viernes, octubre 17, 2014

Breve elogio de las Humanidades

La mirada, litografía de Didier Lourenco

Hace poco me preguntaron en una entrevista de radio qué cambiaría del sistema educativo. La pregunta no era extemporánea. Venía motivada porque estaba presentando el libro La educación es cosa de todos,incluido tú (Editorial Supérate, 2014). Mi respuesta fue tan breve como sincera: «No tengo ni idea. No soy la persona adecuada para responder a algo así». La presentadora se quedó un poco decepcionada por mi contestación. Con un silencio incómodo me impelió a decir algo más. Entonces comenté que una de las fallas que contemplo en el actual sistema educativo, pero por extensión en el orbe del conocimiento, es que prima una educación exacerbadamente tecnificada en la que las Humanidades están siendo paulatinamente desterradas de la oferta curricular y del discurso social. Se promociona y se imparte una educación empecinada exclusivamente en la empleabilidad, en lo que la filósofa norteamericana Martha Nussbaum denomina en su ensayo Sin ánimo de lucro «una educación para la obtención de renta». 

Un amigo mío, profesor de Filosofía en un colegio, me comentó esta semana que todos los años comienza el curso preguntando a sus alumnos qué es un ser humano, y que ante esa pregunta todos los chicos y chicas se encogen de hombros. Las Humanidades sirven para responder a ese interrogante. Nos hacen tomar conciencia de tres cosas nucleares que muchas veces se nos olvidan: que somos personas, en qué consiste el acontecimiento de ser persona, y que todas esas alteridades con las que interactuamos en el ecosistema social son igualmente personas y por tanto equivalentes a nosotros en derechos y deberes. Cuando hablo de Humanidades no me refiero a abstracciones sofisticadas, sino a literatura, arte, cine, música, teatro, filosofía, ética. No creo que haya un propósito más noble por parte de la educación que el de enseñarnos a tratar a los demás con la misma consideración que exigimos para nosotros, es decir, mostrar interés y respeto hacia el valor positivo que una persona solicita para sí misma. Esta conducta higienizaría actuales decisiones políticas, económicas, financieras, sociales, en las que las personas son agentes muy secundarios e irrelevantes si suponen un obstáculo para la maximización del lucro privado. Para incardinar esta actitud en nuestro comportamiento es primordial ver al otro como una prolongación de nosotros mismos. Y sólo podemos ver al otro de este modo ético si nos zambullimos en el arte, los relatos, la música, la filosofía, el cine, las narrativas, en todas aquellas manifestaciones que nos hacen reflexionar en torno a nosotros, nos afilan la naturaleza empática, nos viviseccionan y nos muestran en qué consiste vivir y convivir. A mí me gusta repetir que no hay mayor optimización del beneficio de todos que el cultivo de las Humanidades. Espero haber aclarado por qué.

 

martes, octubre 14, 2014

Somos racionales, pero también muy irracionales

Psiconomía (Aguilar, 2009) es una obra firmada por el comentarista en los mass media Javier Ruiz. Experto en cuestiones económicas a las que ha dedicado su formación superior académica, la afilada capacidad de argumentación que Javier Ruiz esgrime en los debates se transparenta en este esayo. En sus páginas trata de demostrar que un elevado porcentaje de nuestras decisiones está patrocinado por la irracionalidad. Muchas de las tesis que defiende están corroboradas por la economía del comportamiento (con Dan Ariely a la cabeza), en la que se prueba empíricamente cómo prima más la dimensión psicológica que la racional en la toma de decisiones. El ensayo se adentra en la irracionalidad sobre todo cuando ejercemos el rol de actor económico. De ahí ese juego de palabras que da título a la obra, Psiconomía. Frente a la economía tradicional que defiende la disciplina como una rigurosa ciencia exacta, el ensayo revoca esta idea y presenta un buen número de sesgos que cuestionan que las cosas sean tan predecibles como divulga la ortodoxia. El ser económico se rige por coordenadas irracionales que descabalan muchos de los postulados que supuestamente rigen las interacciones monetarias. De ahí las burbujas bursátiles, las anomalías, las estafas, el pánico, las crisis.

El autor estudia el efecto manada (tendemos a mimetizar comportamientos de un modo gregario), el anclaje (nuestro cerebro estandariza los términos de una relación), la coherencia arbitraria (a través de un primer elemento construimos con coherencia el resto de precios, que sin embargo pueden ser dolorosamente incoherentes), la aversión a la pérdida, las dioptrías económicas, el complejo de dotación (damos más valor a lo propio que a lo ajeno), el sesgo de confirmación (sólo atendemos aquella información que concuerda y refuerza lo que ya pensábamos). Todos son sesgos que también gozan de una centralidad indiscutida en la denominada negociación irracional. Muchas de nuestras decisiones apuñalan nuestra cordura y la desangran hasta su deceso. De ahí que tomemos conductas incongruentes. «Hay más pereza mental que razón en nuestras decisiones», concluye el autor. La segunda parte del libro explica cómo se activan todos estos sesgos en el fragor de los parqués y los mercados. El subtítulo del libro es elocuente: La economía de Harry el sucio. Conociendo la comparecencia de todo este ejército de sesgos, el delirio bursátil trata de potenciarlos para alcanzar la maximización de beneficios. El libro identifica estas inclinaciones irracionales y pertrecha al lector de conocimiento para inhibir su presencia a la hora de deliberar y decidir. Muy útil tanto para nuestras resoluciones económicas como para cualquier quehacer en el que se implique el comportamiento humano.



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