tú. No hay más. 

El esfuerzo es la capacidad para mantener altas tasas de energía en una misma dirección durante un tiempo prolongado. Sin él es difícil alcanzar meta alguna, pero solo con él tampoco. La capilaridad del esfuerzo opera como un factor higiénico: su presencia no te eleva, pero su ausencia te hunde. El talento es la habilidad para ejecutar de un modo excelente una actividad concreta. Sin talento se pueden llevar a cabo muchas cosas, pero es difícil que lo que uno haga descolle de lo que hacen los demás y por tanto se puedan obtener ventajas competitivas (según la la jerga). La suerte es un concepto muy elástico. Como no ejercemos control sobre sus acrobáticas apariciones, jamás le atribuimos autoría alguna cuando el mundo nos sonríe, pero depositamos en su titularidad nuestros lamentos cuando las cosas se tuercen.Y finalmente están los demás. En los entornos competitivos no basta con esforzarse, tener talento y que la suerte se aliste a tu lado. Es prioritario que tus rivales posean algo menos que tú de los tres vectores señalados. En una competición hay una lógica predatoria, porque si uno gana es porque su rival pierde, así que las competencias de uno son variables en relación con las del otro. Todos estos constructos no se pueden atomizar, son ondulantes y sistémicos, afloran simultáneamente, se retroalimentan, pero son los que procuran que un equipo alcance más puntos que todos sus competidores. También son los responsables de que hasta diez segundos antes de finalizar un juego distributivo que dura diez meses no supiéramos en qué cabeza se iba a colocar la gloria del mirto y el laurel. Por eso hay que felicitar al Atleti. Porque la competición es un misterio (lo contrario sería tedioso) y el misterio les ha bendecido a ellos. Felicidades.

lunes, mayo 19, 2014

En la Feria del Libro de Salamanca


El pasado viernes 16 presenté el manual "La educación es cosa de todos, incluido tú" (Editorial Supérate, 2014) en la Feria del Libro de Salamanca. Me acompañó Julio Alonso Arévalo, jefe de la Biblioteca de Documentación de la Universidad de Salamanca. En la presentación hablé de cómo los seres humanos podemos desatarnos del determinismo biológico y podemos elegir, discernir, escoger, valorar, priorizar, decidir. En esto consiste la construcción de nuestra autonomía: capacidad para inventar fines que se instalen en nuestra conducta. Y la educación, la cultura, el conomiento, la inteligencia, son los instrumentos para realizar una tarea tan prodigiosa. Gracias a los que nos acompañásteis. Julio y yo disfrutamos mucho. Como siempre.

www.laeducacionescosadetodos.com 

viernes, mayo 16, 2014

El acontecimiento de ser persona



El libro La educación es cosa de todos, incluido tú se debería haber llamado El acontecimiento de ser persona. A pesar de que acumulo suficientes años en mi biografía para lo contrario, a mí me sigue provocando sorpresa comprobar cómo la gente identifica a los demás en función de la actividad a la que dedican su tiempo remunerado. ¿Qué eres? es una pregunta que solemos responder monosilábicamente citando un oficio o una profesión.  Cuando a mí me formulan este onoroso interrogante me gusta contestar que «soy persona, un acontecimiento extraordinario del que me siento muy orgulloso». Gracias a la educación y a ese conocimiento acumulativo que llamamos cultura, las personas nos hemos emancipado del determinismo biológico y nos hemos abrazado a un determinismo racional para ampliar nuestras opciones vitales. Hemos logrado la proeza de que la vida sea una miríada de posibilidades que sólo concluye con la irrupción de la muerte, la abolición del proyecto que somos, la posibilidad que imposibilita todas las demás posibilidades (según la certera definición de Heidegger, la mejor de todas las que yo he leído sobre la señora de la guadaña).  Somos pura posibilidad. La apoteosis de lo posible.

Las personas poseemos la capacidad de desobedecer nuestros propios deseos sentidos, nos pertrechamos de voluntad para neutralizar el poder déspota del deseo inmediato en nuestras decisiones. Somos nuestros propios artífices (aunque no podemos olvidar el paisaje social y los imponderables, lo que nos hacer ser coautores de nuestra biografía y no sólo autores). Podemos sacarle la lengua a nuestra propia naturaleza y dotarnos de una dignidad (el derecho a tener derechos, la percepción de nuestra condición de sujetos valiosos) que no existe en ninguna parte salvo en el juego malabar de las ficciones asumidas por todos. Ser persona es lo más relevante que nos va ocurrir en el transcurso de los años. Como lo somos ininterrumpidamente, se nos olvida la tremenda suerte con la que nos agasaja la vida.  Podemos elegir si acercarnos a los ángeles o emular a los demonios, competir o cooperar, pensar en los demás o minusvalorar su presencia, emponderarnos o degradarnos, construir expectativas verosímiles que nos ayuden a crecer o frustrarnos por un inconformismo omnívoro y mal articulado que nos convierta en irresolutos. En nosotros está decidir qué nos favorece a título individual y mancomunado, qué es lo mejor para todos, qué condiciones mediambientales conviene no estresar para que la realidad sea un lugar más hospitalario en el que todos podamos llevarnos bien con la felicidad. En eso consiste aprender. Ser mejores para mejorar el mundo. Y mejorar el mundo no es otra cosa que intentar que la adversidad sea más dócil con nosotros.Con todos nosotros.



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miércoles, mayo 14, 2014

Presentación en la Feria del Libro de Salamanca

Este próximo viernes día 16 de mayo presento "La educación es cosa de todos, incluido tú" en la Feria del Libro de Salamanca. Me acompañará en la aventura Julio Alonso Arévalo que, aparte de amigo y compañero en el programa de radio Con la música a otra parte, es jefe de la Biblioteca de Documentación de la Universidad de Salamanca. Mi presentación será breve. Trataré de explicar cómo la educación y el conocimiento beligeran contra el determinismo biológico para mejorarnos como personas. El acto es a las 13:00 h en la Plaza Mayor.

miércoles, mayo 07, 2014

Los ojos que nos miran


Miradas, del Ernest Descals
El experto en cooperación Martin Nowak defiende que las personas somos mucho más generosas si notamos que nos miran. Podemos agregar que indefectiblemente es así, incluso aunque no nos miren. Basta con creer que una mirada nos está observando para incrementar los niveles de ética en nuestro comportamiento. Cuando creemos que los ojos de los demás se posan en nosotros y nos someten a escrutinio nuestra conducta mejora. De repente los ojos del otro son un eficaz mecanismo de frenado, una invisible barrera protectora que se levanta delante de nosotros para impedir que nos precipitemos a una acción en la quizá se anhela pasajeramente conculcar una norma y extraer de ella el beneficio instantáneo que supone que todos los demás sí la respeten. Los ojos de esa alteridad que nos ha introducido en su entorno visual nos usurpan el siempre resbaladizo anonimato, nos corporeizan y nos personalizan, nos hacen tomar conciencia de las fronteras de nuestro yo, nos imputan la titularidad de lo que estamos llevando a cabo. La presencia del otro me impide ser nadie.

En ese libro repleto de consejos que es El arte de la prudencia, Baltasar Gracián prescribía una conducta insuperable para que lo mejor de nosotros solidificara en nuestros actos: «Actúa como si te estuviera observando todo el mundo». El motivo era sencillo. Tendemos a salvaguardar nuestra coherencia, ajustarnos a las expectativas de los demás y  buscar su aprobación o rehuir su desaprobación para mantener incólume nuestra reputación. Muchos se niegan a aceptarlo, pero nos convertimos en la persona que somos  gracias a la participación directa e indirecta de los demás. También hay una relectura negativa de los ojos de los demás, esa mirada fiscalizadora que empuja a que yo modifique mi forma de actuar. Sartre lo resumió muy bien: «el infierno son los otros». Los demás se convierten en el tártaro porque al acceder a mi perímetro visual me dotan de ética, convierten mi conducta en materia evaluable. A mí me gusta corregir esta idea de Sartre porque la forma de expresarla puede conducir a muchos equívocos, a pesar de que sé que su reflexión central es irrefutable. El infierno no son los otros, el infierno es una vida en la que no hay otros.



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lunes, mayo 05, 2014

Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación



Acabo de leer el ensayo del novelista Alessandro Baricco titulado Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación (Anagrama, 2008). Con una prosa de clara potencia literaria y una capacidad de análisis y argumentación encomiables, el autor teoriza sobre las mutaciones que impactan día a día sobre la civilización, sobre la naturaleza nómada de nuestra  condición de seres que legan el conocimiento a través de la cultura, sobre la trashumancia perpetua de los significados de la realidad. Su idea inicial es que permanentemente vivimos la invasión de los bárbaros, término que deviene en despectivo en función del punto cronológico que elijamos como referencia. Los bárbaros de hace doscientos años así catalogados por la burguesía son ahora el nutriente del que se alimenta la élite cultural (el caso de Beethoven, por ejemplo). Según el autor estamos siendo ahora testigos de una mutación de magnitudes considerables. La mutación está ahí siempre pero, quizá exacerbada por la adquisición de una tecnología inimaginable décadas atrás, su movimiento es mucho más acelerado que nunca. Esta nueva realidad es tildada como bárbara por los habitantes de la vieja frontera (la cultura ilustrada), un automatismo intelectual que siempre se dispara entre los que están a un lado y los que están a otro del paisaje fronterizo. Para explicar el cíclico fenómeno, el autor recurre a la metáfora de la Gran Muralla China. Se levantó hace medio siglo para separar a los que se autodenominaban civilización de los que señalaban como bárbaros, las huestes del temido Khan.

El nuevo bárbaro contemporáneo sufre alergia a la profundidad y se recrea en una vertiginosa superficialidad que le permite trazar rápidas trayectorias en las que encuentra un sentido. Este miedo a la profundidad se puede interpretar como «un reflejo condicionado del animal que ha aprendido a desconfiar de cuanto tiene raíces demasiados profundas», o una estratagema «a desconfiar de las propias ideas». Frente al hombre profundo surgido de la ilustración, el hombre horizontal nacido de la digitalización. Frente al mundo sólido en el que todo estaba enraizado, el mundo líquido (en terminología de Zygmunt Bauman) protagonizado por la fragilización de todo tipo de vínculos. Se ha modificado la idea de experiencia y sentido. Sus consecuencias son la velocidad en lugar de la reflexión, las secuencias en vez del análisis, el surf en vez del submarinismo cognitivo, la comunicación en vez de la expresión, la conectividad del conocimiento en vez de la especialización,  el placer de la vivencia en vez del esfuerzo. El autor es claro frente a qué actitud tomar ante la mutación, ante la esencia volátil de nuestra propia realidad. En vez de denunciarla con el velado deseo de exonerarlos del deber de estudiarla y entenderla, lo más inteligente es aceptar que somos mutantes y que la mutación es inherente a nuestra condición humana y también a nuestra condición de seres sociales. «Cada uno de nosotros está donde está todo el mundo, en el único lugar que existe, dentro de la corriente de la mutación, donde a lo que nos es conocido lo llamamos civilización y a todo lo que aún no tiene nombre barbarie. A diferencia de otros, pienso que se trata de un lugar magnífico». Y una última consideración. Poner  aquello que consideramos valioso no a salvo de la mutación, sino dentro de ella. De su irrevocabilidad. 

viernes, mayo 02, 2014

¿El trabajo dignifica o no?

Ayer se celebró el Día del Trabajo. Hace unos años fui coautor junto a Juan Mateo del libro El trabajo dignifica y cien mentiras más (LID, 2007). En las entrevistas que hicimos los días de su publicación siempre nos preguntaban por el título. Recuerdo que yo argumentaba que la dignidad es un derecho que las personas nos hemos dado a nosotros mismos por el hecho de serlo, probablemente para protegernos de nuestra condición depredadora. Los seres humanos sufrimos una graciosa propensión a convertir en nuestro alimento al más débil a través de la explotación, la sumisión, la subyugación, el miedo, el hurto de su autoestima, o la cada vez menos enmascarada mercantilización de los Derechos Humanos. Esa dignidad no la otorga ninguna actividad, ni remunerada ni ociosa. Es consustancial al acontecimiento de existir.

Volvamos al tema del trabajo. No está de más recordar aquí que trabajar es entregar tu tiempo y tu habilidad a una actividad concreta encorsetada en un horario de la que saldrá un bien o un servicio. Por esa tarea uno es retribuido, recibe un salario (cada vez más devaluado). Ya está, no hay que mitificarlo más. Como hay muchos tipos de trabajo, trabajar nos puede gustar, divertir, multiplicar, congratular, satisfacer, colmar, motivar, abducir; pero también alienar, jibarizar, desmotivar, deshumanizar, cosificar, aburrir, desangrar. Eso sí, ningún trabajo nos puede dignificar. Somos dignos por ser personas. El trabajo no nos dignifica, pero es de las cosas que por mantenerlo más fácilmente te puede arrebatar la dignidad. Cada día más. Y quizá por eso las tasas de desempleo son endémicamente tremebundas. Lo son. Lo han sido. Lo seguirán siendo.