Obra de John Wentz |
He comenzado a leer el ensayo Sin relato de la psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar. Se trata del libro con el que ha obtenido el prestigioso premio Anagrama de Ensayo de 2024. Mondéjar aborda el estudio de lo que ella denomina atrofia narrativa, una carencia analítica y lingüística para que las personas traduzcan sus experiencias en lenguaje, vertebren sus vidas a través de un relato y, gracias a él, sostengan en el tiempo procesos de subjetivación. La autora explicita esta atrofia como «dificultades del sujeto mismo para enunciarse», o bien que «lo hace mediante una descripción anecdótica y despojada de sentido, sin impronta subjetiva y temporal». En su anterior trabajo, Invulnerables e invertebrados, Mondéjar ya problematizó este tema. El individuo posmoderno encuentra agudizadas trabas para devenir sujeto, puesto que no alberga las suficientes competencias narrativas, ni su vida las faculta, en las que sujetarse. Hay incapacidades exacerbadas por la ecología digital y el mundo pantallizado (degradación cognitiva, fragilización atencional, empeoramiento analítico, debilitamiento de la memoria, desactivación de la capacidad crítica y pérdida de interacción con el pensamiento abstracto). Sin embargo, el análisis quedaría escamoteado si no se agrega que la forma de organizar la existencia en torno a una producción capitalista que aspira a extender la ganancia infinitamente favorece el florecimiento de vidas sin relato y relatos sin vida. Convertir la perpetua ampliación de beneficio lucrativo en mandato incuestionado tiene profundas consecuencias en la agencia humana y en el propio planeta Tierra.
La proliferación de un cada vez más habitado precariado en el que la inestabilidad, la fragmentariedad y la provisionalidad de todo aquello en lo que se sustancia una vida (empleo, ingresos, tiempo, proyectos, tejido vincular, autonomía, dignidad) entorpece la narración sólida y el relato prospectivo, y a la par promociona un pensamiento cada vez más escuálido y menos autorreflexivo en su pronunciamiento. La discontinuidad salteada de la vida es enemiga frontal de un hilo narrativo cuya génesis requiere tránsito, concatenación, sentido. Las intermitencias volatizan la capacidad de historiar y textualizar lo vivido, pero también de propulsarlo orientativamente al futuro en forma de expectativa y orquestación de planes. Se desintegran así las identidades (laborales, geográficas, culturales, vinculares, filiativas), lo que interfiere de forma protagónica en la construcción de la subjetividad. Sin el concurso de la lentitud, la atención y un ritmo de tiempo reposado no es posible un análisis subjetivado de uno mismo, ni que los acontecimientos devengan experiencia ni la experiencia aprendizaje. La celeridad frenética por un lado y la sobresaturación de estímulos por otro no dejan apenas inscripción mnémica. Obturan la labranza de un patrimonio argumental y memorativo fecundo.
De la confluencia de todos estos factores se colige la condición invertebrada del sujeto, a la que habría que yuxtaponer una invulnerabilidad ficticia alentada por el régimen neoliberal para fomentar el individualismo y desmantelar todos los puntos en los que los seres humanos podríamos pensarnos en común. Lo apócrifo de esta invulnerabilidad (o «la fantasía de la individualidad», utilizando el incisivo título del ensayo de Almudena Hernando) no ha impedido que goce de un predicamento mayúsculo en los imaginarios. Frente a quienes no cejamos de repetir que somos vulnerables, afectivos y mortales, la cultura neoliberal persiste en denegar nuestra idiosincrática vulnerabilidad y por lo tanto nuestra fragilidad constituyente; desdeña lo afectivo y por lo tanto el cuidado y la dignidad como elementos troncales para poder aspirar a una vida buena; silencia en los discursos públicos toda referencia a la muerte, como si fuéramos inmortales y pudiéramos postergar sin sufrir aquello que entronca con lo más profundo de nuestro ser, pero que ahora no podemos llevar a cabo por las coerciones inherentes a la vida-trabajo, que al rutinizarse y naturalizarse ni impugnamos ni nos resultan atroces. Margaret Thatcher hizo célebre una sentencia en la que condensaba la verdad probada de esta agenda política: «La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma humana». Si una definición acientífica de alma nos enuncia que el alma es la conversación en la que una persona se va narrando a cada segundo lo que hace a cada instante para dotarse de sentido y orientación, expropiarla de relato es dejarla sin alma. Sin estructura. Sin discurso vertebral. Deshumanizada.
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