Obra de Ali Cavanaugh |
Se planetarizaría la norma, pero se particularizaría el comportamiento ínsito en ella. Es la misma idea que Kant encerró en su celebérrimo imperativo categórico: «Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal». Pura glocalización ética.Sartre defendía que cada uno de nuestros actos impactan directa o indirectamente en toda la humanidad, y es cierto. La interdependencia que provoca la conectividad de todo el orbe terrestre y nuestra participación en la aventura de humanizarnos nos responsabiliza frente al resto de «miembros de la familia humana» (preciosa expresión acuñada en la formulación de los Derechos Humanos). En muchos lugares he escrito que el gentilicio de cualquier habitante del planeta Tierra con un mínimo de bondad e inteligencia debería ser Nosotros. Estas certezas no impiden advertir que sin embargo nuestra conducta se desenvuelve en pequeñas zonas de intersección. Glocalizar la conducta es un ejercicio ineludible para pasar de lo panorámico a lo miscroscópico, del ser humano como entidad abstracta e ideal a las personas con nombre y apellidos que se entrecruzan en nuestra cotidianidad. Una buena reflexión sobre cómo comportarnos con el otro requiere armonizar inteligentemente ambas coordenadas.
Lo he resumido aquí muchas veces.
La gran dificultad que encontramos los seres humanos es comportarnos como el ser humano que sería
bueno que fuéramos con aquellos con los que apenas movilizamos sentimientos de
apertura (por seguir con la nomenclatuta que utilizo en La razón también tiene sentimientos). En las interacciones
presididas por el afecto, tendemos a conducirnos de una manera mucho más
considerada y respetuosa. La
rutinización de las interacciones humaniza nuestra visión de la otredad, y a la inversa. El
síndrome de Estocolmo (el cariño que un secuestrado empieza a sentir por su
secuestrador a medida que se dilata el tiempo de cautiverio) sanciona esta deriva
humana. Cuando en clase explico el dilema del prisionero y cambio tan solo la
variable en la que convierto a los prisioneros en dos personas que se conocen y
se quieren, desaparece la incertidumbre a la hora de elegir la mejor opción
para ambos. El dilema del prisionero deja de ser un dilema en el instante que existe cariño, amor, o sentimientos de apertura entre los dos prisioneros. La sima humana que nos cuestra cruzar consiste en sentir afecto con quien no mantenemos encuentros iterados. Para lograr sentirlo sin necesidad de interaccionar,
descubrimos la racionalización del afecto, que al pensarse y metamorfosearse en
acción se convierte en virtud, y al practicarse de manera repetida con
cualquier semejante se transforma
en sentimiento. Para llevar a cabo esta práctica hay que asumir que formarmos parte de un gigantesco proyecto que consiste en humanizarnos, y que esa filiación común a todos los seres humanos se supraordina a todas las demás a las que también pertenecemos. Acabo de explicar a qué aspira la ética. A
cabo de explicar para qué sirve la glocalización. Glocalización y ética acaban
siendo una dimensión idéntica. O una redundancia.
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¿Para qué sirve realmente la ética?
Cooperar para unos mínimos, competir para unos máximos.
No hay nada más práctico que la ética.
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