Manual de civismo (Ariel, 2014)
es una obra destinada a explorar la conducta cívica. Lo firman dos autoridades
muy conocidas, la catedrática emérita de Filosofía moral y política Victoria Camps, y Salvador Giner, catedrático emérito de Sociología y Ciencia política. La primera edición es de 1998, pero ahora se
presenta revisada y actualizada. Aunque el título de la obra se autorreferencia como un manual, estamos más bien delante de un ensayo, un ensayo de ética. El civismo es el compromiso de cada uno
de nosotros con la vida de los demás. Somos existencias vinculadas a otras
existencias, biografías que se cruzan con otras biografías, no podemos no vivir
la vida en común, y ese destino irrevocable
nos obliga a pensar y tratar al otro con responsabilidad y deferencia. De este hecho
transcendente de sociabilidad deriva la definición más canónica de civismo: el
modo de vivir en la ciudad, o el modo de vida propio del ciudadano. Necesitamos articular comportamientos y modos de convivencia que armonicen las
voluntades de las personas, muchas veces
divergentes por intereses dispares, valores disímiles, criterios egoístas, escasez de recursos, o el muy humano deseo de
sojuzgar al otro.
Los autores analizan en qué consiste ese buen comportamiento
cívico para orquestar saludablemente esta convivencia en la vida privada, el
trabajo y la vida pública. Son esferas diferentes pero que sin embargo se
interpenetran y se retroalimentan. Las personas seguimos siendo personas tanto si estamos en el confort del hogar, en el nicho ecológico de la actividad retribuida o dando un paseo por la calle. El civismo se aprende practicándolo, aunque
la mejor manera de enseñarlo es a través del ejemplo de nuestra conducta
correcta. El aprendizaje invisible de las interacciones se convierte así en el auténtico
maestro que no necesita aulas ni ofertas curriculares para impartir sus
lecciones. El civismo se acaba convirtiendo en una ética de mínimos que debería
suscribir cualquier ciudadano al margen de su procedencia, ideología y religión
(frente a la ética de mínimos, la ética de máximos individualiza el contenido
de la felicidad). Se trata de que nuestra condición de sujetos yuxtapuestos a otros sujetos nos obligue a tratar
a los demás con consideración y respeto. Los autores explican la genealogía de
ese respeto que es el principio maestro del propio civismo: «lo que nos hace respetar a los demás es el
respeto a nosotros mismos, la conciencia de nuestra propia dignidad. Queremos a
los otros y les queremos para vivir juntos una vida mejor y asegurar un futuro
próspero para la humanidad». Dignidad, he ahí la piedra filosofal de todo lo
que necesitamos para fomentar lo valioso.
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