martes, mayo 20, 2014

Con esfuerzo, sí, pero con más cosas



El Atlético de Madrid ganó el pasado sábado la Liga. Desde aquí mi enhorabuena. Es tremendamente meritorio que un club como el Atleti, que compite contra el todopoderoso bipartidismo  financiero del Real Madrid y el F. C. Barcelona, haya logrado ganar la Competición. Sin embargo, la contemplación de esta hermosa epopeya no puede justificar argumentos enclenques. Al albur de la gesta del Atleti, he leído silogismos como que «si se cree y se trabaja, se puede», «son los campeones del esfuerzo»,  «si te esfuerzas y trabajas logras lo que te propones», «las palabras bellas no son palabras huecas», etc., etc.  Una retahíla de lugares comunes, vacuas peroratas que parecen dirigidas a animarse uno mismo para no capitular en estos tiempos de zozobra social. Siento disentir con los tópicos que pueblan estos días los discursos en torno a la proeza del Atleti. Nadie logra colmar una elevada expectativa exclusivamente sudando. Para alcanzar objetivos por los que también pugnan otros candidatos se necesita la colaboración simultánea de cuatro potentes vectores que juntos pueden llegar a levantar la ciudadela del mérito. Si uno de ellos flaquea, el logro de la recompensa se tambalea. Los cuatro elementos que necesitan presentarse en perfecta siderurgia son talento, esfuerzo, suerte y que los rivales que compiten por satisfacer el mismo interés sean menos competitivos que tú. No hay más. 

El esfuerzo es la capacidad para mantener altas tasas de energía en una misma dirección durante un tiempo prolongado. Sin él es difícil alcanzar meta alguna, pero solo con él tampoco. La capilaridad del esfuerzo opera como un factor higiénico: su presencia no te eleva, pero su ausencia te hunde. El talento es la habilidad para ejecutar de un modo excelente una actividad concreta. Sin talento se pueden llevar a cabo muchas cosas, pero es difícil que lo que uno haga descolle de lo que hacen los demás y por tanto se puedan obtener ventajas competitivas (según la la jerga). La suerte es un concepto muy elástico. Como no ejercemos control sobre sus acrobáticas apariciones, jamás le atribuimos autoría alguna cuando el mundo nos sonríe, pero depositamos en su titularidad nuestros lamentos cuando las cosas se tuercen.Y finalmente están los demás. En los entornos competitivos no basta con esforzarse, tener talento y que la suerte se aliste a tu lado. Es prioritario que tus rivales posean algo menos que tú de los tres vectores señalados. En una competición hay una lógica predatoria, porque si uno gana es porque su rival pierde, así que las competencias de uno son variables en relación con las del otro. Todos estos constructos no se pueden atomizar, son ondulantes y sistémicos, afloran simultáneamente, se retroalimentan, pero son los que procuran que un equipo alcance más puntos que todos sus competidores. También son los responsables de que hasta diez segundos antes de finalizar un juego distributivo que dura diez meses no supiéramos en qué cabeza se iba a colocar la gloria del mirto y el laurel. Por eso hay que felicitar al Atleti. Porque la competición es un misterio (lo contrario sería tedioso) y el misterio les ha bendecido a ellos. Felicidades.

lunes, mayo 19, 2014

En la Feria del Libro de Salamanca


El pasado viernes 16 presenté el manual "La educación es cosa de todos, incluido tú" (Editorial Supérate, 2014) en la Feria del Libro de Salamanca. Me acompañó Julio Alonso Arévalo, jefe de la Biblioteca de Documentación de la Universidad de Salamanca. En la presentación hablé de cómo los seres humanos podemos desatarnos del determinismo biológico y podemos elegir, discernir, escoger, valorar, priorizar, decidir. En esto consiste la construcción de nuestra autonomía: capacidad para inventar fines que se instalen en nuestra conducta. Y la educación, la cultura, el conomiento, la inteligencia, son los instrumentos para realizar una tarea tan prodigiosa. Gracias a los que nos acompañásteis. Julio y yo disfrutamos mucho. Como siempre.

www.laeducacionescosadetodos.com 

viernes, mayo 16, 2014

El acontecimiento de ser persona



El libro La educación es cosa de todos, incluido tú se debería haber llamado El acontecimiento de ser persona. A pesar de que acumulo suficientes años en mi biografía para lo contrario, a mí me sigue provocando sorpresa comprobar cómo la gente identifica a los demás en función de la actividad a la que dedican su tiempo remunerado. ¿Qué eres? es una pregunta que solemos responder monosilábicamente citando un oficio o una profesión.  Cuando a mí me formulan este onoroso interrogante me gusta contestar que «soy persona, un acontecimiento extraordinario del que me siento muy orgulloso». Gracias a la educación y a ese conocimiento acumulativo que llamamos cultura, las personas nos hemos emancipado del determinismo biológico y nos hemos abrazado a un determinismo racional para ampliar nuestras opciones vitales. Hemos logrado la proeza de que la vida sea una miríada de posibilidades que sólo concluye con la irrupción de la muerte, la abolición del proyecto que somos, la posibilidad que imposibilita todas las demás posibilidades (según la certera definición de Heidegger, la mejor de todas las que yo he leído sobre la señora de la guadaña).  Somos pura posibilidad. La apoteosis de lo posible.

Las personas poseemos la capacidad de desobedecer nuestros propios deseos sentidos, nos pertrechamos de voluntad para neutralizar el poder déspota del deseo inmediato en nuestras decisiones. Somos nuestros propios artífices (aunque no podemos olvidar el paisaje social y los imponderables, lo que nos hacer ser coautores de nuestra biografía y no sólo autores). Podemos sacarle la lengua a nuestra propia naturaleza y dotarnos de una dignidad (el derecho a tener derechos, la percepción de nuestra condición de sujetos valiosos) que no existe en ninguna parte salvo en el juego malabar de las ficciones asumidas por todos. Ser persona es lo más relevante que nos va ocurrir en el transcurso de los años. Como lo somos ininterrumpidamente, se nos olvida la tremenda suerte con la que nos agasaja la vida.  Podemos elegir si acercarnos a los ángeles o emular a los demonios, competir o cooperar, pensar en los demás o minusvalorar su presencia, emponderarnos o degradarnos, construir expectativas verosímiles que nos ayuden a crecer o frustrarnos por un inconformismo omnívoro y mal articulado que nos convierta en irresolutos. En nosotros está decidir qué nos favorece a título individual y mancomunado, qué es lo mejor para todos, qué condiciones mediambientales conviene no estresar para que la realidad sea un lugar más hospitalario en el que todos podamos llevarnos bien con la felicidad. En eso consiste aprender. Ser mejores para mejorar el mundo. Y mejorar el mundo no es otra cosa que intentar que la adversidad sea más dócil con nosotros.Con todos nosotros.



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