lunes, septiembre 15, 2014

Tenemos un dilema



No sé por qué tendemos a emplear palabras muy enrevesadas cuando existen términos muy normales que significan exactamente lo mismo. Hoy me ha pasado con el concepto «conflicto intraindividual». Leo una definición del psicólogo Kurt Lewin: «el conflicto intraindividual se produce en toda situación en que unas fuerzas de magnitudes iguales actúan simultáneamente en direcciones opuestas sobre el individuo». O sea, que un conflicto intraindividual no es otra cosa que lo que el lenguaje describe como dilema. Un dilema se origina cuando una persona tiene ante sí un objetivo apetecible pero incompatible con sus valores o con su competencia personal y por tanto necesita conciliar los desacuerdos que se producen consigo mismo. Se trata de una disyunción, o de una duda, construida con la misma cantidad de motivos a favor como los que se alinean en contra. El dilema verifica el desdoblamiento del yo en dos yoes (ese «yo es otro» del célebre verso del precoz Rimbaud). Un yo demanda un interés y el otro yo reclama su antagonismo. Hace unos meses le leí a la novelista y ensayista Siri Kustvedt la expresión que explica esta situación horrible una vez consumada: «lo hice sinqueriendo». Aparece en su novela Un verano sin hombres.

¿Qué hacer en una situación tan desasosegante? ¿Por qué opción decantarnos? ¿Qué operaciones ejecutivas debemos realizar para coger una dirección en vez de la otra y además hacerlo con ciertas garantías de estar eligiendo bien? No lo sé. Muchas veces tomamos una decisión sin saber con nitidez el motivo que la impulsa y luego racionalizamos la respuesta. Algunos autores señalan que al principio de todo está la emoción, esa chispa involuntaria y díscola que nos empuja a adentrarnos en un curso de acción en detrimento de todos los demás. A pesar de que llevamos siglos afirmando profesoralmente que las personas somos seres racionales, es bastante palmario que no es así, somos seres que racionalizamos los impulsos que nos colocan en un lado en vez de en otro. Según la neurología, nuestro cerebro toma las decisiones unas décimas de segundo antes de que las tomemos nosotros. Dicho de otro modo. Nuestro cerebro decide qué vamos a hacer y luego nosotros justificamos lo que él ha decidido, probablemente para sentir la orgullosa autoría de nuestro periplo biográfico. Creo que aprender consiste precisamente en que el cerebro decida sin pedirnos permiso lo que le hemos enseñado a decidir mucho antes de estar expuestos a la corrosión de un dilema.  He escrito «creo». No lo sé. 



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jueves, septiembre 11, 2014

Entrevista en Onda Cero

Este verano me entrevistaron en el programa "De cero al infinito" de Onda Cero. Se trata de un magazine que se emite en todas las emisoras de la cadena. Charlamos sobre el manual "La educación es cosa de todos, incluido tú" (ver web del libro). Como siempre, en vez de promocionar las bondades del libro me lié a hablar de lo humano y lo divino. Eslaboné temas variopintos: la suerte que  tenemos todos de ser personas, que hemos inyectado volubilidad a nuestras biografías al soslayar parcialmente el sino biológico, lo que nos hace poseedores de dignidad, que deberíamos exigirnos apuntalar una ética de mínimos (escenarios de justicia social) para que emerja una ética de máximos (la felicidad individual, que a cada uno compete rellenarla con lo que considere más relevante para él). Imagino que en mi editorial están enfadados. El programa se emitía para toda España y ni cité quién publica el libro, ni dónde se puede adquirir, ni qué hay exactamente en sus páginas que lo pueda hacer atractivo a los lectores. Un desastre de diez minutos que comparto con cualquiera que desee escucharlo. Basta con clikear aquí.

lunes, septiembre 08, 2014

La confianza, ¿pero eso qué es?


Óleo de Marc Torne
La confianza consiste en depositar en la conducta del otro una expectativa que creemos que no va frustrar. Se trata de un ejercicio anticipatorio en el que presuponemos un curso de acción en otra persona congruente con su discurso y sus hechos. Es una cuestión de creencia, de fe laica, de tener la seguridad de que lo que va a acontecer después en el comportamiento del otro será más o menos parecido a lo que hemos imaginado antes. Cursa con la esperanza, con el deseo de que lo que ocurra luego reproduzca fuera de nuestra cabeza lo que estamos ficcionando dentro de ella ahora. La confianza dialoga con el porvenir permanentemente, porque aquello en lo que confiamos del otro siempre se empadrona en el futuro. Muchas veces utilizamos una de las acepciones de la palabra confianza en contextos en los que sin embargo está erróneamente empleada. En su sentido más prístino, para que haya confianza entre dos o más individuos han de concurrir simultáneamente varios elementos: que una persona se relacione con otra y esa relación esté apoyada en el trasvase de información relevante, que se produzca una actividad vinculante que conlleve un riesgo, y que la conducta de una de las partes escape al control de la otra pero le impacte directamente. Si no se dan estas variables, en una relación con los demás habrá otras cosas, pero no confianza. No al menos como expectativa firme que inflige pérdidas o daño en caso de quebrarse.