martes, octubre 06, 2020

No todos los sentimientos son buenos

Obra de Charley Toorop

Se ha instalado en el lenguaje cotidiano que las emociones son siempre útiles. Escapan así de ese binarismo deshabitado de matices que guardan las categorías bueno y malo. No existen emociones ni buenas ni malas, no existen emociones negativas, lo que sí existen son respuestas emocionales óptimas y respuestas emocionales nefastas. Las emociones son dispositivos con los que nos obsequia nuestro aparataje genético para adaptarnos con presteza automatizada a las demandas del entorno, mecanismos operativos para administrar la permanente transitoriedad que es el acontecimiento de existir. La genealogía biológica de las emociones las hace ineliminables. Como los términos emociones y sentimientos se esgrimen indistintamente en la retórica afectiva, erróneamente se ha extrapolado esta característica a los sentimientos. De ahí que muchas veces escuchemos afirmar que no hay sentimientos ni buenos ni malos. Por supuesto que los hay. Todas las emociones son ejecutivamente útiles, pero no todos los sentimientos lo son. En el ensayo La razón también tiene sentimientos escribí un capítulo titulado Los sótanos del alma en el que argumentaba esta peligrosa peculiaridad. Recuerdo que para ese capítulo barajé otros nombres como Las mazmorras del alma, o Las estancias enmohecidas. Son nominaciones tremebundas, aparentemente hiperbólicas, pero muy fidedignas del intervencionismo destructor de ciertos sentimientos en la vida de sus portadores. Hay sentimientos que pueden convertir la vida de una persona en una vida cuajada de dolor y sombras. 

Los sentimientos son construcciones evaluativas que nos informan de cómo va la instalación de nuestros deseos en la realidad, si hay ajuste o desajuste, adaptación o inadaptación, si el mundo concede derecho de admisión a nuestros propósitos convirtiéndolos en logros o los desestima y los deposita en frustraciones. En su monumental Teoría de los sentimientos, Carlos Castilla del Pino los describía como experiencias que integran múltiples informaciones y evaluaciones positivas y negativas que implican al sujeto, le proporcionan un balance de la situación y provocan una disposición a actuar. En El laberinto sentimental, José Antonio Marina explica que los sentimientos son balances que dan voz a la situación real, los deseos, las creencias, las expectativas y la autopercepción, la idea que el sujeto tiene de sí mismo. A mí me gusta puntualizar que no son evaluaciones psicológicas, sino auditorias éticas. Los sentimientos organizan valorativamente nuestro mundo. Lo afectivo, lo cognitivo y lo desiderativo conforman una triple entente muy férrea llamada sentimiento. Que sea férrea no significa que sea inmutable. Sentimos como pensamos, pensamos como sentimos, en un proceso sistémico y constituyente en el que no hay principio ni final. Cuando se afirma que primero sentimos y luego pensamos, ese sentir condensa infinitesimales inferencias con arraigados campos semánticos que se han automatizado a fuerza de repetirse. Las acciones que creemos hacer sin pensar las hemos pensado tanto que ya no necesitamos pensarlas.

Hace unas semanas pronuncié en Tomares (Sevilla)  la conferencia La invención de los sentimientos buenos organizada por la Concejalía de Igualdad dentro de las actividades programadas con motivo del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Adjetivar los sentimientos de este modo es posible porque también se pueden adjetivar de manera antagónica. La existencia de sentimientos buenos o meliorativos implica la existencia de sentimientos maléficos o perjudiciales que infligen cantidades ingentes de dolor en la vida afectiva de quienes se articulan bajo su mandato, y cuya irradiciación puede polucionar gravemente la vida de las personas de su derredor. Ayer le leía al profesor Fernando Broncano que «si quieres entender el conocimiento, empieza por la ignorancia; si quieres entender el cuerpo, empieza por la enfermedad; si quieres entender la mente, empieza por los estados alterados y las represiones; si quieres entender la sociedad, empieza por la anomia y la injusticia». Con los sentimientos ocurre lo mismo. Si quieres entender los sentimientos buenos, empieza por escrutar los malos. 

Hay varias creaciones sentimentales de pobre inteligencia afectiva que vinculan con la forma con la que el sujeto se relaciona con otros sujetos. Pienso en el odio, el deseo turbio que pone el énfasis en hacer daño a alguien de forma directa o vicaria, con diferentes intensidades que pueden alcanzar la destrucción del odiado. Si el amor es la máxima expresión del reconocimiento del límite, como sostiene Vicente Serrano en La herida de Spinoza, en el odio los límites se disuelven por completo. Otro sentimiento pernicioso es el resentimiento, que es enfado reseco y revenido, un enfado alejado del punto cronológico que lo desencadenó pero que mantiene intacto sus efectos sobre el presente. Un tercer sentimiento corrosivo es la envidia, la tristeza que provoca contemplar la prosperidad del sujeto envidiado. Y por último, en esta breve taxonomía de sentimientos perjudiciales, están las desmesuras del ego, que podemos consignar en soberbia, orgullo y vanidad. El soberbio puede sentir rápida envidia de los méritos que considera que se merece, pero que los demás atribuyen a alguien que no es él, sintiendo odio tanto por el que es ameritado como por aquellos que lo aplauden. En los sentimientos alojados en los sótanos del alma se obstaculizan las grandes disposiciones afectivas para levantar convivencias gratas y plenificantes: la bondad, la amabilidad, la alegría, la generosidad, la gentileza, la compasión, el perdón, el amor. En flujos sentimentales cenagosos el otro no es un aliado con el que transfigurar nuestra interdependencia en autonomía, es un rival que nos daña y nos provoca desasosiego y aflicción. El odio, el rencor, la envidia, la soberbia, el engreimiento, son sentimientos que en vez de expandirnos nos embotellan en las dimensiones claustrofóbicas del yo. Nos estropean. Nos desgradan. Nos empequecen. Nunca ocurre nada bueno en su compañía.


* (Con este artículo inauguro la Séptima Temporada (2020-2021) de este espacio. Todos los martes compartiré indagación y análisis sobre el apasionante mundo de la interacción humana. Estáis invitadas e invitados a esta cita semanal). 


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viernes, octubre 02, 2020

La educación como lugar para ordenar los desacuerdos

Este próximo martes 6 de octubre a las 18:30 h. (hora española) pronunciaré la conferencia online «La educación como lugar para ordenar los desacuerdos». La actividad la organiza el Colegio Oficial de Psicología de Cataluña en su sede de Barcelona. En mi intervención trataré de explicar qué hemos inventado los seres humanos para poder compatibilizar la discrepancia sin hacernos daño, y qué papel juega la educación como proceso trasformador y emancipador para que estas invenciones funcionen de un modo óptimo. A la conferencia se puede asistir gratuitamente solo con inscribirse en el siguiente enlace del Colegio https://www.copc.cat/…/Confer-ncia-L-educacio-com-a-lloc-pe… . En él también aparece toda la información relacionada con el evento. Como la pandemia dificulta la desdigitalización, será un placer vernos y escucharnos en el ecosistema pantallizado. Estáis invitados. Un abrazo a todas y todos.